jueves, 24 de mayo de 2018

Santísima Trinidad – Evangelio del 27/05/2018 – Mt. 28, 16-20





Hoy es Domingo, día del Señor. Celebramos este Domingo la solemnidad de la Santísima Trinidad, el misterio de Dios que Jesús nos ha abierto y en el cual nos hace morar el Espíritu Santo.
La palabra misterio alude a algo secreto, cerrado, desconocido. Si bien Dios se había ido mostrando pedagógicamente a su pueblo en el Antiguo Testamento, no es sino hasta que Jesucristo tomó nuestra carne que nos fue revelado plenamente el gran secreto de Dios: que es Amor, comunión. Todos constatamos que aún siendo esto cierto, no llegamos a comprender cómo sea posible esta verdad revelada: que el Padre es Dios, que el Hijo es Dios, que el Espíritu Santo es Dios. Tres personas, un sólo Dios. Podemos decir que Jesucristo nos ha dado la llave para penetrar en el misterio, para entrar en él, pero su comprensión plena, que algunos llaman visión beatífica, está reservada para el momento de nuestra glorificación por gracia, bondad y misericordia de Dios, cuando Él nos justifique y nos haga morar en su casa plenamente. Sabemos por la fe cuál es la verdad, la veremos tal cual es cuando seamos plenamente uno con Él y en Él.
Quien acepta a Jesús en su vida, comienza a vivir en y del misterio de Dios, comienza a transformar su mirada y a ver las cosas, la historia, las personas y todo desde la óptica de Dios. Y todo cambia.
Jesucristo nos abre la puerta al misterio de Dios, que es su propio misterio, y el Espíritu Santo nos va regalando cada vez más y más luz, para ir comprendiendo siempre un poco más el abismal e infinito misterio de Dios.
Al pensar en el misterio de Dios que se nos ha revelado como comunidad-comunión, como tres personas y un sólo Dios, como una familia donde sus integrantes se aman tan perfectamente que llegan a estar profundamente unidos, me venía a la mente la familia humana, comunidad que, aunque imperfecta, realiza un misterio de comunión gracias a los lazos de amor que unen a sus integrantes. Cuando un amigo o amiga nos presentan a su familia, este amigo o amiga ha servido de llave para poder conocer a sus seres queridos, y permaneciendo en la amistad con él o ella, podemos llegar a sentirnos parte de su familia, porque comenzamos a conocerlos y a quererlos como familia nuestra también. Mientras más los conocemos, más aumenta nuestro afecto y más unidos a ellos estaremos. Analógicamente esto podría servirnos para adentrarnos en el misterio de Dios que hoy celebramos: Jesucristo me ha mostrado al Dios comunión, al Dios familia, la luz del Espíritu Santo me ha iluminado para conocer más al Padre y al Hijo, haciendo que yo me una más ellos, tanto que ahora también yo soy hijo amado de Dios.
Si bien nadie puede conocer a Dios en toda su verdad si no es a través del Espíritu Santo y la fe en Jesucristo, Dios mismo sale al encuentro de los hombres y mujeres para que lo puedan conocer. Es un misterio inescrutable, pero deseoso de revelarse a toda creatura; es un misterio impenetrable, pero que las heridas abiertas en el cuerpo de Cristo por amor, nos han abierto la entrada a este misterio. ¡Cómo no celebrar tan maravilloso plan en favor nuestro! ¡Cómo no decir: benditas llegas, bendita muerte, bendita Cruz que nos engendró a la vida en el Espíritu!
Sería inútil buscar una argumentación racional que fuera capaz de explicarnos el misterio Trinitario de Dios, no la hay. Y, sin embargo, este misterio puede llegar a ser nuestro si nos dejamos guiar por las Palabras de Jesucristo y transformar por la acción santificadora de su Espíritu.

