viernes, 29 de junio de 2018

¿Basta la fe? - Evangelio del 01/07/2018 – Domingo XIII del Tiempo Ordinario - Mc. 5, 21-43




El Evangelio de san Marcos de este domingo XIII del tiempo ordinario, nos va a hablar de la fe de dos personajes, escuchemos lo que Dios quiere decirnos.
San Marcos nos cuenta dos milagros donde Jesús, gracias a la fe de los que lo buscan y confían, comunica verdadera vida. A simple vista pareciera que el segundo milagro es más grandioso, más espectacular que el primero, pues en éste cura a una mujer que tiene sangrado permanente mientras que en el segundo revive a una pequeña niña. Pero los detalles de la narración nos dicen mucho más acerca de lo que ocurrió aquí.
Regresando en barca a la orilla, un jefe de la sinagoga llamado Jairo pide a Jesús que venga a su casa, pues su hija de doce años está muy enferma. Se echa a sus pies y le hace la petición. Jesús accede y mientras va de camino a su casa sucede el primer milagro, el de la mujer con flujo constante de sangre. Hay que notar lo siguiente: los dos personajes son dos mujeres, una ya con 12 años de enfermedad y la otra, de apenas 12 años de edad. En la Biblia, el pueblo de Dios viene representado muchas veces bajo la figura de una mujer, y el número doce en la vida de estas dos mujeres se relaciona con las doce tribus de Israel, es decir, el pueblo de Dios. En este caso también esta mujer doble representa a todo el pueblo y su situación: no obstante tenga toda la vida por delante como la niña, está muriendo, y de hecho muere, sólo la intervención divina puede devolverle la salud y la vida; la antigua alianza estipulada en la ley, la cual conoce bien Jairo por ser jefe de la sinagoga, está pasando, palidece ante el cumplimiento de las promesas de Dios al enviar a Jesús ungido del Espíritu Santo, poder de Dios; la mujer con flujo de sangre es equiparada a los enfermos de lepra, pues, como ellos, padece un mal que la ley condena, la misma ley la aparta de la vida comunitaria, de la sinagoga, de Dios, de tocar a los demás. Igualmente, sólo la intervención divina puede devolverle la vida a esta mujer. La ley impedía tocar a un cadáver como la niña, la misma ley impedía tocar a esta mujer por su impureza. Aunque si una de ellas conserva aún la vida física, es considerada por todos como muerta, no cuenta para nada.
Tanto en uno como en otro milagro, los personajes hacen un camino de fe: Jairo y la mujer con flujo de sangre. Los dos deben vencer sus miedos y confiar en lo que Jesús les dice. Después que llega a saber que su hija ha muerto, Jairo escucha de labios de Jesús: “No temas, basta que creas”. La mujer es llamada por Jesús a salir de su anonimato y manifestar lo que ha ocurrido: “¿quién me ha tocado?”. Ella vence su miedo al sentirse curada; tenía ciertamente miedo porque no sabía lo que Jesús le iba a decir, a lo mejor esperaba un reproche porque ella, sabiéndose impura, no debía haberlo tocado. Pero confía en Jesús, no puede ser malo Aquel que le ha comunicado la salud.
Detengámonos aquí un momento. Jesús nos muestra que no está más muerto un cadáver que una persona que vive sin amor, sin Dios. Los dos casos necesitan la intervención divina para volver a vivir. En otra parte del Evangelio, Jesús nos dice que ha venido para que tengamos vida en abundancia. No tenerla por no poner nuestra fe en Él, equivale a estar muertos en vida, aunque riamos todos los días, aunque trabajemos mucho, aunque viajemos por el mundo, aunque lleguemos a tener todo lo que deseamos, incluso aunque recemos mucho. Creer en Jesús, entonces, es importantísimo, lo mismo que seguir creciendo en esta fe. A veces, aún siendo cristianos por nuestro bautismo, hemos dejado de recibir vida y salud por no estar unidos a