miércoles, 30 de mayo de 2018

Libertad - Evangelio del 03/06/2018 - Domingo IX Tiempo Ordinario - Mc 2, 23-3,6




El Evangelio de este domingo consta de dos partes: la primera, donde se da una controversia entre Jesús y los discípulos con los fariseos, sobre la cuestión de las espigas arrancadas en sábado. La segunda, donde Jesús entra en la sinagoga y sana a un hombre que tenía la mano seca, también en día sábado. Lo que une estos dos episodios de la vida de Jesús es precisamente el tema del sábado, que Jesús profundizará enormemente para comunicarnos verdades de suma importancia.
Cuando Jesús es interrogado por los fariseos sobre por qué sus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado, Jesús responde paragonando el hecho con otro sucedido en el pasado: Jesús y sus discípulos-David y sus seguidores. Jesús compara su situación con aquella del rey David. Cuando le sucedió esto, David no era todavía reconocido como rey; ya había sido ungido por Samuel, pero no había ascendido al trono, se encontraba huyendo, esperando que llegara su hora. Así también se encuentra Jesús: el verdadero Rey ungido con Espíritu Santo, poder de Dios, y aún no glorificado por el misterio de su pasión, muerte y resurrección. Con esta comparación, Jesús no sólo les echa en cara a los fariseos su desconocimiento de la Escritura, sino que les anuncia y les revela lo que está sucediendo: como David, este verdadero Mesías está siendo perseguido, aunque ha sido ungido por Dios mismo. Es una señal clara para los fariseos de que el verdadero Rey está aquí y de que su reino está llegando, y a la vez también pone de manifiesto que ellos se han cerrado a esta revelación, que han endurecido el corazón.
Jesús no se detiene en compararse con el rey David, sino que busca ser reconocido como Señor al afirmar que “El sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. Así que el Hijo del hombre es Señor también del sábado”.
Pero, para nosotros hoy, ¿qué significado tiene esta discusión sobre la ley? La cuestión no es discutir quién tiene la razón, sino mostrar que lo que Dios busca es favorecer al hombre, que sus leyes son para ayudarle a vivir libre, que lo que Dios manda no es un peso sino un camino de liberación. Los fariseos, al convertir la ley de Dios en opresión para los hombres estaban alterando, desvirtuando completamente la ley y la identidad misma de Dios. Falseaban su rostro. Y eso es grave: hacer decir a Dios lo que no dijo, mandar algo en nombre de Dios sin ser su voluntad, anunciar como verdadera una identidad falsa de Dios. Debemos aclarar que aquí no está en juego el valor de la ley, sino su verdad profunda y su función.
Podemos darnos cuenta que a veces, en nuestra propia vida, nos comportamos de igual manera que los fariseos: nos preocupamos o sentimos mal por haber roto un precepto de la ley, por ejemplo haber comido algo antes de la Eucaristía cuando la ley me dice que no hay que comer nada antes de una hora por diversos motivos, o no haber ayunado cuando era precepto hacerlo, o no haber hecho mis oraciones completas como Dios manda, etc., pero no nos preocupamos tanto por haber hablado mal de alguien, por haber inducido al pecado a otros, por enseñar a los pequeños malos ejemplos de vida, por maldecir a los que no son como deberían ser, por dejar de hacer el bien que podríamos hacer, y un largo etcétera.
Lo que nos enseña Jesús es a mirar y vivir la ley desde un nuevo ángulo: el amor y la misericordia. El pecado seguirá siendo pecado siempre, y lo bueno seguirá siendo bueno siempre, en esto no hay relativismo; pero haber recibido el Espíritu de Dios me debe conducir a ser misericordioso como Dios lo es conmigo, pues sólo la misericordia salva, hace nuevas todas las cosas. De hecho, nos escandalizamos cuando otros rompen las reglas, pero no tanto cuando lo hacemos nosotros; siempre encontramos una justificación para mitigar la culpabilidad, a veces diciendo: todos lo hacen, este mundo así funciona, tú qué vas a saber si no conoces mi historia, etc.
El Papa Francisco nos ha repetido muchas veces de distintos modos que “Dios nunca se cansa de perdonar”.
Jesús da un paso más. Dice: ¿qué es lícito hacer en sábado? El sábado, en su sentido original, era un precepto en favor del hombre, un día no sólo de obligatorio descanso, sino un día para re-crearse, un día para dar sentido a todos los demás días de la vida del hombre, un día que le enseñaba y le recordaba al hombre qué cosa es lo más importante: ¡Tú! Y no sólo un “tú” individual, el tuyo, sino el “tú” de la humanidad. Tan importante es para Dios el hombre como la mujer, los poderosos como los humildes, tanto los sanos como los enfermos, tanto los buenos como los malos, tanto el judío como el no judío, tanto el casado como el divorciado, etc. Jesús da a los fariseos el poder para juzgarlo, y al hacerlo realizan su propio juicio. Comprendieron que en sábado era lícito hacer el bien, y prohibido hacer el mal, pero al final decidieron hacer el mal en sábado al pronunciar sentencia contra Jesús y buscar hacerle perecer.
Fijémonos en un detalle presente en el Evangelio. Dice que Jesús entró en la sinagoga y puso en medio un hombre que tenía la mano seca. Las manos son extremidades del ser humano de suma importancia. Con ellas puede construir el mundo, trabajar la creación y cumplir el mandato de Dios, acariciar y proteger a los demás, levantar al que ha caído, alabar a Dios. En fin, rehabilitar esas manos significa devolverle toda su dignidad y posibilidad de ser un hombre completo, hacerlo re-vivir. Jesús, ante las malas intenciones y la cerrazón de los fariseos, los mira con indignación y se conduele por la ceguera de su corazón. Les ha mostrado la luz, pero ellos prefieren conscientemente la oscuridad, sus intereses, sus instituciones. Aún sabiendo que realizar esa curación le haría caer sobre sí la furia de los fariseos, Jesús no duda en sanar a este hombre, quiere prontamente darle vida, y solamente le ha pedido extender su mano. ¿Qué es lo que Dios te pide a ti hacer para salir de tu oscuridad? ¿Qué es aquello tan oprimente que a veces pensamos Dios nos pida? ¿Estás seguro que Dios viene para quitarte algo, para prohibirte algo? ¿No es más bien que Él viene a ti para hacerte un regalo y no para quitarte nada?
El ser humano aún hoy continúa creyendo el engaño y la mentira que la serpiente pronunció hace ya mucho tiempo: que Dios está celoso de su creatura y que sólo busca someterlo, que no quiere que veamos la luz porque entonces se nos abrirían los ojos, que sus leyes, esas que se resumen en no comer del fruto prohibido, son sólo un capricho suyo. Jesús ha desenmascarado al maligno y mostrado la verdadera intención de Dios: liberarnos, hacernos ver la verdadera luz, poder llegar a ser como Él, como Dios. Pero también nos ha revelado que Dios es amor y no tiranía ni egoísmo. La gran revelación en Jesús, Hijo de Dios, es esa: Dios es Padre bueno, Amor, comunión. Y nosotros estamos llamados a ser como Él.
Finalmente, el Evangelio de este Domingo busca ponernos en el lugar de los fariseos: iluminados por la Verdad, nos llama a juzgar por nosotros mismos cuál sea el camino que nos conviene y cuál en cambio nos lleva a destruirnos a nosotros mismos, a deformarnos profundamente. Si respondemos con sinceridad y verdad, y a la vez confiamos en que Él estará a nuestro lado y nos dará lo que necesitamos para ser fieles, encontraremos la vida, el perdón de nuestros pecados y la libertad de hijos de Dios. Paz y Bien.
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jueves, 24 de mayo de 2018

