Hay una frase que la mayoría de nosotros conocemos de la Biblia: “Maldito el hombre que confía en el hombre”. Es del profeta Jeremías, de la primera lectura de hoy. Pero, ¿has entendido su significado? Generalmente nos viene a la mente cuando alguien nos ha defraudado o traicionado, alguien a quien queríamos mucho. Pero, en realidad, ese no es el significado. El profeta está pronunciando un mensaje de Dios a su pueblo, pueblo desobediente y que se ha olvidado de Dios, lo ha cambiado por las seguridades de este mundo. Imagínate lo que Dios nos quiere decir: confía en mí, pon tus esperanzas en mí, cree a mis palabras, no dudes.
Dios dice a su pueblo que la confianza puesta en cualquier cosa o persona que no sea Él, terminará por mostrarnos su fragilidad y su insuficiencia. Dios no está maldiciendo al hombre, ni quiere que nosotros maldigamos a nadie. Si tú adoras cosas o personas, Dios te dice que tarde o temprano van a ser insuficientes o simplemente se van a desmoronar, porque todo lo que podemos mirar con los ojos del cuerpo es caduco, es temporal.
Hoy, Dios nos ofrece poder confiar en Él, en sus promesas, en su fortaleza, en su presencia siempre actual. Él no defrauda. Él, que no podemos verlo, es eterno, no cambia y no engaña. Puedes confiar en Él. Generalmente pensamos: “hasta no ver no creer”, pero la lógica de la vida espiritual es distinta: sólo la fe sostiene.
Es momento de preguntarnos: ¿en qué o en quién tengo yo puesta mi esperanza, mi seguridad, mi fe? Si no es en Dios, en realidad se llama idolatría.
No es que no podamos o no debamos confiar en nadie. Recuerda que los que aman a Dios, los que han sido rescatados por su sangre y han puesto toda su fe y esperanza en Dios, ya no pertenecen a este mundo, pertenecen al pueblo de Dios. Una vida transformada y renovada por la salvación de Dios, es capaz de volverse bendición para los demás. Si mi amor de amistad o de pareja está fundado en Dios, si es su amor el que nos une, esa relación de confianza es un gran regalo. ¡Qué bello poder ser hermanos en la fe, más que amigos o cómplices!
Cuando dos personas hacen de Dios el centro de sus vidas, su relación de amistad o conyugal se fortalece, y nada podrá destruirla. Podrán llegar momentos difíciles, pues todos tenemos pecados y debilidades, pero la medicina del perdón será capaz no sólo de sanar la relación, sino de hacerla más fuerte. Ese es el verdadero amor que une a dos personas y salva.
El Evangelio que escucharemos hoy es misterioso, es la parábola de Lázaro y el rico. En realidad, no se nos dice que Lázaro fuera buena persona o si tuviera su fe puesta en Dios. Pero lo que sí podemos entender es que el rico sin nombre tenía puesta toda su vida en los bienes presentes, se preocupaba sólo de banquetear y gozar la vida. No tenía puesta su fe en el verdadero Dios, pues no era capaz de ver al necesitado que estaba a los pies de su casa.
Dios nos llama nuevamente a poner nuestra confianza en Él y a no tenerla puesta en nada caduco. Si lo amamos y este amor nos une a los demás y nos hace mirar su necesidad y ayudarlos, entonces tengo vida, la verdadera vida, y esa vida no terminará jamás, será eterna.
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