la fuente de la vida con todo nuestro ser. Cuando seguimos a Jesús a medias, sin radicalidad, cuando somos tibios en la fe, cuando por cualquier cosa dejamos de frecuentar los sacramentos o de escuchar, meditar y vivir su Palabra, cuando la caridad no es más el motor de nuestras vidas y decisiones sino el egoísmo y el afán de tener, cuando nos alejamos de la comunidad y no participamos más de la vida de la Iglesia, estamos alejados de la fuente de la verdadera vida. Jesús nos dice también: “Yo soy la Vid, ustedes los sarmientos, sin mí nada pueden hacer”.  ¿Es que ya lo olvidamos? ¿Es que nos hemos llegado a creer tan fuertes que no necesitamos ni de Dios ni de sus Palabras ni de la caridad, ternura y compasión? ¿Hemos llegado a creer que todo depende de nosotros, que todo debemos llegar a merecerlo, comprarlo? ¿Nos ha llegado a convencer el mundo acerca de lo que se dice de la religión, es decir, que no sirve para nada, que es para débiles de mente, que Jesús es sólo un amigo imaginario que te da consuelo psicológico? Jesús nos habla hoy y nos dice que Dios Padre es bondadoso, que quiere darnos gratuitamente el regalo de la verdadera vida, que quiere abrirnos los ojos para que veamos. Él es el médico, hagámosle caso, no nos creamos sanos, sin necesidad de su medicina y salud.
Crecer en la fe significa perseverar y arriesgarlo todo confiando en sus palabras, como lo hicieron los personajes del Evangelio. Pero muchos de nosotros nos conformamos con una oracioncita que nos dé consuelo psicológico para creer que somos verdaderos cristianos, o ir a la Iglesia una vez al año, no vaya yo a caer en fanatismos. ¡Me parece que Jesús nos dice clara y fuertemente hoy que la fe es algo tan grande que devuelve la vida a un muerto! Un tesoro tan grande no va desperdiciado ni menospreciado, ni vendido o cambiado por nada. Va buscado y poseído. No cambiemos la fe en Jesús, Hijo de Dios, Dios mismo con el Padre y el Espíritu Santo, por ninguna cosa, ideología o persona.
Hay cosas en la vida que no llegamos a comprender por qué sucedan, pero la fe, esa que nos dice que Dios es Padre bueno, debe movernos a exculparlo de tantas cosas que le hemos adjudicado. Si creemos que Dios es misericordia y bondad, entonces busquemos en Él misericordia y bondad; si Él es fortaleza, vida, paz y gozo, pidámosle fortaleza, vida, paz y gozo; si Él es consuelo, implorémosle el consuelo que nos falta. Él te lo dará, no temas, sólo ten fe. La fe nos descubre que la maldad en el mundo no es voluntad de Dios ni capricho suyo como muchos están convencidos cuando dicen que Dios podría remediar todos los males pero no quiere hacerlo. El mal es fruto del pecado de los hombres, no de Dios. Y Dios desea perdonarnos, extirpar el mal de nuestros corazones para que experimentemos en nosotros la vida y la comuniquemos a los demás.
Hay una frase que desde que la conocí me cautivó. La dijo el hermano Rafael, hoy San Rafael, monje trapense, en su diario espiritual: “Hay que saber esperar”. La fe tiene en sí esta dimensión de la espera. Lo que no se ve, se espera por fe. Lo que ya se posee no necesita de nuestra fe. En esta tierra la fe es nuestra luz que nos marca el camino. Si Jesús lo dijo lo hará, si Él lo prometió lo cumplirá. Ya hemos sido salvados por su muerte y resurrección, pero aún no hemos experimentado la plenitud de esta salvación que ya poseemos. Necesitamos saber esperar poniendo las manos en el arado sin mirar hacia atrás.
La fe es una espera confiada, sin alborotos ni desesperación, siempre con mucho esfuerzo y desgaste, a veces con mucho dolor, pero siempre consolados, sostenidos, perdonados y amados por Dios. No hay oscuridad tan negra donde la luz de la fe no pueda guiarnos el camino.  Paz y Bien.