Santísima Trinidad – Evangelio del 27/05/2018 – Mt. 28, 16-20





Hoy es Domingo, día del Señor. Celebramos este Domingo la solemnidad de la Santísima Trinidad, el misterio de Dios que Jesús nos ha abierto y en el cual nos hace morar el Espíritu Santo.
La palabra misterio alude a algo secreto, cerrado, desconocido. Si bien Dios se había ido mostrando pedagógicamente a su pueblo en el Antiguo Testamento, no es sino hasta que Jesucristo tomó nuestra carne que nos fue revelado plenamente el gran secreto de Dios: que es Amor, comunión. Todos constatamos que aún siendo esto cierto, no llegamos a comprender cómo sea posible esta verdad revelada: que el Padre es Dios, que el Hijo es Dios, que el Espíritu Santo es Dios. Tres personas, un sólo Dios. Podemos decir que Jesucristo nos ha dado la llave para penetrar en el misterio, para entrar en él, pero su comprensión plena, que algunos llaman visión beatífica, está reservada para el momento de nuestra glorificación por gracia, bondad y misericordia de Dios, cuando Él nos justifique y nos haga morar en su casa plenamente. Sabemos por la fe cuál es la verdad, la veremos tal cual es cuando seamos plenamente uno con Él y en Él.
Quien acepta a Jesús en su vida, comienza a vivir en y del misterio de Dios, comienza a transformar su mirada y a ver las cosas, la historia, las personas y todo desde la óptica de Dios. Y todo cambia.
Jesucristo nos abre la puerta al misterio de Dios, que es su propio misterio, y el Espíritu Santo nos va regalando cada vez más y más luz, para ir comprendiendo siempre un poco más el abismal e infinito misterio de Dios.
Al pensar en el misterio de Dios que se nos ha revelado como comunidad-comunión, como tres personas y un sólo Dios, como una familia donde sus integrantes se aman tan perfectamente que llegan a estar profundamente unidos, me venía a la mente la familia humana, comunidad que, aunque imperfecta, realiza un misterio de comunión gracias a los lazos de amor que unen a sus integrantes. Cuando un amigo o amiga nos presentan a su familia, este amigo o amiga ha servido de llave para poder conocer a sus seres queridos, y permaneciendo en la amistad con él o ella, podemos llegar a sentirnos parte de su familia, porque comenzamos a conocerlos y a quererlos como familia nuestra también. Mientras más los conocemos, más aumenta nuestro afecto y más unidos a ellos estaremos. Analógicamente esto podría servirnos para adentrarnos en el misterio de Dios que hoy celebramos: Jesucristo me ha mostrado al Dios comunión, al Dios familia, la luz del Espíritu Santo me ha iluminado para conocer más al Padre y al Hijo, haciendo que yo me una más ellos, tanto que ahora también yo soy hijo amado de Dios.
Si bien nadie puede conocer a Dios en toda su verdad si no es a través del Espíritu Santo y la fe en Jesucristo, Dios mismo sale al encuentro de los hombres y mujeres para que lo puedan conocer. Es un misterio inescrutable, pero deseoso de revelarse a toda creatura; es un misterio impenetrable, pero que las heridas abiertas en el cuerpo de Cristo por amor, nos han abierto la entrada a este misterio. ¡Cómo no celebrar tan maravilloso plan en favor nuestro! ¡Cómo no decir: benditas llegas, bendita muerte, bendita Cruz que nos engendró a la vida en el Espíritu!
Sería inútil buscar una argumentación racional que fuera capaz de explicarnos el misterio Trinitario de Dios, no la hay. Y, sin embargo, este misterio puede llegar a ser nuestro si nos dejamos guiar por las Palabras de Jesucristo y transformar por la acción santificadora de su Espíritu.

