viernes, 8 de junio de 2018

Dejar a Dios ser DIOS - Evangelio del 10/06/2018 - Domingo X Tiempo Ordinario - Mc 3, 20-35




Paz y bien a cada uno, preparémonos para meditar la Palabra de vida de este Domingo X del Tiempo Ordinario, tomada del Evangelio de san Marcos 3, 20-35.
Al inicio de este trozo del Evangelio, escuchamos que san Marcos nos dice que Jesús estaba en casa con sus discípulos, rodeados de tanta gente que no podían ni comer. Al parecer Jesús está siendo escuchado por muchos, su Palabra conquista a quien la recibe. Pero si bien estamos apenas en el capítulo 3 de san Marcos, es decir, al inicio de su Evangelio, ya Jesús ha tenido varios enfrentamientos directos con los escribas y fariseos. Por ejemplo, en el capítulo segundo les dice abiertamente al curar a un paralítico que Él perdona los pecados, declaración que los confunde y enfurece, y que los lleva a tacharlo de blasfemo y a cerrarse a su Palabra; en los versículos siguientes del mismo capítulo los escandaliza por comer con publicanos y pecadores, a lo que Jesús responde diciendo que “No son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos. Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”; y todavía más adelante, Jesús se declara Señor del sábado cuando viola la ley de los judíos anteponiendo el bienestar y la salvación del hombre, etc. Jesús está enseñando y actuando de una manera que los desconcierta, y ven en Él a uno que pone en peligro la estabilidad del pueblo, política y religiosa.
Por todo esto, ya los primeros versículos del Evangelio de este domingo tienen mucho que enseñarnos. Nos dejan ver que sus mismos parientes no entienden lo que Jesús está haciendo, piensan que ha enloquecido y se preocupan de los problemas en que pueda meterse y buscan llevárselo para hacerle entender. Entonces, ni la gente que lo ama ni los fariseos y escribas lo entienden. Pero Jesús sabe muy bien lo que hace: está mostrando el verdadero rostro de amor y misericordia de Dios para con su creatura el hombre. Pero, ¿por qué se nos da esta enseñanza en el Evangelio? Es muy probable que, en los primeros tiempos del cristianismo, muchos se encontraran en la situación de duda acerca de la obra de Jesús, y que tuvieran miedo de seguirlo radicalmente, miedo a morir como Jesús. O que ya hubiera algunos que, aún siendo seguidores de Jesús, quisieran seguir profesando la antigua ley, poniendo en entredicho la nueva ley del amor dada en el Cuerpo y Sangre de Jesús. ¿No será que a veces también nosotros hacemos esto? ¿no será que aún amando a Jesús queremos seguir arrastrando tradiciones antiguas que hoy ya no tienen ningún sentido ni producen algún fruto? ¿No será que nos espanta la novedad del Evangelio y preferimos la seguridad que nos dan las cosas ya sabidas, aquel famoso “así se ha hecho siempre”? A lo mejor sea el caso de muchos hoy; por ejemplo de aquellos que dudan del pontificado del Papa actual, el de Francisco, el que nos recuerda que lo importante es humanizarnos, velar por los más pobres, amarlos como Cristo nos dice. Hace pocos días, escuchaba a un sacerdote decir que el Papa no debería dejar de lado a los poderosos y ricos del mundo, que está exagerando en hablar siempre de los pobres, que eso huele a comunismo, etc. Si nos damos cuenta, puede ser que a muchos hoy escandalice la opción preferencial por los pobres, pero yo me pregunto ¿quién es rico delante de Dios? ¿quién tiene algo que no haya recibido? ¿quiénes son los pobres? El problema de fondo sigue siendo el mismo: hasta que no nos descubramos todos, ricos y pobres económicamente, necesitados del amor de Dios y necesitados de dar amor a los demás, pobres de méritos pero rodeados de la enorme gracia y misericordia del Buen Dios, seguiremos creyéndonos sanos, sin necesidad del médico, ricos, y probablemente nos pase de largo la salvación que se nos ofrece día a día ante nuestros ojos.
