jueves, 10 de mayo de 2018

La Ascensión del Señor – Evangelio del 13/05/2018 – Mc 16, 15-20


Celebramos en este Domingo de Pascua la Ascensión del Señor, tomada del Evangelio de san Marcos.
Lo que se espera de la última página de un libro es su finalización, su conclusión. El Evangelio de hoy, en cambio, es todo un inicio, marca el inicio de la historia de la Iglesia de Cristo. Esta escena final del Evangelio resalta por su dinamicidad, todo es movimiento: Jesús que envía a los apóstoles a realizar su obra, Jesús que sube al cielo, los discípulos que van y proclaman, el Señor que actúa con ellos y confirma la obra de los suyos.
Lo primero es que al ascender Jesús les da un mandato a los discípulos: vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. Es un mandato que busca abrazarlo todo: todo el mundo y todo lo creado. Todo el mundo quiere decir por todas partes, en todo momento de la vida y donde sea que nos encontremos y sea lo que sea que hagamos; haber conocido Cristo, su Palabra y su misericordia, no es algo que se pone y se quita, más bien es algo que forma ya parte de nosotros, que nos hace ser lo que hoy somos: hijos de Dios salvados por gracia. El cristiano no deja de serlo nunca, la gracia recibida ha transformado su ser. Lo raro es lo segundo, predicar a toda creatura; significa que no sólo a los hombres y mujeres debemos dar testimonio de Cristo, sino también ser cristianos en nuestra relación con el mundo, con los bienes que son de Dios y Él nos ha dado para ser administradores: tratar con amor la creación, servirnos de ella para nuestro sustento y crecimiento humano, ya no siendo depredadores de las cosas porque hemos comprendido que no somos sus dueños individualmente, sino hombres y mujeres que necesitamos para vivir de lo que Dios ha querido donarnos. De todo esto se deriva también que el que acumula riquezas roba no sólo al Creador sino también al hermano que tiene la misma necesidad que tú de las cosas. El mensaje que debemos predicar es el Evangelio, y Evangelio es la persona de Jesús, es el amor que perdona, es ser nueva creatura, es el amor del Padre que acoge a todos y a todos bendice, es el amor a los que han pecado, es la salvación universal. Es siempre bueno preguntarnos si en nuestra vida de cristianos estamos predicando a Cristo y su mensaje así como Él nos ha dicho, ya que a veces somos tentados en cambiarlo dependiendo de nuestros intereses, quitándole la fuerza que le es propia, mutilando a veces al mismo Cristo y dándolo a pedacitos. Muchos, con tal de no “perder” amigos o “fama” o “comodidades”, se conforman con una vida cristiana a medias, incluso eludiendo el mandamiento de anunciarlo y creyendo que baste creer en Dios en lo profundo del corazón, creyendo que no hay que ser exagerados o fanáticos hablando a los demás de mis creencias, que cada quien es libre de hacer lo que quiera, basta que nos respetemos. Incluso llegamos a creernos eso de que no hablo de Cristo para no ofender a nadie. ¿A caso el enamorado esconde su amor?
Hablar de Cristo y vivir según sus enseñanzas no puede ni ofender ni dañar a nadie, al contrario, vivir profundamente la fe sólo puede poner paz donde hay conflicto, luz donde hay oscuridad, amor donde hay odio, perdón donde hay rencor. Ciertamente que no todos aceptarán el mensaje de Cristo, pero quien lo acepte gustará de una alegría, paz y gozo que sólo el Espíritu de Dios puede dar. No hay que pedir ni permiso ni perdón por ser cristianos, hay que vivir la fe profundamente para que otros sean atraídos a Jesús.
El Evangelio dice también que para salvarse hay que creer y bautizarse. No significa simplemente profesar el credo y realizar el rito del bautismo, pues creer en verdad significa arriesgar, confiar plenamente, tener una dirección en la vida y mucho más, y bautizarse significa vivir sumergidos en el misterio de muerte y resurrección de Cristo y desde ahí mirar e interpretar toda la realidad y la propia historia.
Jesús ha dicho también que hay milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará daño, impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos. Son signos que hay que entender desde la misma escritura. Jesús nos envía a anunciarlo, y su presencia hace que los demonios desaparezcan, es decir, que todo lo inhumano que hay en el ser humano, como el ansia de poder, el egoísmo, la soberbia, la infelicidad, etc., desaparezca, huya. El mal y los demonios existen, pero normalmente lo que percibimos de ellos es el efecto de su presencia en nuestro corazón: Jesús puede arrojarlos y llenar de su Espíritu a su creatura más amada, y morar para siempre en ella. La presencia de Jesús nos enseña a hablar nuevas