El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús después de su muerte y resurrección, que se acerca a sus discípulos que, si bien se postraban ante Él reconociéndolo como Señor, en su corazón seguían titubeantes. Detengámonos en este detalle: Se postran ante Él como signo de adoración, pero algunos titubeaban. Al parecer, también hoy seguimos habiendo discípulos así, que reconocemos su majestad, su divinidad, su resurrección, pero que al mismo tiempo titubeamos en obedecerlo, dudamos en seguirlo, no lo arriesgamos todo por Él, no le respondemos con generosidad ante su gesto incomparable de amor por nosotros. ¿Te has dado cuenta que muchas veces buscamos obedecerle en lo mínimo y no con magnanimidad? ¿Te has dado cuenta que, aunque reconozcamos la belleza y verdad de sus palabras, seguimos considerando su voluntad y sus mandatos como un peso? ¿Te has dado cuenta que a veces dudamos de Él, de su presencia, de su camino de abajamiento y humildad? ¿Te has dado cuenta que a veces lo seguimos por “deber”, por “obligación” y no por amor, y que nos dan más alegría las palabras “la misa ha terminado” que las de “En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo”, que casi nunca escuchamos por llegar tarde a la cita del domingo con Él?
No obstante las dudas y fragilidades de sus discípulos, Jesús está cerca de ellos y les dice: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; vayan y enseñen a todas las naciones el misterio de Dios, yo estaré con ustedes para siempre”. Jesús sabe mejor que nosotros que no debemos esperar a comprenderlo todo o a haber vencido nuestros pecados para ir a proclamarlo. Él sabe que caminando en su presencia y en obediencia a sus palabras, el Espíritu Santo, su Espíritu, nos irá transformando y modelando para ser los discípulos que Él quiere. Es tan sutil la diferencia entre el así llamado fariseísmo que Jesús denunciaba, con el “buen” deseo de no querer ser hipócritas con Jesús cuando pensamos en nuestro interior: “mejor no lo sigo porque bien sé yo que no soy bueno”. En otras palabras, justificamos nuestro no querer seguirlo, nuestra falta de perseverancia en nuestra conversión, diciendo que “mejor no lo sigo porque voy a seguir pecando”. ¡Como si fuera posible liberarnos de nuestros vicios y pecados sin Él! Precisamente Jesús nos dice que a Él pertenece todo el poder para que confiemos en que Él realizará su obra en nosotros con todo su poder, si en Él ponemos toda nuestra confianza. Si has pecado ¡levántate! ¡ve hacia Él! Él no te rechaza, al contrario, te ordena que lo busques para liberarte del engaño del pecado y hacerte experimentar la misericordia y fortaleza que hoy necesitas.
Cuando Jesús envía a sus discípulos a enseñar y a bautizar a todos, obviamente no se refiere a ir por ahí enseñando doctrinas, teorías que no sirven de nada si antes no te has dejado perdonar por Él, si antes no te has encontrado con el poder de su gracia. Tampoco significa que vayamos por las calles con nuestra botella de agua bendita para bautizar a todo el que se nos atraviese. Significa ir en misión como Él lo hizo: predicando con gestos de perdón, hablando de la misericordia que hay en Dios para todos antes que de una condenación o castigo merecido; significa anunciar que Dios es en sí mismo una familia unida en comunión, de la cual yo formo parte por su sola misericordia, actuar en su nombre como miembro de su cuerpo buscando llevar salud a los miembros que se han enfermado y se han dejado invadir por el cáncer del pecado y de la soledad; significa hacer sentir al que vive en soledad que en realidad no está solo y nunca lo ha estado. Como dice san Pablo en alguna parte de sus cartas: considérense todos miembros del mismo cuerpo ¿y quién hay que no se preocupe por sus propios miembros?
En fin, este domingo estamos llamados a tomar mayor conciencia del misterio de Dios que nos ha sido revelado, misterio del cual formamos parte desde nuestro bautismo, y a seguir esforzándonos por mostrarlo a todos sin excluir a nadie, pues todos somos creaturas de sus manos, y a todos Él quiere salvar. Por el camino Él irá realizando su obra en nosotros, y también por el camino Él nos afianzará en la certeza de su presencia. Paz y Bien.

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lunes, 21 de mayo de 2018

Canto: "Preciosa Eucaristía" - autor fray alex




A veces no sabemos qué decir a Dios,
a veces queremos sólo estar a su lado,
y mirarlo, y sentir que nos sana,
y experimentar su fortaleza y escuchar su voz.

Eso Basta.

Puedes descargar este y otros temas AQUÍ.



PRECIOSA EUCARISTÍA

Do
    Do                          Fa               Sol
Adoro tu presencia en todo lugar,
             -la             Fa            Do           Sol
y en el Pan de la vida donde Tú te das,
            -la             Fa            Do              Sol
sacramento, alimento, lugar de unidad;
             -la             Fa           Do   Sol
es tu alianza perfecta y eterna,
         -la          Fa   Sol        Do
fortaleza, cobijo al caminar.


        Do                                      Fa             Sol
Preciosa es tu Sangre derramada por mí,
         -la              Fa             Do              Sol
yo la bebo del cáliz, me siento abrazar,
            -la             Fa             Do              Sol
sacramento adorado, borras mi maldad;
              -la            Fa           Do   Sol
es tu alianza perfecta y eterna,
             -la             Fa           Sol          Do     Sol
oh Cordero Inmolado, tu vida me das.

Do               Sol                 -la                Fa       
E---------—uca----------ristí--------------a,       
Do     -mi       -la   -la7     Fa     -re7          Sol
adoro tu presencia--, adoro tu humilda--d.



Do               Sol                 -la                Fa       
E---------—uca----------ristí--------------a,       
Do            -mi          -la   -la7            Fa    Sol    Do     Sol
restauras Tú mis fuerzas, nueva vida me das.


Do  -mi  -la  -la7      
Fa    Sol  (2)   Do


        Do                                      Fa             Sol
Preciosa es tu Sangre derramada por mí,
         -la              Fa             Do              Sol
yo la bebo del cáliz, me siento abrazar,
            -la             Fa             Do              Sol
sacramento adorado, borras mi maldad;
              -la            Fa           Do   Sol
es tu alianza perfecta y eterna,
             -la             Fa           Sol          Do     Sol
oh Cordero Inmolado, tu vida me das.