El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesús después de su muerte y resurrección, que se acerca a sus discípulos que, si bien se postraban ante Él reconociéndolo como Señor, en su corazón seguían titubeantes. Detengámonos en este detalle: Se postran ante Él como signo de adoración, pero algunos titubeaban. Al parecer, también hoy seguimos habiendo discípulos así, que reconocemos su majestad, su divinidad, su resurrección, pero que al mismo tiempo titubeamos en obedecerlo, dudamos en seguirlo, no lo arriesgamos todo por Él, no le respondemos con generosidad ante su gesto incomparable de amor por nosotros. ¿Te has dado cuenta que muchas veces buscamos obedecerle en lo mínimo y no con magnanimidad? ¿Te has dado cuenta que, aunque reconozcamos la belleza y verdad de sus palabras, seguimos considerando su voluntad y sus mandatos como un peso? ¿Te has dado cuenta que a veces dudamos de Él, de su presencia, de su camino de abajamiento y humildad? ¿Te has dado cuenta que a veces lo seguimos por “deber”, por “obligación” y no por amor, y que nos dan más alegría las palabras “la misa ha terminado” que las de “En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo”, que casi nunca escuchamos por llegar tarde a la cita del domingo con Él?
No obstante las dudas y fragilidades de sus discípulos, Jesús está cerca de ellos y les dice: “Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; vayan y enseñen a todas las naciones el misterio de Dios, yo estaré con ustedes para siempre”. Jesús sabe mejor que nosotros que no debemos esperar a comprenderlo todo o a haber vencido nuestros pecados para ir a proclamarlo. Él sabe que caminando en su presencia y en obediencia a sus palabras, el Espíritu Santo, su Espíritu, nos irá transformando y modelando para ser los discípulos que Él quiere. Es tan sutil la diferencia entre el así llamado fariseísmo que Jesús denunciaba, con el “buen” deseo de no querer ser hipócritas con Jesús cuando pensamos en nuestro interior: “mejor no lo sigo porque bien sé yo que no soy bueno”. En otras palabras, justificamos nuestro no querer seguirlo, nuestra falta de perseverancia en nuestra conversión, diciendo que “mejor no lo sigo porque voy a seguir pecando”. ¡Como si fuera posible liberarnos de nuestros vicios y pecados sin Él! Precisamente Jesús nos dice que a Él pertenece todo el poder para que confiemos en que Él realizará su obra en nosotros con todo su poder, si en Él ponemos toda nuestra confianza. Si has pecado ¡levántate! ¡ve hacia Él! Él no te rechaza, al contrario, te ordena que lo busques para liberarte del engaño del pecado y hacerte experimentar la misericordia y fortaleza que hoy necesitas.
Cuando Jesús envía a sus discípulos a enseñar y a bautizar a todos, obviamente no se refiere a ir por ahí enseñando doctrinas, teorías que no sirven de nada si antes no te has dejado perdonar por Él, si antes no te has encontrado con el poder de su gracia. Tampoco significa que vayamos por las calles con nuestra botella de agua bendita para bautizar a todo el que se nos atraviese. Significa ir en misión como Él lo hizo: predicando con gestos de perdón, hablando de la misericordia que hay en Dios para todos antes que de una condenación o castigo merecido; significa anunciar que Dios es en sí mismo una familia unida en comunión, de la cual yo formo parte por su sola misericordia, actuar en su nombre como miembro de su cuerpo buscando llevar salud a los miembros que se han enfermado y se han dejado invadir por el cáncer del pecado y de la soledad; significa hacer sentir al que vive en soledad que en realidad no está solo y nunca lo ha estado. Como dice san Pablo en alguna parte de sus cartas: considérense todos miembros del mismo cuerpo ¿y quién hay que no se preocupe por sus propios miembros?
En fin, este domingo estamos llamados a tomar mayor conciencia del misterio de Dios que nos ha sido revelado, misterio del cual formamos parte desde nuestro bautismo, y a seguir esforzándonos por mostrarlo a todos sin excluir a nadie, pues todos somos creaturas de sus manos, y a todos Él quiere salvar. Por el camino Él irá realizando su obra en nosotros, y también por el camino Él nos afianzará en la certeza de su presencia. Paz y Bien.

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