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jueves, 21 de junio de 2018

Y ya que hablamos de vocación....


La vocación a la vida religiosa es toda una aventura que comienza con una especial inquietud interior, real, que quien la experimenta no se deshace de ella fácilmente. Inquietud que no nace de la nada, o solamente como una inquietud "espiritual". Es algo que tiene todo que ver con Dios y, por esto, con el mundo. A veces llegamos a creer que sea algo imaginario, algo "subjetivo", algo irreal. A veces tenemos muchas dudas, pero...  ¡lo cierto es que hay algo que no me deja dormir!

Por todo esto, te invitamos a unos días de discernimiento vocacional. Queremos acompañarte en esta decisión tan importante en tu vida. Debes saber bien que la vocación, como una llamada de Alguien para algo, requiere una libre respuesta, consciente, reflexionada, y también arriesgada. La vida religiosa, como cualquier otra vocación cristiana, requiere valentía, confianza, arriesgue, y amor del bueno.

Desde ahorita debes saber que la vocación a la vida religiosa no es una llamada fácil, y que habrá muchos obstáculos; no es una llamada a la comodidad, sino a la libertad de hijos de Dios; no es una llamada a perderlo todo, sino a ganar lo que verdaderamente vale y hace feliz y llena el corazón; no es una llamada a encerrarte en ti mismo y olvidarte de los tuyos, sino a la santificación de la vida y todas sus relaciones, también contigo mismo. 

Tómate en serio tu vida...  
busca la verdad...
Te hará libre e inmensamente feliz!!


Vocación - Evangelio del 24/06/2018 - Nacimiento de san Juan Bautista - Lc 1, 57-66.80





Excelente Domingo tengan todos ustedes, hoy celebramos la solemnidad del Nacimiento de Juan Bautista. Escuchemos lo que Dios quiere comunicarnos hoy.
El Evangelio de san Lucas nos narra hoy el momento del alumbramiento de Juan, el rito de la circuncisión de éste y la imposición de su nombre, además de adelantarnos un poco sobre la extraña y particular vocación que Dios le confiere.
Muchas veces no nos detenemos en considerar la respuesta que Juan dio a esta vocación, simplemente conocemos que él hacía esto, vivía en un modo extraño, vestía, comía y hablaba de un modo distinto. Imaginemos un poco cómo Juan da respuesta a su vocación.
Ante todo, seguramente sus padres le habrían contado lo sucedido al momento de su concepción y su nacimiento, las particulares condiciones en que sucedió su venida al mundo, y que llevaba consigo un nombre que Dios mismo le había dado: Juan, que significa “Dios usa misericordia”, o “Dios muestra su benevolencia, su gracia”. El nombre de su padre contrasta con el suyo, pues Zacarías significa “Dios recuerda” sus promesas, su misericordia, en cambio, el nombre de Juan enfatiza que Dios no sólo recuerda sus promesas o su misericordia, sino que las cumple, las realiza. Y la persona de Juan manifiesta y atestigua que la Luz ha venido en el mundo y ya está aquí. Un verdadero profeta que habla de parte de Dios, que prepara a los hombres a la apertura y acogida del Sol que no conoce el ocaso.
A través de la fe de sus padres, Juan recibirá a lo largo de su vida la certeza de su vocación. Él sabe para qué ha venido al mundo, tiene claridad respecto a su misión. ¡Qué hermoso es cuando uno tiene claridad, cuando uno ha hallado respuestas a las preguntas importantes que surgen en nuestro interior! Esas que dan sentido profundo a la existencia, tales como: de dónde vengo, a dónde voy, para qué estoy aquí.
No obstante esta claridad, cada ser humano, y también Juan, debe dar una respuesta personal a la propia vocación. Juan decidió seguir ese plan de Dios sobre él, creyó a las enseñanzas de sus padres, descubrió la voluntad de Dios en su vida, y la abrazó. 

