No he venido a llamar a los justos, sino a los
pecadores. Es este el Evangelio de hoy, que nos recuerda que Jesús ha venido a
salvar y a liberar. A veces nos vemos en la tentación de creer que no hay
problema si peco, pues basta ir a confesarse para ser perdonado, incluso que la
mejor manera de vencer la tentación es cediendo a ella. Nada más falso que
esto. Recuerda que el maligno nos dice verdades a medias, como nos cuenta el
libro del Génesis. La falsa confianza en el perdón de Dios para justificar mi
decisión de pecar nos destruye lentamente y nos enfría poco a poco en la fe,
además de banalizar la confesión sacramental convirtiéndola en una especie de
lavadora del alma. ¿Qué esclavo ruega por ser liberado y una vez libre escoge
de nuevo ponerse las cadenas? Cristo nos ha liberado para permanecer libres. Y
una vez que hemos sido salvados por su gracia entramos en un camino de
conversión permanente, hasta el último aliento de vida en esta tierra. San
Francisco, al ver que muchos comenzaban a tenerlo por santo, dijo a sus frailes
en los últimos momentos de su vida terrena: “todavía puedo tener hijos con una
prostituta”, queriendo así enseñarles que la perseverancia en el camino de Dios
nunca termina. Es más, se tenía a sí mismo por el más pecador de todos. Él
mismo decía que Dios lo había escogido entre tantos por no haber encontrado
otro más pecador que él. ¡Eso es conocerse verdaderamente a sí mismo! ¡Eso es
conocer y creer verdaderamente a Dios!
REFLEXIÓN EN AUDIO ABAJO
REFLEXIÓN EN AUDIO ABAJO
Saberse rescatado por Dios, sólo por gracia, es
algo que cambia la vida, la manera de pensar y de vivir. Con su nacimiento como
un bebé en esta tierra, Jesús comenzó a salvarnos, a mostrarnos que Dios no
está enojado, está buscándonos incansablemente para salvarnos, pues no desea la
muerte del pecador, sino que se convierta y viva plenamente. Esperábamos un
Dios que destruyese el mal en la tierra destruyendo a los pecadores, pero Él en
su sabiduría infinita más bien desea salvar a todos, porque todo lo ha hecho
bien, porque en cada ser humano que hoy obra el pecado hay una obra inacabada
de sus manos, porque Él sabe que su Palabra de verdad, su Espíritu Santo, es
capaz de renovar todas las cosas. Sí, para Dios ¡nada está perdido! ¡Todo tiene
solución! ¡El poder de su amor que perdona es capaz de cambiar el corazón más
endurecido como roca en un corazón de carne que ame, que sea feliz.
Leví, El recaudador de impuestos, es un ejemplo
claro de ello, apenas sintió que quitaban de encima de él el yugo del pecado,
libremente corrió hacia Jesús y no lo abandonó nunca más, tanto que,
convirtiéndose en Mateo, llegó a ser un precioso instrumento de salvación para
muchos al escribir el Evangelio. ¿Quién lo hubiera dicho? Un pecador siendo
instrumento de salvación. Jesús no se detuvo en su condición de pecador en la
que se encontraba al toparse con él, miró lo que su Santo Espíritu podía llegar
a hacer de él, se lo ofreció, él lo tomó, y su vida toda cambió. ¿Qué puede
hacer Él hoy por ti? ¿Qué podrá hacer su gracia por este mundo tan corrompido,
por esas malas personas que no lo han conocido aún? Todo, puede hacerlo todo.
¿Cómo juzgas hoy tú la realidad de este mundo, a
esa persona que roba, mata, defrauda, engaña, ofende? ¿como causa perdida? ¿como
irremediable? ¿cómo juzgas tu mismo pasado, perdido? Para Dios no hay
imposibles, recuerda, Él hace nuevas todas las cosas.