Este domingo, la liturgia nos presenta el episodio de la transfiguración del Señor. Este evento de la vida de Jesús en la vida de los apóstoles, ocurre después de la segunda multiplicación de los panes y de la profesión de fe de Pedro, donde Jesús lo llamó satanás. Ahí, Jesús anuncia la pasión que se acerca, que su mesianismo no consiste en los triunfos y victorias de este mundo, sino en sufrimiento, muerte y resurrección, servicio y entrega de la vida por amor a los hombres. El evangelista Marcos nos presenta la transfiguración de Jesús como una epifanía, una manifestación gloriosa del Cristo. Esta escena de la gloria de Jesús, aunque sea momentánea, manifiesta la verdad de Jesús a sus discípulos, que Él es Dios, aunque si con los ojos del cuerpo sólo ven a un simple hombre. Jesús es verdadero hombre, y verdadero Dios. Al ver a Jesús sufrir, ser rechazado, pobre, débil e incluso morir, podríamos llegar a poner en duda su divinidad, su fuerza y su gloria. Esta manifestación nos dice que no hay por qué dudar del modo como ha querido salvarnos. Ha escogido el servicio, la humildad, la entrega de la vida no por error, sino porque Él es amor, y sólo el servicio, la humildad y la entrega de la vida pueden explicarnos lo que es el amor. La tentación será siempre la misma, como lo fue para Jesús y para Pedro, y como lo es también ahora para todos nosotros: querer cambiar el amor humilde por el poder y el domino, querer cambiar al Dios amor y misterio por un ídolo que nos haga milagros y nos evite el sufrimiento.
La transfiguración ocurre sin previo aviso, de repente: Jesús los llama y los sube con Él al monte, y les comparte su luz. Marcos usa la palabra en griego “metamorfosis” para indicar la transfiguración de Jesús. Es decir, Jesús, sin dejar de ser hombre verdadero, muestra la gloria de Dios. Es una transformación completa, interior y exterior, que si bien es Jesús mismo el que se transfigura, muestra a los discípulos algo que no se ve normalmente, su gloria. Hay una ruptura y una continuidad. Ruptura porque es totalmente distinto; continuidad, porque es el mismo Jesús, no es otra persona.
Con Jesús, se aparecen conversando Moisés y Elías, dos grandes personajes del Antiguo Testamento que ya no tienen nada que decir a los discípulos, no hablan con ellos, más bien conversan con Jesús. Así pues, Jesús les muestra que Él es quien el Padre había prometido, Él es el cumplimiento de la ley y la profecía.
Pedro quiere detenerse en ese momento de gloria, volviendo a mostrarse como satanás, como tentador para Jesús, invitándolo a quedarse en la gloria de ese momento evitando la muerte, la lucha, el servicio, la pasión y la humillación por la que Jesús había anunciado que debía pasar. Es muy significativo eso de las 3 chozas o tiendas, pues hace referencia directa a la fiesta de las tiendas de los judíos, donde celebraban al Dios salvador y victorioso. Es como si Pedro dijese a Jesús: en la gloria te reconozco Señor. Pero Jesús mostrará a sus discípulos que su Señorío debe ser reconocido en el servicio, en la humillación, en el dolor, en la renuncia de sí mismo por amor a los hombres. Ese es el verdadero mesianismo de Jesús, el de la cruz. Si yo, siendo el Señor y Maestro les he lavado los pies, también ustedes deben hacer lo mismo unos con otros. ¿Es mi gloria la Cruz de Cristo?
Después viene la nube que los cubre con su sombra, como la que acompaña al pueblo en el desierto en el Éxodo, que los va a conducir a la libertad verdadera, y se oye una voz, como la que habló en el Jordán cuando Juan bautizaba a Jesús, que dice: “Este es mi Hijo, el amado: ¡Escúchenlo!” La voz del Padre indica a Jesús como su Hijo, a quien hay que escuchar de ahora en adelante, lo confirma su elegido, su amado, revela su identidad. Dice: ¡escúchenlo! pues es el nuevo y definitivo profeta, el perfecto revelador del Padre y de su voluntad.
Después de esto, Jesús retoma su aspecto habitual, y comienza su viaje hacia Jerusalén, donde morirá. Los apóstoles reciben, pues, consuelo y luz en la transfiguración para poder acompañarlo a la pasión y muerte que se acercan, y después de resucitar comprenderán lo que sucedió en ese monte.
La transfiguración ocurre sin previo aviso, de repente: Jesús los llama y los sube con Él al monte, y les comparte su luz. Marcos usa la palabra en griego “metamorfosis” para indicar la transfiguración de Jesús. Es decir, Jesús, sin dejar de ser hombre verdadero, muestra la gloria de Dios. Es una transformación completa, interior y exterior, que si bien es Jesús mismo el que se transfigura, muestra a los discípulos algo que no se ve normalmente, su gloria. Hay una ruptura y una continuidad. Ruptura porque es totalmente distinto; continuidad, porque es el mismo Jesús, no es otra persona.
Con Jesús, se aparecen conversando Moisés y Elías, dos grandes personajes del Antiguo Testamento que ya no tienen nada que decir a los discípulos, no hablan con ellos, más bien conversan con Jesús. Así pues, Jesús les muestra que Él es quien el Padre había prometido, Él es el cumplimiento de la ley y la profecía.