Los hechos extraordinarios ocurridos en su nacimiento, profetizan ya la grandeza no sólo de Juan y la importancia de su nacimiento, sino la grandeza e importancia de Aquel que ha nacido y a quien deberá anunciar con su vida y sus palabras, de Aquel ante quien él debe disminuir para que crezca. Para discernir la propia vocación, el propio llamado, se nos dice que Juan vivió en regiones desiertas hasta el día de su manifestación en Israel. El desierto es ese lugar que porta en sí una diversidad de significados. En el desierto el pueblo de Israel ha escuchado la voz de su Dios en muchas ocasiones; en el desierto ha vivido períodos intensos y fundantes de elección y purificación; en el desierto ha descubierto la presencia, providencia y la mano protectora de su Dios. Es el desierto un lugar silencioso, el cual Dios ha escogido y privilegiado para, en medio de él, hablar al corazón del hombre. Por lo tanto, es fundamental que también nosotros como cristianos, testigos y anunciadores de Jesucristo, recurramos al silencio del desierto para aprender a distinguir en medio de un mundo lleno de ruido, la voz inconfundible de Dios. Dicen algunos que el maligno odia el desierto, es su enemigo, y que en cambio es amante del ruido, de la confusión. Si el hombre no logra distinguir la voz de su Rey y Pastor por no procurarse momentos de desierto, el ruido lo mantendrá en la oscuridad, los instintos serán la guía de sus decisiones, y las inclinaciones al pecado serán el timón de su vida. Él maligno habrá vencido.
¿En medio de cuáles ruidos estás viviendo tu vida? ¿Cuáles son esas voces que te gritan: éste es el camino de tu felicidad? En estos días contamos con voces ruidosas tales como: el aborto es una victoria, es progreso; el éxito de tu vida depende de cuánto puedas poseer; tu opinión es lo único que cuenta y nadie la puede tocar; tu imagen superficial es lo más importante; busca agradar a todos, busca el “like” de todos y serás feliz; humilla para que estés en la cima; la religión es un retroceso al oscurantismo; los males son producto del dios que juega con la humanidad, etc. Y al final, estas voces nos convencen a vivir una vida centrada en uno mismo de manera egoísta, nos llevan a seguir caminos sin dirección alguna, hacen de nosotros veletas al viento.
Juan nos enseña a no seguir las modas, los vientos de doctrinas falsas. Nos enseña en su mensaje, en primer lugar, a ser buscadores de la verdad, a realizar un serio y verdadero discernimiento vocacional, a dar el primer lugar a Aquel que nos ha creado y a confiar en la misión que nos da, y a convertirnos para disponer todos nuestros sentidos a la escucha de la voz de Dios. ¡Esto es posible! Todos nos dicen que Dios no habla, que nunca bajará del cielo para indicarnos el camino, que se hace el sordo, que todo lo malo es su culpa porque no hace nada. La venida de Juan en el mundo nos dice con fuerza: en medio de ustedes hay uno que es el Rey, que es el Cordero enviado por Dios para salvación de todos, que necesitamos escucharlo.
El vestido austero de Juan contrasta con la búsqueda de una apariencia perfecta y superficial a la que el mundo nos invita; su alimentación insípida nos habla de eso que hemos escuchado, que no sólo de pan vive el hombre; su vida en solitario nos invita a descubrir la presencia real de Dios que llena y da sentido a todo; su lugar silencioso donde ha crecido, el desierto, nos muestra que necesitamos aprender a silenciar los ruidos exteriores para escuchar el propio espíritu y el de Dios.
Hoy es un domingo especial, celebramos la gran obra de Dios cumplida en este profeta, y nos recuerda que como cristianos también nosotros somos profecía viviente, vidas en las que el Espíritu de Dios busca morar. Juan tenía mucho que decir porque había escuchado mucho de parte de Dios, ha creído en el plan de Dios y en su misión en el mundo. Debemos preguntarnos: los profetas de hoy ¿a quién han escuchado? ¿de parte de quién vienen sus palabras? ¿hablan palabras de verdad? Y yo, ¿me estoy dejando guiar por ellos?
Cada palabra de Juan buscaba conducir a los hombres y mujeres hacia Cristo, apelando a la búsqueda seria, sincera y sin máscaras de la verdad que los seres humanos experimentamos en la vida. Tú y yo, ¿estamos buscando la verdad? ¿deseamos realmente encontrarla? Pido a Dios que en este domingo y siempre podamos vivir bien cimentados en la verdad que libera y hace felices, y que Él mismo nos ha revelado, su Hijo Jesucristo. Paz y Bien.


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jueves, 14 de junio de 2018

Canto: "Amor inexplicable" - autor fray alex



Eso de los méritos ante Dios nunca se me ha dado mucho.
Siempre me descubro sobrepasado por sus dones, su perdón, su abrazo cálido,
su sonrisa siempre sincera y llena de paz.
Quisiera tener un corazón siempre más grande para poder acoger
todas sus dádivas, sus bendiciones,
y no desperdiciar ninguna.


Gracias, Señor, por estar conmigo
y amarme sin merecerlo.

¡Dios te bendiga!


Te dejo el video y en seguida la letra del canto, 



Amor inexplicable



Capo 2   Do


Do                 -mi                      Fa
     Contigo a solas quiero estar
Do          -mi             Fa
     y decirte que te amo
               -re   
no necesito decir más,
                Fa                   Sol
quisiera poder estrechar
                                 Do
tu Cuerpo en mis brazos,
             -mi             Fa          Sol
y ahí estar, ahí esta----------r
                Do
contigo siempre.


Do                        -mi              Fa
     Y es que a tu lado soy feliz,
Do                 -mi                Fa
     todo lo puedo de tu mano,
              -re       
mi corazón es para ti,
               Fa                  Sol
no sólo no puedo vivir
         Do
sin Ti     ¡no quiero!
                      -mi                          Fa       Sol
Yo quiero estar,  yo quiero esta---------r
                Do        (Do4)
contigo siempre.