 Do               Sol                 -la                Fa        Do     -mi       -la   -la7     Fa     -re7          Sol
E---------—uca----------ristí--------------a,        adoro tu presencia--, adoro tu humilda--d.
Do               Sol                 -la                Fa          Do       -mi          -la -la7           Fa    Sol Do     Sol
E---------—uca----------ristí--------------a,        restauras Tú mis fuerzas, nueva vida me das.

         

1- E---------—uca----------ristí--------------a,        adoro tu presencia--, adoro tu humilda--d.
2-  Te adoro, oh Jesús, ven y mora en mí.          Con tu Santo Espíritu lléname, transfórmame.

1- E---------—uca----------ristí--------------a,        restauras Tú mis fuerzas, nueva vida me das.
2-  Te adoro, oh Jesús, ven y mora en mí.       Con tu Santo Espíritu     ven, transfórmame.

jueves, 17 de mayo de 2018

Pentecostés – Evangelio del 20/05/2018 – Jn 15,26-27; 16,12-15


Celebramos este Domingo la gran Solemnidad de Pentecostés, el don del Espíritu Santo.
 Como hemos escuchado muchas veces, el Espíritu Santo es Dios mismo, en su misterio Trinitario: tres personas, un solo Dios.
 El Evangelio de este Domingo, tomado de San Juan, lo llama Paráclito, Espíritu de la Verdad y proveniente del Padre. Paráclito se traduce comúnmente como abogado, defensor, consolador o consejero.

Sus raíces griegas son:
 -  el prefijo “para”, que significa “junto a”, “de parte de”. Entre otros significados, prevalece el de “estar”;
 -  el verbo “kalein”, que significa “llamar, convocar”, del cual también procede “Iglesia”;
 -  y el sufijo “-tos”, que indica que ha recibido la acción.
 De ahí la traducción como “abogado” y otros términos, que aluden a Uno que ha sido llamado para estar a y de nuestro lado, activamente.

 “Espíritu de la Verdad”. Cristo en el Evangelio se ha revelado como Camino, Verdad y Vida. Si Cristo es la Verdad, el Espíritu Santo nos abre los ojos para ver esta verdad en su misterio, nos atrae hacia ella, nos hace conocerla y nos mueve a abrazarla. El Espíritu de la Verdad es el Espíritu de Cristo.

 “Que proviene del Padre”. El catecismo de la Iglesia (n. 689) nos dice que es inseparable del Padre y del Hijo, tanto en la vida íntima de la Trinidad como en su don de amor para el mundo; también afirma que la fe de la Iglesia profesa la distinción de las Personas: Cristo es quien se manifiesta, Imagen visible de Dios invisible, pero es el Espíritu Santo quien lo revela.

 En esta gran solemnidad, celebramos el misterio del don del Espíritu Santo donado a cada uno de nosotros para nuestra salvación. Él es parte fundamental de la salvación: si hoy podemos profesar la fe en Cristo es gracias a su obra interior en nosotros; si hoy llamamos a Dios Padre lo hacemos en el Espíritu Santo. Es Él quien nos hace Hijos de Dios, pues nos introduce en el misterio insondable de Dios, misterio que el Espíritu Santo conoce íntimamente y nos comunica.

 ¿Por qué invocamos sobre nosotros el Espíritu de Dios especialmente en este día? Porque celebramos sacramentalmente el misterio que hemos ya mencionado, su presencia que nos transforma y santifica, porque al presentar ante nosotros el misterio de Jesús y disponer nuestro corazón a aceptarlo, ahí nacemos como nuevas creaturas, ahí se realiza el misterio de nuestra redención, haciendo de nosotros hijos de Dios.

 El Espíritu Santo de Dios no hace magia en nuestra vida; nos abre a la fe y se manifiesta en nosotros para que seamos fieles a la Verdad recibida. Todos hemos escuchado hablar o hemos visto supuestas manifestaciones exteriores de su presencia, muchas de ellas verdaderas, otras no. La obra del Espíritu de Dios es sobre todo interior: busca liberarnos, hacernos experimentar y sentir fortaleza y confianza para testimoniar que Jesucristo es el Salvador. Su presencia nos consuela, nos restaura, nos convence para no alejarnos de la Verdad que es Cristo. Toda supuesta manifestación que no nos mueva a ser testigos de Cristo con nuestras obras es falsa, o por lo menos incompleta. La fe, obra del Espíritu Santo, se manifiesta en nuestras obras.

 Es muy bello experimentar su presencia: nos dona paz, alegría, gozo, fortaleza, sabiduría, consejo, entendimiento, piedad, temor de Dios y mucho más.  Su presencia no es amenazante, sino reveladora.
 Es cierto que en nuestro bautismo hemos recibido sacramentalmente el don del Espíritu Santo, y que Este no se irá nunca de nuestro lado: para siempre seremos hijos de Dios. Pero también es cierto que podemos no hacerle caso, decidir no seguir su consejo. Si lo invocamos sobre nosotros no es para despertarlo como si durmiera, o porque no esté en nosotros ya; al contrario, al invocarlo es Él quien nos despierta de la muerte espiritual que el pecado ha producido en nosotros, nos resucita de la muerte.

Dice el Evangelio de este día que el Espíritu de la Verdad “nos introducirá en toda la verdad, nos dirá lo que ha oído y nos anunciará lo que irá sucediendo”. Es un misterio que abraza presente, pasado y futuro, por así decirlo. En el presente, hoy, nos hace conocer la Verdad, nos habla de lo que ha visto y nos asegura para el futuro. Cabe preguntarnos: ¿qué espero yo de esta fiesta de Pentecostés? ¿un milagro exterior? ¿Qué “me cambie” sin yo hacer nada? 