Pedro quiere detenerse en ese momento de gloria, volviendo a mostrarse como satanás, como tentador para Jesús, invitándolo a quedarse en la gloria de ese momento evitando la muerte, la lucha, el servicio, la pasión y la humillación por la que Jesús había anunciado que debía pasar. Es muy significativo eso de las 3 chozas o tiendas, pues hace referencia directa a la fiesta de las tiendas de los judíos, donde celebraban al Dios salvador y victorioso. Es como si Pedro dijese a Jesús: en la gloria te reconozco Señor. Pero Jesús mostrará a sus discípulos que su Señorío debe ser reconocido en el servicio, en la humillación, en el dolor, en la renuncia de sí mismo por amor a los hombres. Ese es el verdadero mesianismo de Jesús, el de la cruz. Si yo, siendo el Señor y Maestro les he lavado los pies, también ustedes deben hacer lo mismo unos con otros. ¿Es mi gloria la Cruz de Cristo?
Después viene la nube que los cubre con su sombra, como la que acompaña al pueblo en el desierto en el Éxodo, que los va a conducir a la libertad verdadera, y se oye una voz, como la que habló en el Jordán cuando Juan bautizaba a Jesús, que dice: “Este es mi Hijo, el amado: ¡Escúchenlo!” La voz del Padre indica a Jesús como su Hijo, a quien hay que escuchar de ahora en adelante, lo confirma su elegido, su amado, revela su identidad. Dice: ¡escúchenlo! pues es el nuevo y definitivo profeta, el perfecto revelador del Padre y de su voluntad.
Después de esto, Jesús retoma su aspecto habitual, y comienza su viaje hacia Jerusalén, donde morirá. Los apóstoles reciben, pues, consuelo y luz en la transfiguración para poder acompañarlo a la pasión y muerte que se acercan, y después de resucitar comprenderán lo que sucedió en ese monte.
En la vida de los cristianos hoy, puede llegar a suceder lo mismo que sucedió con los discípulos: dudar y pensar que la manera elegida por Dios para salvarnos y para guiar al mundo sea equivocada. Nos vemos tentados en querer decir a Dios cómo debería actuar, dejando de ser discípulos y poniéndonos en el lugar del maestro. De hecho, es así cuando renegamos de sus planes, cuando rechazamos el camino de la humildad y del servicio; es así cuando nos creemos más sabios que Él, más astutos, o cuando nos alejamos de su Iglesia porque nos creemos superiores a toda esa bola de ovejas que no entienden nada. En realidad, lo que hacemos es rechazar su camino de servicio por uno que según nosotros es más efectivo, dará mejor y más rápidos resultados; es nuestra humanidad que se revela a la conversión, a dejar sus vicios y pecados. Recuerda aquel episodio cuando Jesús habla en la sinagoga con autoridad y rápidamente uno grita contra Él, mostrando que la Palabra de Jesús lo ha incomodado.
Jesús muestra su gloria para que estemos seguros que su camino, por más hostil o terrible o duro que parezca, es el camino de la verdadera gloria y felicidad. El demonio es quien nos trata de convencer de que los caminos de Dios nos destruyen, nos hacen sufrir, que no están bien, que hay que ser más sensatos… Jesús nos muestra su gloria, para que confiemos en Él y nos decidamos por sus caminos de santidad, de arrepentimiento, de plena conversión. Hay que abrirnos al Mesías que nos ha sido dado, hay que darle nuestro voto de confianza y seguirlo. Al final, veremos que era el que nos convenía.
Como seguidores de Jesús, es bueno recordar que, en ciertos momentos de nuestras vidas, Jesús nos ha mostrado su gloria, nos ha consolado para que sigamos adelante. Él no es un Dios despiadado que nos manda ser fieles sin ayudarnos o sostenernos; Él es el Dios que camina con nosotros, Él es nuestra fuerza, Él es quien nos anima, nos empuja a la batalla y nos fortalece.
En este segundo domingo de cuaresma, Jesús nos quiere seguir llevando hacia adelante, hacia la meta que es su Pascua. Ya vimos las tentaciones, ahora su transfiguración, el camino de cuaresma prosigue. Se acerca su pasión, su muerte y resurrección. Aunque no comprendas el plan de Dios, síguelo, aún tiene algo que decirte.
Jesús muestra su gloria para que estemos seguros que su camino, por más hostil o terrible o duro que parezca, es el camino de la verdadera gloria y felicidad. El demonio es quien nos trata de convencer de que los caminos de Dios nos destruyen, nos hacen sufrir, que no están bien, que hay que ser más sensatos… Jesús nos muestra su gloria, para que confiemos en Él y nos decidamos por sus caminos de santidad, de arrepentimiento, de plena conversión. Hay que abrirnos al Mesías que nos ha sido dado, hay que darle nuestro voto de confianza y seguirlo. Al final, veremos que era el que nos convenía.
Como seguidores de Jesús, es bueno recordar que, en ciertos momentos de nuestras vidas, Jesús nos ha mostrado su gloria, nos ha consolado para que sigamos adelante. Él no es un Dios despiadado que nos manda ser fieles sin ayudarnos o sostenernos; Él es el Dios que camina con nosotros, Él es nuestra fuerza, Él es quien nos anima, nos empuja a la batalla y nos fortalece.
En este segundo domingo de cuaresma, Jesús nos quiere seguir llevando hacia adelante, hacia la meta que es su Pascua. Ya vimos las tentaciones, ahora su transfiguración, el camino de cuaresma prosigue. Se acerca su pasión, su muerte y resurrección. Aunque no comprendas el plan de Dios, síguelo, aún tiene algo que decirte.