Fa           Sol                 -mi        -la
     Oh Jesús Tú me miraste------,
Fa           Sol                   Do       Do7
    oh Jesús me perdonaste,
Fa                Sol                  Do  -mi  -la  (-la7)
     de tu amor me alimentaste el alma
Fa                            -re            Sol
     y no sé por qué,     y no sé por qué.
Fa             Sol                -mi       -la
     Oh Jesús Tú me miraste------,
Fa            Sol                  Do      Do7
     oh Jesús me perdonaste,
Fa                Sol                   Do  -mi  -la  (-la7)
     de tu amor me alimentaste el alma,
Fa                                  Sol         Do
     inexplicablemente Tú  me amas.


Do                        -mi              Fa
     Y es que a tu lado soy feliz,
Do                 -mi                Fa
     todo lo puedo de tu mano,
              -re       
mi corazón es para ti,
               Fa                  Sol
no sólo no puedo vivir
         Do
sin Ti     ¡no quiero!
                      -mi                          Fa       Sol
Yo quiero estar,  yo quiero esta---------r
                Do        (Do4)
contigo siempre.


Fa           Sol                 -mi        -la
     Oh Jesús Tú me miraste------,
Fa           Sol                   Do       Do7
    oh Jesús me perdonaste,
Fa                Sol                  Do  -mi  -la  (-la7)
     de tu amor me alimentaste el alma
Fa                            -re                      Sol
     y no sé por qué,     no comprendo por qué.

Fa             Sol                -mi       -la
     Oh Jesús Tú me miraste------,
Fa            Sol                  Do      Do7
     oh Jesús me perdonaste,
Fa                Sol                   Do  -mi  -la  (-la7)
     de tu amor me alimentaste el alma,
Fa                                   Sol      
     inexplicablemente Tú….

Fa             Sol                -mi       -la
     Oh Jesús Tú me miraste------,
Fa            Sol                  Do      Do7
     oh Jesús me perdonaste,
Fa                Sol                   Do  -mi  -la  (-la7)
     de tu amor me alimentaste el alma,
Fa                                   Sol          Fa            Do
     inexplicablemente Tú     me ama--------s.

miércoles, 13 de junio de 2018

El Reino de Dios - Evangelio del 17/06/2018 - Domingo XI del Tiempo Ordinario - Mc 4, 26-34




En este Domingo XI del Tiempo Ordinario, la Palabra nos habla del Reino de Dios con dos parábolas bien conocidas: la primera dice que el Reino es como una semilla que tiene garantizado su crecimiento y su fruto, y la segunda que es como la más pequeña de las semillas, pero que crece y todos gozan de su presencia. Algo que nos queda claro del hecho que Jesús use palabras tan sencillas para explicar misterios tan grandes e importantes, es que busca que su mensaje sea comprendido por todos, que llegue a todos; Él mismo es ese sembrador que riega por doquier la semilla de la Palabra, sin importarle su desperdicio, como queriéndonos decir con su mismo ejemplo que el Reino no se le niega a nadie, va orecido a todos sin mirar nada más que su ser creaturas amadas por Dios. A veces nosotros nos detenemos mucho para calcular dónde convenga sembrar la fe, cuáles son los mejores métodos, quién la va a aceptar y quién me va a hacer perder el tiempo, etc. Jesús es claro: la verdadera Palabra de Dios sembrada hará crecer el Reino a su tiempo. Si nosotros identificamos la presencia del Reino con un cambio inmediato, nos desanimaremos rápidamente. El Reino lleva tiempo, se empasta con la vida de quien la recibe, es un proceso lento y seguro. No está al alcance de un click, como todo lo de hoy. Lo mejor de todo es que a Dios no le importa cuánto tiempo físico se lleve en madurar y dar fruto; si alguien acoge su Palabra, poco a poco irá echando raíces fuertes. 

Algo que debemos notar es ese proceso de crecimiento casi “automático” del Reino. Si siembras la Palabra, se dará el Reino. Tanto ayer como ahora, los que colaboramos en esta obra de fe quisiéramos ver ya sus frutos. ¿A caso no nos desesperamos cuando nuestra misma fe parece no dar frutos? ¿o cuando miramos que otros que van siempre a Misa u oran siempre parecieran ser los mismos de siempre? ¿A caso no nos ha venido a la mente el pensamiento de querer sacar del grupo, de la comunidad, a todos aquellos que no entienden? ¿A caso no hemos deseado que todos se conviertan en buenas personas ya como por arte de magia? El Reino nos pide confianza, saber esperar, caminar y luchar guiados por la fe. Además de la paciencia, esta parábola nos llama a darnos cuenta de la gratuidad que nos rodea: el Reino en mí es obra cierta del Espíritu de Dios. Hay cosas que no dependen de nosotros y nuestro esfuerzo. El amor de Dios se nos dona gratuitamente, no nos pide nada a cambio, siempre contaremos con la misericordia de Dios. Esta verdad debe llenarnos de paz y esperanza, y debe movernos a trabajar en ese mismo espíritu, sabiendo que si Dios nunca nos dejará y siempre nos rodeará de sus dádivas ¿qué podemos temer? ¿qué nos hará falta si el dueño del universo que se preocupa hasta de los pajarillos está de nuestra parte? ¿quién nos separará del amor en Cristo? 