Mientras llegan por Él sus parientes, Jesús discute con los escribas, los cuales lo tachan de endemoniado, y que expulsa a los demonios por el poder del príncipe de los demonios. Jesús les responde que eso es ilógico, que un reino dividido no puede subsistir. En la concepción de aquel tiempo, los judíos creían que el mal del mundo era debido a las fuerzas de los demonios, los cuales estaban organizados como un reino, con demonios jefes y otros a sus servicios. Jesús usa esta concepción de su tiempo para hablar del reino de Dios y mostrar que, si Satanás se ha levantado contra sí mismo, ya no puede subsistir, su reino ha llegado a su fin. ¡Cuánto necesitamos creer esto en verdad! A veces tiramos la toalla o nos rendimos ante las tentaciones o ante el mal, porque nos hemos convencido que éste no podrá jamás ser vencido, que no hay nada que hacer contra el mal del mundo y los que lo sirven, y hasta nos acomodamos a la mentalidad del mundo convencidos de ello, viviendo un cristianismo muy diluido. Jesús nos recuerda que el mal llega a su fin cuando Él entra en la vida del hombre, cuando es acogido en el corazón y se le sigue fielmente, dejándose guiar por su Espíritu Santo.
Jesús declara que no está endemoniado, pues siempre está expulsando demonios. Los escribas lo acusan falsamente de ello porque no quieren escucharlo. Es más, Jesús dice que todo les será perdonado a los hombres, todos los pecados y cualquier blasfemia, menos quien blasfeme conta el Espíritu Santo, ese no tendrá perdón jamás. ¿Qué significan estas palabras de Jesús? Muchas veces me ha tocado escuchar a algunos que tratan de saber cuál es ese pecado para no cometerlo. No se trata de ninguna obra en particular. Jesús nos dice que quien esté convencido de que sus Palabras sean contrarias a la salvación, que provengan del demonio por no querer escucharlo, quien siga atrapado en la mentalidad de un dios justiciero, que castiga y odia, que favorece a unos y a otros no, ese no encontrará salvación, porque él mismo se cierra ante el ofrecimiento que viene del cielo. La misericordia de Dios es nuestra salvación.
 Recordemos que el mismo Pedro, a pesar de amar a Jesús, se opuso a su plan cuando le dijo que debía morir en Jerusalén en manos de los sacerdotes, y buscaba disuadirlo. Era Pedro quien debía ser exorcizado y creer en Jesús. Los escribas están en grado de reconocer a través de sus obras que Jesús es el Mesías, pero no quieren aceptarlo. Dios es misericordioso, pero no actúa en contra de nuestra libertad. Ante la luz que se nos ofrece en Jesús, hay quien elige las tinieblas. Este es un gran misterio, por ello debemos orar siempre por los que rechazan a Jesús, para que se conviertan y encuentren la paz. Mientras estemos en este mundo todos podemos arrepentirnos. Hoy es el día de la salvación.
En la última parte de este Evangelio, cuando llegan a la casa donde está Jesús y sus discípulos, los parientes quieren sacarlo de ahí. La dimensión espacial es importante en estos versículos. Los de afuera representan al antiguo Israel, que deben entrar y habitar con Jesús para pertenecer al Reino de Dios, en cambio buscan que sea Él quien salga, es decir, que cambie de parecer. A veces nos sucede lo mismo: creyendo que debamos proteger o defender a Jesús o la fe católica, terminamos queriéndola cambiar, que se adapte, que no dé escándalo, que se ajuste a los nuevos tiempos, y lo único que hacemos es quedar en ridículo ante los que aún no creen en Jesús. Jesús nos pide fidelidad, confianza en sus Palabras, radicalidad en el seguimiento, amar hasta el fondo. Tal vez nos toque, como a los escribas y fariseos del tiempo de Jesús, hacer a un lado prácticas religiosas que hoy ya no sirven de nada y descubrir la fuerza divina en los sacramentos que ha donado a su Iglesia, a lo mejor debamos purificar ciertas devociones buenas que hemos convertido en devocionismos estériles, a lo mejor debamos dejar los legalismos y abrazar el rostro misericordioso del Padre Bueno que nos llama a amar al prójimo llenándonos de misericordia,  así como sabemos amarnos a nosotros mismos; a lo mejor lo que Dios desea es que aprendamos a estar junto a aquellos que realmente necesitan de nosotros así como sabemos estar con nuestros amigos; a lo mejor debamos trabajar en nuestra propia conversión más de lo que creemos, más de lo que nos preocupamos por la conversión de los otros. Si así lo haremos, seremos madre y hermanos verdaderos de Jesús. Paz y bien.


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