El Espíritu de Dios no hará lo que nos toca a nosotros hacer, pero sí nos sostendrá. No podemos esperar en este día que veamos lenguas de fuego o que se nos aparezca como una “paloma”. Ya mencionamos que la obra del Espíritu Santo es sobre todo interior. Esto significa que es una experiencia real, pero también personal e íntima. Él puede hacernos experimentar tal seguridad, fortaleza, salud y confianza en Dios y su salvación, que deseemos sólo comunicarlo a los demás, a los que aún no lo conocen y viven temerosos, angustiados o tristes y con un futuro incierto. Su presencia nos hace tomar la decisión de querer ser discípulos de Cristo y seguidores suyos; nos hace poner manos a la obra en la actuación del amor al prójimo; nos hace descubrir gozo y paz justo ahí en las situaciones más adversas; nos hace experimentar la infinita misericordia de Dios y la certeza del perdón de nuestros pecados de tal manera que nos sintamos ligeros, alegres y totalmente renovados; nos hace vivir la vocación a la que hemos sido llamados: ser santos.

 Es el Espíritu Santo quien nos hace capaces de ser y sentirnos amados profundamente por el Padre del cielo, redimidos por la muerte y resurrección de Cristo que se ha ofrecido para nuestra salvación. Esta certeza de saber que Dios piensa en mí, se preocupa y se ocupa de mí, nos hace vivir seguros nuestra vida presente y confiar en el futuro, pues con Él a nuestro lado como Paráclito, nada puede angustiarnos ni destruirnos. En nuestra vida aquí en la tierra puede ser que nos toquen experiencias difíciles, grandes desilusiones, incluso terribles situaciones ante las cuales lleguemos a pensar: ¿en verdad Dios está aquí en medio de tanta maldad humana? El Espíritu Santo se encargará de fortalecernos, de lograr que en nuestra debilidad y en la situación más terrible, continuemos siendo luz, una interrogante para los demás: ¿y éste porqué sigue creyendo si le está yendo tan mal? Pensemos a Cristo mismo en la Cruz, cuando se vio tentado a bajar de ella, cuando el Padre Dios no le ahorró el sufrimiento de la Cruz: el Espíritu de Dios se convirtió en su fortaleza, en su fidelidad, en su perdón hacia los que lo crucificaban; pensemos a los mártires que inexplicablemente se mantuvieron fieles hasta el final, incluso siendo amenazados de muerte, torturados, sentenciados y ejecutados: el Espíritu de Dios les dio palabras de Verdad y fortaleza en el dolor. Lo mismo sucede hoy y sucederá siempre, pues hemos recibido su unción: seremos testigos de la Verdad que hemos conocido y experimentado si le permitimos guiar nuestra vida en obediencia a su voz.

Hoy más que nunca necesitamos fuertes y valientes testigos de Cristo para combatir el egoísmo y la maldad del mundo; por ello es necesario que hoy nos llenemos de su Espíritu Santo, buscándolo constantemente en los sacramentos, en la oración, en la caridad con el prójimo. Todo esto nos preparará para dar testimonio de la Verdad cuando nos sea requerido. Nadie puede testimoniar la Verdad si no vive en ella y de ella.

 En fin, todo en la Iglesia es obra del Espíritu Santo. Toda gracia proviene de Él, toda misericordia del Padre nos llega a través de su presencia, toda Palabra de Verdad que es Cristo la comprendemos, abrazamos y anunciamos porque el Espíritu de Dios mora en nosotros, nos ha ungido. No hay cristianismo sin vida en el Espíritu, no hay salvación sin este Paráclito, el cual nos defiende del maligno y nos hace vencedores en el combate espiritual. Así como María, la madre de Jesús, fue llena del Espíritu Santo y dio a luz al Salvador, también nosotros, llenos del Espíritu de Dios cada vez más, seremos capaces de dar a Cristo a los demás. Paz y Bien.