Acostumbrados a hacer tantas cosas al mismo tiempo, a ocupar siempre nuestra mente y proyectar
siempre planes futuros, puede sucedernos que no lleguemos a gozar el presente en que vivimos. Por querer obtenerlo todo con nuestros esfuerzos, cerramos los ojos ante lo que nos ha sido regalado desde hace mucho tiempo y nos pertenece: la vida, la alegría, los bellos amaneceres, la familia, la comunidad, la fe, la pareja, los hijos, etc. Desde hace tiempo estoy convencido de que todo aquello que llena el corazón y lo hace feliz, no lo he comprado, me ha sido donado. Es muy gratificante comprar cosas con el fruto de nuestro trabajo, es lindo, pero es una locura llegar a creer que solamente si logro tener todo lo que deseo entonces sí llegaré a ser feliz, sin necesitar ni de los demás ni de Dios. Hay mucho que meditar en aquellas palabras de san Pablo: buscad los bienes de arriba. 

Resumiendo la primera parábola: el Reino es como la fe recta (pues bien sé qué esperar de la siembra y la acogida de la Palabra), como la esperanza cierta (que es paciencia y sosiego en la laboriosidad), como la caridad perfecta (que todo lo da gratis porque vivo gracias a la gratuidad de los demás y de Dios para conmigo). 

La segunda parábola nos habla también del Reino, pero desde su dimensión social. El Reino de Dios es algo tan grande que nos hace descubrirnos a todos y cada uno igualmente amados, igualmente en casa, desde la diversidad. El Reino de Dios a simple vista es algo insignificante como ese cambio interior que nadie nota a la primera, como el Cuerpo de Cristo enterrado tres días bajo tierra antes de resucitar, como una lección hogareña que los padres enseñan a sus hijos, como cuidar del enfermo, como la visita a un encarcelado, como dar un vaso de agua al sediento, como el perdón que día a día se otorga en los hogares, como enseñar el Padrenuestro a un pequeño, como tumbarse en el piso para amar jugando con los más pequeños. No hace ruido, no aparece en las noticias, pero sostiene en verdad el mundo. Si un hombre o una mujer sigue las enseñanzas de Jesús viviendo de ellas, día a día, llegará a una madurez exquisita, y todos los que encuentre en su camino, estando con él, se sentirán en casa, cobijados. Cabe preguntarnos en este punto: ¿los de mi grupo parroquial se sienten así estando conmigo? ¿mis hermanos de comunidad pueden sentirse protegidos, cobijados, al charlar conmigo? 



El Reino de Dios es maestro de humanidad; de hecho, las ramas del arbusto no crecen en vertical, sino en horizontal, figura que nos dice mucho sobre la hermandad que la Palabra, el Reino de Dios, crean o renuevan en la humanidad. No hay Reino de Dios si no nos descubrimos hijos de un mismo Padre, hermanos de la misma condición. En el Reino no hay cabida para ningún tipo de discriminación, de soberbia, de desigualdad. En cuanto seres humanos, ninguno es ni más ni menos que el otro; en cuanto al amor de Dios, ninguno es ni más ni menos amado por Él. Hay quienes acogen con mayor facilidad o entusiasmo o radicalidad la Palabra, pero eso sólo lo ve en toda su verdad la mirada limpia, pura, sincera, de Dios. El esfuerzo por mantenernos fieles a la Palabra recibida toca a cada uno, tomar decisiones concretas en favor del Reino y su justicia depende de nuestra confianza y fe en lo que ésta llegará a producir. 