lenguas, ya no el lenguaje del odio, del egoísmo, del sentirnos superiores y despreciar a los pequeños, de la guerra, del engaño, del fraude, sino el lenguaje con el que Él mismo nos ha hablado: sus gestos concretos de misericordia. El cristiano, todas sus palabras, toda su vida, todos sus gestos, todos sus planes y proyectos saben expresarse desde esa nueva vida que han recibido; y hablando este lenguaje nuevo, los demás lo entenderán. Cogerán serpientes en sus manos: para entender esto debemos recordar las serpientes en la escritura, símbolos del mal, de la tentación, de la astucia para engañar, del disfraz del mal. Jesús nos da su Espíritu para ser capaces de descubrir la presencia del mal que nos puede estar tentando hoy y que sabe camuflarse bastante bien: con el Espíritu de Dios somos capaces de tomar en mano la tentación estando unidos a Él y vencerla. Beber veneno sin que nos haga daño. Decía un predicador que en realidad todos bebemos algo de los venenos mortales a los que se refiere Jesús: el pecado es un veneno mortal. Todos bebemos algo del pecado, de esos venenos como las ideologías que nos rodean y escuchamos constantemente: ideologías sobre la sexualidad, ideología de género, ideologías políticas, económicas, religiosas, sobre el aborto, eutanasia, etc. Otros ejemplos de venenos mortales son la inmoralidad social, las religiones hechas a mi medida, la guerra como solución de conflictos, y un largo etcétera. Al decir que todo esto no nos hará daño no significa que Jesús nos “dé permiso de asumirlo”, sino que podemos encontrar en Él el remedio al pecado que hayamos cometido, para poder unirnos a Él en comunión y no ser más presa del pecado, sino libres en Él. Incluso, también quiere decir que podemos y debemos caminar en medio de todos esos peligros, puesto que ahí es donde quiere llegar Él para sanarlo todo. Estamos en el mundo pero no somos del mundo, y hay Uno que nos protege y nos defiende.
Por último, imponer las manos y sanar a los enfermos no significa que Jesús nos envía a ser taumaturgos. Algunas sectas se promueven a sí mismas prometiendo salud física, sanación de dolores corporales si te unes a ellos y pagas tu cuota, y al final cuando no ocurre nada, la culpa es tuya por no tener fe o no haberlo dado todo. A veces también muchos católicos caemos en esto de una u otra manera cuando nos alejamos de Dios porque no le dio la salud a mi hijo, porque no evitó este cáncer, etc. Jesús sanó a los enfermos como signo de su identidad de Hijo de Dios, Mesías enviado, pero su medicina no es un espectáculo. Jesús mismo fue tentado en esto cuando lo buscaban sólo por sus milagros, o cuando le dijeron “si eres Hijo de Dios, baja de la cruz y te creeremos”. Jesús murió en la Cruz, y Dios Padre no le evitó el sufrimiento. El milagro más grande fue no haber bajado de la Cruz, fue mirarlo vencer la tentación en el desierto, fue cambiar el corazón de sus discípulos, fue quitarles la tristeza y llenarlos de alegría permanente, fue convertir a Pablo de perseguidor a apóstol suyo. Todo aquel que ha conocido y aceptado a Cristo en su vida, comprende bien que su corazón ya no está enfermo, que ahora ve bien, que ahora su corazón puede sentir, que ahora puede tocar con nueva sensibilidad a sus hermanos, que ahora escucha, que ahora habla palabras verdaderas. La sanación de Jesús podemos transmitirla a los demás imponiéndoles las manos, es decir, consagrando a los que sufren llenándolos del Espíritu de Dios. No hay vida más enferma que la que no es feliz, la que no es plena, la que está frustrada.
Algo más del Evangelio es ese detalle sobre Jesús: se dice que sube al cielo y se sienta a la derecha de Dios, pero a la vez se dice que se va con los discípulos porque actuaba con ellos y confirmaba sus palabras con milagros. ¿Está en el cielo o está en la tierra? La diestra de Dios en la Biblia significa su poder, su fuerza. Ciertamente en el cielo no hay un trono de oro donde Jesús está sentado sin hacer nada, esperando que lo alcancemos. Estar a la derecha de Dios significa tener toda la autoridad, compartir todo el poder, y su poder es el Amor. Ciertamente el Señor está con sus discípulos de ayer y de hoy, compartiendo con ellos la diestra de Dios.
Concluimos nuestra reflexión del Evangelio de este Domingo con la oración colecta que nos propondrá la santa Misa:


Concédenos, Dios todopoderoso, rebosar de santa alegría y, gozosos, elevar a ti fervorosas gracias ya que la ascensión de Cristo, tu Hijo, es también nuestra victoria, pues a donde llegó él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros, que somos su cuerpo. 


¡Paz y Bien!




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