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jueves, 10 de mayo de 2018

La Ascensión del Señor – Evangelio del 13/05/2018 – Mc 16, 15-20


Celebramos en este Domingo de Pascua la Ascensión del Señor, tomada del Evangelio de san Marcos.
Lo que se espera de la última página de un libro es su finalización, su conclusión. El Evangelio de hoy, en cambio, es todo un inicio, marca el inicio de la historia de la Iglesia de Cristo. Esta escena final del Evangelio resalta por su dinamicidad, todo es movimiento: Jesús que envía a los apóstoles a realizar su obra, Jesús que sube al cielo, los discípulos que van y proclaman, el Señor que actúa con ellos y confirma la obra de los suyos.
Lo primero es que al ascender Jesús les da un mandato a los discípulos: vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. Es un mandato que busca abrazarlo todo: todo el mundo y todo lo creado. Todo el mundo quiere decir por todas partes, en todo momento de la vida y donde sea que nos encontremos y sea lo que sea que hagamos; haber conocido Cristo, su Palabra y su misericordia, no es algo que se pone y se quita, más bien es algo que forma ya parte de nosotros, que nos hace ser lo que hoy somos: hijos de Dios salvados por gracia. El cristiano no deja de serlo nunca, la gracia recibida ha transformado su ser. Lo raro es lo segundo, predicar a toda creatura; significa que no sólo a los hombres y mujeres debemos dar testimonio de Cristo, sino también ser cristianos en nuestra relación con el mundo, con los bienes que son de Dios y Él nos ha dado para ser administradores: tratar con amor la creación, servirnos de ella para nuestro sustento y crecimiento humano, ya no siendo depredadores de las cosas porque hemos comprendido que no somos sus dueños individualmente, sino hombres y mujeres que necesitamos para vivir de lo que Dios ha querido donarnos. De todo esto se deriva también que el que acumula riquezas roba no sólo al Creador sino también al hermano que tiene la misma necesidad que tú de las cosas. El mensaje que debemos predicar es el Evangelio, y Evangelio es la persona de Jesús, es el amor que perdona, es ser nueva creatura, es el amor del Padre que acoge a todos y a todos bendice, es el amor a los que han pecado, es la salvación universal. Es siempre bueno preguntarnos si en nuestra vida de cristianos estamos predicando a Cristo y su mensaje así como Él nos ha dicho, ya que a veces somos tentados en cambiarlo dependiendo de nuestros intereses, quitándole la fuerza que le es propia, mutilando a veces al mismo Cristo y dándolo a pedacitos. Muchos, con tal de no “perder” amigos o “fama” o “comodidades”, se conforman con una vida cristiana a medias, incluso eludiendo el mandamiento de anunciarlo y creyendo que baste creer en Dios en lo profundo del corazón, creyendo que no hay que ser exagerados o fanáticos hablando a los demás de mis creencias, que cada quien es libre de hacer lo que quiera, basta que nos respetemos. Incluso llegamos a creernos eso de que no hablo de Cristo para no ofender a nadie. ¿A caso el enamorado esconde su amor?
Hablar de Cristo y vivir según sus enseñanzas no puede ni ofender ni dañar a nadie, al contrario, vivir profundamente la fe sólo puede poner paz donde hay conflicto, luz donde hay oscuridad, amor donde hay odio, perdón donde hay rencor. Ciertamente que no todos aceptarán el mensaje de Cristo, pero quien lo acepte gustará de una alegría, paz y gozo que sólo el Espíritu de Dios puede dar. No hay que pedir ni permiso ni perdón por ser cristianos, hay que vivir la fe profundamente para que otros sean atraídos a Jesús.
El Evangelio dice también que para salvarse hay que creer y bautizarse. No significa simplemente profesar el credo y realizar el rito del bautismo, pues creer en verdad significa arriesgar, confiar plenamente, tener una dirección en la vida y mucho más, y bautizarse significa vivir sumergidos en el misterio de muerte y resurrección de Cristo y desde ahí mirar e interpretar toda la realidad y la propia historia.
Jesús ha dicho también que hay milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará daño, impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos. Son signos que hay que entender desde la misma escritura. Jesús nos envía a anunciarlo, y su presencia hace que los demonios desaparezcan, es decir, que todo lo inhumano que hay en el ser humano, como el ansia de poder, el egoísmo, la soberbia, la infelicidad, etc., desaparezca, huya. El mal y los demonios existen, pero normalmente lo que percibimos de ellos es el efecto de su presencia en nuestro corazón: Jesús puede arrojarlos y llenar de su Espíritu a su creatura más amada, y morar para siempre en ella. La presencia de Jesús nos enseña a hablar nuevas lenguas, ya no el lenguaje del odio, del egoísmo, del sentirnos superiores y despreciar a los pequeños, de la guerra, del engaño, del fraude, sino el lenguaje con el que Él mismo nos ha hablado: sus gestos concretos de misericordia. El cristiano, todas sus palabras, toda su vida, todos sus gestos, todos sus planes y proyectos saben expresarse desde esa nueva vida que han recibido; y hablando este lenguaje nuevo, los demás lo entenderán. Cogerán serpientes en sus manos: para entender esto debemos recordar las serpientes en la escritura, símbolos del mal, de la tentación, de la astucia para engañar, del disfraz del mal. Jesús nos da su Espíritu para ser capaces de descubrir la presencia del mal que nos puede estar tentando hoy y que sabe camuflarse bastante bien: con el Espíritu de Dios somos capaces de tomar en mano la tentación estando unidos a Él y vencerla. Beber veneno sin que nos haga daño. Decía un predicador que en realidad todos bebemos algo de los venenos mortales a los que se refiere Jesús: el pecado es un veneno mortal. Todos bebemos algo del pecado, de esos venenos como las ideologías que nos rodean y escuchamos constantemente: ideologías sobre la sexualidad, ideología de género, ideologías políticas, económicas, religiosas, sobre el aborto, eutanasia, etc. Otros ejemplos de venenos mortales son la inmoralidad social, las religiones hechas a mi medida, la guerra como solución de conflictos, y un largo etcétera. Al decir que todo esto no nos hará daño no significa que Jesús nos “dé permiso de asumirlo”, sino que podemos encontrar en Él el remedio al pecado que hayamos cometido, para poder unirnos a Él en comunión y no ser más presa del pecado, sino libres en Él. Incluso, también quiere decir que podemos y debemos caminar en medio de todos esos peligros, puesto que ahí es donde quiere llegar Él para sanarlo todo. Estamos en el mundo pero no somos del mundo, y hay Uno que nos protege y nos defiende.
Por último, imponer las manos y sanar a los enfermos no significa que Jesús nos envía a ser taumaturgos. Algunas sectas se promueven a sí mismas prometiendo salud física, sanación de dolores corporales si te unes a ellos y pagas tu cuota, y al final cuando no ocurre nada, la culpa es tuya por no tener fe o no haberlo dado todo. A veces también muchos católicos caemos en esto de una u otra manera cuando nos alejamos de Dios porque no le dio la salud a mi hijo, porque no evitó este cáncer, etc. Jesús sanó a los enfermos como signo de su identidad de Hijo de Dios, Mesías enviado, pero su medicina no es un espectáculo. Jesús mismo fue tentado en esto cuando lo buscaban sólo por sus milagros, o cuando le dijeron “si eres Hijo de Dios, baja de la cruz y te creeremos”. Jesús murió en la Cruz, y Dios Padre no le evitó el sufrimiento. El milagro más grande fue no haber bajado de la Cruz, fue mirarlo vencer la tentación en el desierto, fue cambiar el corazón de sus discípulos, fue quitarles la tristeza y llenarlos de alegría permanente, fue convertir a Pablo de perseguidor a apóstol suyo. Todo aquel que ha conocido y aceptado a Cristo en su vida, comprende bien que su corazón ya no está enfermo, que ahora ve bien, que ahora su corazón puede sentir, que ahora puede tocar con nueva sensibilidad a sus hermanos, que ahora escucha, que ahora habla palabras verdaderas. La sanación de Jesús podemos transmitirla a los demás imponiéndoles las manos, es decir, consagrando a los que sufren llenándolos del Espíritu de Dios. No hay vida más enferma que la que no es feliz, la que no es plena, la que está frustrada.
Algo más del Evangelio es ese detalle sobre Jesús: se dice que sube al cielo y se sienta a la derecha de Dios, pero a la vez se dice que se va con los discípulos porque actuaba con ellos y confirmaba sus palabras con milagros. ¿Está en el cielo o está en la tierra? La diestra de Dios en la Biblia significa su poder, su fuerza. Ciertamente en el cielo no hay un trono de oro donde Jesús está sentado sin hacer nada, esperando que lo alcancemos. Estar a la derecha de Dios significa tener toda la autoridad, compartir todo el poder, y su poder es el Amor. Ciertamente el Señor está con sus discípulos de ayer y de hoy, compartiendo con ellos la diestra de Dios.
Concluimos nuestra reflexión del Evangelio de este Domingo con la oración colecta que nos propondrá la santa Misa:


Concédenos, Dios todopoderoso, rebosar de santa alegría y, gozosos, elevar a ti fervorosas gracias ya que la ascensión de Cristo, tu Hijo, es también nuestra victoria, pues a donde llegó él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, que somos su cuerpo. 


¡Paz y Bien!




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sábado, 5 de mayo de 2018

¿Obligados a amar? - Evangelio del 06/05/2018 - VI Domingo de Pascua - Jn 15, 9-17


¿Obligados a amar?

El Evangelio de este VI Domingo del tiempo de Pascua está tomado de san Juan capítulo 15, versículos del 9 al 17, y nos habla de Jesús que da a sus discípulos la indicación de permanecer en su amor cumpliendo los mandamientos, diciéndoles también: “Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros como yo los he amado”.
Comencemos preguntándonos si sea lícito que alguien nos de el mandamiento de amar. Si hay algo a lo que nadie nos puede obligar, es justamente a amar. Nos pueden obligar a hacer algo que no queramos, incluso algo malo, pero si lo hacemos forzados a cumplirlo, lo haremos sin amar lo que nos mandan. Entonces nadie puede obligarme a amar. Para descubrir el sentido y la vida que se esconden en el mandamiento del amor, debemos partir de otro lado: el amor que Jesús nos mostró y nos sigue mostrando hoy.
Jesús dice: ámense como yo los he amado. Él ha mostrado su extremo amor a los discípulos momentos antes al lavarles los pies, al partir con ellos el pan y compartir su vino, haciendo de ellos sus amigos y no sus sirvientes, más aún, poniéndolos en el lugar de sus señores. Es como si Cristo les dijera: Yo soy de ustedes. ¡Qué grande amor revestido de verdadera misericordia, humildad y servicio! De este amor que nos ha amado primero, que nos ha cautivado profundamente, es que nace nuestra respuesta de amor hacia Jesús. Sanando a todos, estando cerca de los que han sido menospreciados, lavando los pies a todos, dando su vida en la cruz y resucitando es como Jesús nos ha amado. El mandamiento nuevo del amor nace precisamente de la nueva identidad que Jesús nos ha ofrecido en regalo: ser sus amigos, hijos amados de su Padre. Nadie es capaz ni de amar así ni de entender este amor total si no ha vivido en carne propia la experiencia de misericordia y amor de Dios en su vida. Nosotros la hemos vivido. Esta ha comenzado sacramentalmente en nuestro bautismo, y aumentado con el pasar de los años y la experiencia de los otros sacramentos.

Con su resurrección, a los que creemos en Él nos ha dado el poder ser hijos de Dios, hijos de la luz, y nos ha dado un corazón nuevo y ha puesto en nosotros un espíritu nuevo, somos nuevas creaturas, hijos liberados de la manera más extraordinaria. ¡Y nadie querría volverse a encadenar por el pecado una vez liberados de su peso! Exactamente aquí se injerta el mandamiento nuevo de Jesús, para sus hijos renovados totalmente, hechos de nuevo: amando permaneceremos libres, seguiremos siendo nuevas creaturas. El sentido del mandamiento, del imperativo que Jesús nos da de amar y cumplir los mandamientos, se nos descubre aquí como la más libre obediencia: obedezco para permanecer en esta libertad que me ha sido donada, porque la deseo y he descubierto una alegría en ella que ninguna otra cosa me ha dado: “El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y nos envió a su Hijo como víctima de expiación por nuestros pecados.” Nunca dejarán de consolarnos y maravillarnos estas palabras. Y por este amor gratuito e inmerecido es que nunca perderemos el don de ser nuevas creaturas e hijos de Dios, ningún pecado puede cancelar o hacer desaparecer lo que Dios ha puesto en nuestras manos; pero también es cierto que, en nuestra libertad, habiendo sido liberados, podemos escoger nuevamente el yugo del pecado. Haciendo así, escogemos apartarnos de la fuente de la vida, y alejándonos de Dios podemos llegar a rechazar el plan de salvación que Él ha preparado para nosotros.
Ser amados por Dios es la experiencia más bella que podemos vivir. Ésta es capaz de donarnos alegría donde todo es tristeza, de hacer que seamos luz en medio de la oscuridad, de infundirnos la misma fortaleza de Dios para soportar las adversidades más grandes. Ya nos decía Jesús el domingo pasado que Él es la vid y nosotros los sarmientos.
Pero viviendo la experiencia del amor de Dios, Jesús nos dice también: permanezcan en mi amor, cumplan mis mandamientos. Y eso sí que es difícil y cuesta la vida. Jesús no sólo nos dio el ejemplo de amar a los que nadie ama o a los enemigos, sino que nos da la posibilidad de hacerlo, si estamos unidos a Él, pues el amor viene de Dios. En este mundo hay personas que no queremos realmente amar: los delincuentes, los asesinos, los ladrones, los que nos han hecho daño, los que son injustos y egoístas, y un largo etcétera. Por ello, no debemos jamás dejar de estar unidos a Aquel que continuamente nos renueva en el amor y nos sana el corazón y las heridas. Sin Él, no lo lograremos, pues amar como Dios lo hace sólo puede realizarlo Él en nosotros a través de su Espíritu. Ahora bien, ¿cuánto buscamos estar unidos a Dios en nuestra vida cotidiana, cuánto nos esforzamos en verdad? ¿Oramos, nos nutrimos de su cuerpo y su sangre, meditamos su Palabra? ¿Lo buscamos en la comunidad, vivimos la caridad? ¿Luchamos contra nuestro egoísmo? ¿Nos dejamos corregir en nuestros errores? Realmente tenemos a nuestro alcance los medios para nuestra conversión, para permanecer unidos a Él, y permitirle así fortalecer también nuestra voluntad. El amor nos indica el camino y nos impulsa, la voluntad nos hace poner manos a la obra en aquello que hemos visto como el camino de nuestra felicidad.