Creo que esta Palabra nos llama también a esforzarnos más por sembrar la verdadera fe, a no centrarnos en devociones bellas y sentimentales si antes no nos hemos preocupado en cimentarnos en su Palabra conociéndola bien, a prepararme más en mi vida de unión con Dios, a orar más, a perfeccionar mi caridad, a recurrir siempre más confiadamente a su perdón estando convencido que sin Él nada puedo hacer, como los sarmientos se alimentan y viven unidos al tronco y su linfa. Dios me ha hecho parte de su Reino, su gracia me mueva a compartir a los demás el tesoro que he encontrado. El Reino de Dios es Dios reinando en mi vida. Paz y Bien. 

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viernes, 8 de junio de 2018

Dejar a Dios ser DIOS - Evangelio del 10/06/2018 - Domingo X Tiempo Ordinario - Mc 3, 20-35




Paz y bien a cada uno, preparémonos para meditar la Palabra de vida de este Domingo X del Tiempo Ordinario, tomada del Evangelio de san Marcos 3, 20-35.
Al inicio de este trozo del Evangelio, escuchamos que san Marcos nos dice que Jesús estaba en casa con sus discípulos, rodeados de tanta gente que no podían ni comer. Al parecer Jesús está siendo escuchado por muchos, su Palabra conquista a quien la recibe. Pero si bien estamos apenas en el capítulo 3 de san Marcos, es decir, al inicio de su Evangelio, ya Jesús ha tenido varios enfrentamientos directos con los escribas y fariseos. Por ejemplo, en el capítulo segundo les dice abiertamente al curar a un paralítico que Él perdona los pecados, declaración que los confunde y enfurece, y que los lleva a tacharlo de blasfemo y a cerrarse a su Palabra; en los versículos siguientes del mismo capítulo los escandaliza por comer con publicanos y pecadores, a lo que Jesús responde diciendo que “No son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”; y todavía más adelante, Jesús se declara Señor del sábado cuando viola la ley de los judíos anteponiendo el bienestar y la salvación del hombre, etc. Jesús está enseñando y actuando de una manera que los desconcierta, y ven en Él a uno que pone en peligro la estabilidad del pueblo, política y religiosa.
Por todo esto, ya los primeros versículos del Evangelio de este domingo tienen mucho que enseñarnos. Nos dejan ver que sus mismos parientes no entienden lo que Jesús está haciendo, piensan que ha enloquecido y se preocupan de los problemas en que pueda meterse y buscan llevárselo para hacerle entender. Entonces, ni la gente que lo ama ni los fariseos y escribas lo entienden. Pero Jesús sabe muy bien lo que hace: está mostrando el verdadero rostro de amor y misericordia de Dios para con su creatura el hombre. Pero, ¿por qué se nos da esta enseñanza en el Evangelio? Es muy probable que, en los primeros tiempos del cristianismo, muchos se encontraran en la situación de duda acerca de la obra de Jesús, y que tuvieran miedo de seguirlo radicalmente, miedo a morir como Jesús. O que ya hubiera algunos que, aún siendo seguidores de Jesús, quisieran seguir profesando la antigua ley, poniendo en entredicho la nueva ley del amor dada en el Cuerpo y Sangre de Jesús. ¿No será que a veces también nosotros hacemos esto? ¿no será que aún amando a Jesús queremos seguir arrastrando tradiciones antiguas que hoy ya no tienen ningún sentido ni producen algún fruto? ¿No será que nos espanta la novedad del Evangelio y preferimos la seguridad que nos dan las cosas ya sabidas, aquel famoso “así se ha hecho siempre”? A lo mejor sea el caso de muchos hoy; por ejemplo de aquellos que dudan del pontificado del Papa actual, el de Francisco, el que nos recuerda que lo importante es humanizarnos, velar por los más pobres, amarlos como Cristo nos dice. Hace pocos días, escuchaba a un sacerdote decir que el Papa no debería dejar de lado a los poderosos y ricos del mundo, que está exagerando en hablar siempre de los pobres, que eso huele a comunismo, etc. Si nos damos cuenta, puede ser que a muchos hoy escandalice la opción preferencial por los pobres, pero yo me pregunto ¿quién es rico delante de Dios? ¿quién tiene algo que no haya recibido? ¿quiénes son los pobres? El problema de fondo sigue siendo el mismo: hasta que no nos descubramos todos, ricos y pobres económicamente, necesitados del amor de Dios y necesitados de dar amor a los demás, pobres de méritos pero rodeados de la enorme gracia y misericordia del Buen Dios, seguiremos creyéndonos sanos, sin necesidad del médico, ricos, y probablemente nos pase de largo la salvación que se nos ofrece día a día ante nuestros ojos.
Mientras llegan por Él sus parientes, Jesús discute con los escribas, los cuales lo tachan de endemoniado, y que expulsa a los demonios por el poder del príncipe de los demonios. Jesús les responde que eso es ilógico, que un reino dividido no puede subsistir. En la concepción de aquel tiempo, los judíos creían que el mal del mundo era debido a las fuerzas de los demonios, los cuales estaban organizados como un reino, con demonios jefes y otros a sus servicios. Jesús usa esta concepción de su tiempo para hablar del reino de Dios y mostrar que, si Satanás se ha levantado contra sí mismo, ya no puede subsistir, su reino ha llegado a su fin. ¡Cuánto necesitamos creer esto en verdad! A veces tiramos la toalla o nos rendimos ante las tentaciones o ante el mal, porque nos hemos convencido que éste no podrá jamás ser vencido, que no hay nada que hacer contra el mal del mundo y los que lo sirven, y hasta nos acomodamos a la mentalidad del mundo convencidos de ello, viviendo un cristianismo muy diluido. Jesús nos recuerda que el mal llega a su fin cuando Él entra en la vida del hombre, cuando es acogido en el corazón y se le sigue fielmente, dejándose guiar por su Espíritu Santo.
Jesús declara que no está endemoniado, pues siempre está expulsando demonios. Los escribas lo acusan falsamente de ello porque no quieren escucharlo. Es más, Jesús dice que todo les será perdonado a los hombres, todos los pecados y cualquier blasfemia, menos quien blasfeme conta el Espíritu Santo, ese no tendrá perdón jamás. ¿Qué significan estas palabras de Jesús? Muchas veces me ha tocado escuchar a algunos que tratan de saber cuál es ese pecado para no cometerlo. No se trata de ninguna obra en particular. Jesús nos dice que quien esté convencido de que sus Palabras sean contrarias a la salvación, que provengan del demonio por no querer escucharlo, quien siga atrapado en la mentalidad de un dios justiciero, que castiga y odia, que favorece a unos y a otros no, ese no encontrará salvación, porque él mismo se cierra ante el ofrecimiento que viene del cielo. La misericordia de Dios es nuestra salvación.
 Recordemos que el mismo Pedro, a pesar de amar a Jesús, se opuso a su plan cuando le dijo que debía morir en Jerusalén en manos de los sacerdotes, y buscaba disuadirlo. Era Pedro quien debía ser exorcizado y creer en Jesús. Los escribas están en grado de reconocer a través de sus obras que Jesús es el Mesías, pero no quieren aceptarlo. Dios es misericordioso, pero no actúa en contra de nuestra libertad. Ante la luz que se nos ofrece en Jesús, hay quien elige las tinieblas. Este es un gran misterio, por ello debemos orar siempre por los que rechazan a Jesús, para que se conviertan y encuentren la paz. Mientras estemos en este mundo todos podemos arrepentirnos. Hoy es el día de la salvación.
En la última parte de este Evangelio, cuando llegan a la casa donde está Jesús y sus discípulos, los parientes quieren sacarlo de ahí. La dimensión espacial es importante en estos versículos. Los de afuera representan al antiguo Israel, que deben entrar y habitar con Jesús para pertenecer al Reino de Dios, en cambio buscan que sea Él quien salga, es decir, que cambie de parecer. A veces nos sucede lo mismo: creyendo que debamos proteger o defender a Jesús o la fe católica, terminamos queriéndola cambiar, que se adapte, que no dé escándalo, que se ajuste a los nuevos tiempos, y lo único que hacemos es quedar en ridículo ante los que aún no creen en Jesús. Jesús nos pide fidelidad, confianza en sus Palabras, radicalidad en el seguimiento, amar hasta el fondo. Tal vez nos toque, como a los escribas y fariseos del tiempo de Jesús, hacer a un lado prácticas religiosas que hoy ya no sirven de nada y descubrir la fuerza divina en los sacramentos que ha donado a su Iglesia, a lo mejor debamos purificar ciertas devociones buenas que hemos convertido en devocionismos estériles, a lo mejor debamos dejar los legalismos y abrazar el rostro misericordioso del Padre Bueno que nos llama a amar al prójimo llenándonos de misericordia,  así como sabemos amarnos a nosotros mismos; a lo mejor lo que Dios desea es que aprendamos a estar junto a aquellos que realmente necesitan de nosotros así como sabemos estar con nuestros amigos; a lo mejor debamos trabajar en nuestra propia conversión más de lo que creemos, más de lo que nos preocupamos por la conversión de los otros. Si así lo haremos, seremos madre y hermanos verdaderos de Jesús. Paz y bien.


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