El amor que Cristo nos ha mostrado es un amor universal, que no excluye a nadie: ni a hombres ni a mujeres, ni ha pobres ni a ricos, ni a justos ni a injustos, ni a creyentes ni ateos, ni a heterosexuales ni a homosexuales, ni a casados ni a divorciados, ni a niños ni a ancianos, ni a quienes no son simpáticos ni tampoco a los que nos han hecho daño. Para nosotros solos con nuestro pequeño amor no es posible, para nosotros con Dios de nuestro lado, todo es posible. Pregúntate: ¿hay personas que están quedando excluidas de nuestro amor? ¿Quiénes?
Cuando sintamos que no es posible seguir a Jesús a causa de nuestras debilidades y fallas, recuerda las palabras que nos dice también este domingo: “No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto, y su fruto permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre”. Jesús nos ha elegido no porque haya visto que nosotros sí hemos mostrado la capacidad o la dignidad para ser sus discípulos, sino porque Él conoce el poder del Espíritu de Dios, su obra transformadora. Mientras más pobre sea su instrumento, más brillará su gloria. Por eso san Pablo decía: “yo me glorío en mis debilidades”.
Así pues, hermanos, participemos este domingo en la Eucaristía con toda nuestra mente, con todas nuestras fuerzas, con toda nuestra alma, conscientes de que es Dios quien nos ha amado primero, es Él quien nos ha elegido y es Él quien nos sostendrá siempre, si se lo permitimos viviendo en obediencia a su Palabra y nutriéndonos de su cuerpo y su sangre. ¡Paz y Bien!

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jueves, 3 de mayo de 2018

canto "Todo me habla de ti"


Una canción que canta el agradecimiento a Dios Creador por todas sus maravillas, sobre todo por habernos creado a los hombres y mujeres semejantes a Él, con un corazón capaz de amar, semejante al suyo.
¡¡Que lo disfrutes!!
Paz y Bien.

#mesientocosteño:)

Abajo te dejo la letra del canto y el video de la canción.
Recuerda descargarlo AQUÍ.


Intro:  Fa Sol -la      Sol -la
            Fa  Sol  Do  Do7
            Fa Sol -la      Sol -la
            Fa  sol  Do   (Sol)

Do               Fa                 -la   Sol
Cuando creabas las estrellas 
       Do            Fa                        Sol
y la luna para la noche alumbrar,
      -la               -mi          Fa                  Do
las aves en el cielo, los peces en el mar,
-re7    Sol             Do
Tú ya pensabas en mí.
Sol
Do                       Fa                -la                    Sol
Cuando con tu dedo modelabas las montañas
        Do                Fa                Sol
y al fuego dabas todo su calor,
                  -la                   -mi             Fa             Do
cuando creabas pura y casta las cristalinas aguas,
-re7    Sol             Do      Do7
Tú ya pensabas en mí.

Fa                     Sol           -mi          -la
Todo lo que existe me habla de Ti,
             Fa                 Sol                            Do       Do7
un poquito de Ti mismo has puesto en todo.
             Fa                 Sol               -mi               -la
Y aunque todo lo bello no se puede comparar
         Fa                   Sol                Do
amo todo lo que me hable de ti.

Do                 Fa                     -la                    Sol
En el cielo azul brilla con fuerza tu gran sol,
           Do               Fa                Sol
en la tierra bellas flores Tú creaste,
          -la           -mi               Fa              Do
pero sólo una cosa a Ti hiciste semejante:
         -re7             Sol                 Do    Do7
a tus hijos dándoles un corazón.

Fa                     Sol           -mi          -la
Todo lo que existe me habla de Ti,
             Fa                 Sol                            Do       Do7
un poquito de Ti mismo has puesto en todo.
             Fa                 Sol               -mi               -la
Y aunque todo lo bello no se puede comparar
         Fa                   Sol                Do
amo todo lo que me hable de ti.

Fa             Sol -la      Sol              -la
¡Gracias, Señor!  ¡Gracias, Señor!
       Fa                 Mi7             -la
por haberme creado con tus manos.
  Fa               Sol  -la          Sol                            -la
¡Gracias por la tierra! ¡Gracias por tu creación!
              Fa                Sol                       Do      Do7
¡Que camine hacia Ti con mis hermanos!

Fa                     Sol           -mi          -la
Todo lo que existe me habla de Ti,
             Fa                 Sol                            Do       Do7
un poquito de Ti mismo has puesto en todo.
             Fa                 Sol               -mi               -la
Y aunque todo lo bello no se puede comparar
         Fa                   Sol                Do
amo todo lo que me hable de ti.

 Fa                      Sol         -mi          -la       Fa     Sol     Do       Do7
¡Todo lo que existe me habla de Ti……………………………………!
             Fa               Sol                -mi                 -la
Y aunque todo lo bello no se puede comparar
         Fa                  Sol                Do     Do7
amo todo lo que me hable de ti.

            Fa Sol -la      Sol -la
            Fa  Sol  Do  Do7
            Fa Sol -la      Sol -la
            Fa  sol  Do   (Sol) Do

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