viernes, 30 de marzo de 2018

La Pascua del Señor - Evangelio del 01/04/2018 - Domingo de Resurrección - Jn 20, 1-9


Evangelio según San Juan 20, 1-9

“El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada. Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes. Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro; vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte. Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.”

Celebramos este Domingo el gran Misterio de la Resurrección del Señor, evento que da sentido y plenitud a nuestra fe en Jesucristo, Salvador y Señor. En el Evangelio de este domingo miramos una carrera para visitar el sepulcro, la mirada y el resultado de la visión del sepulcro en cada uno de los personajes del Evangelio, el proceso que cada uno vive para llegar a la fe en la Resurrección del Señor.
No sé si te diste cuenta de este detalle: si quieres ver un muerto visitas un sepulcro, si quieres ver a uno que vive lo buscas en otro lado, menos en una tumba. Justamente de esta afirmación tan lógica podemos deducir la dificultad de los discípulos en creer que Jesús ha resucitado: si se les ha dicho que vive ¿por qué inmediatamente van al sepulcro? Y obviamente, si ha resucitado, el sepulcro estará vacío. Su fe comenzará a crecer a partir de lo que no ven: no ven el cuerpo del Señor en el sepulcro, ven solamente la síndone (las sábanas) en la que había sido envuelto el Maestro exactamente como la habían dejado antes de colocar la piedra en la entrada, es decir, como si el cuerpo de Jesús se hubiera esfumado, sin la necesidad de desenvolver su cuerpo de las sábanas que lo cubrían. Simplemente salió de la síndone sin quitársela. Además, ¿quién roba un cuerpo desnudándolo? Lo más lógico sería tomar el cuerpo así como está y llevárselo. Un ladrón no lo desenvuelve y acomoda los lienzos. Pero no estamos aquí para dar pruebas o demostraciones lógicas de la Resurrección del Señor, sino para contemplar el Misterio y pedir a Dios que nos done la fe en el Señor Resucitado.
Ninguno de los evangelistas nos cuenta cómo fue la resurrección en detalle, en cambio nos cuentan que buscando al Señor entre los muertos no se le podrá encontrar, solamente buscándolo entre los vivos se podrá llegar a experimentar su fuerte y real presencia viva, capaz de dar alegría, gozo, sentido a la vida de los que quieren ser sus discípulos. Es una experiencia que se “comprueba” al dar una oportunidad a las Palabras que nos había dicho antes de su muerte en cruz, al obedecerlas y fiarse de cada una de ellas. Por eso, al obedecer sus Palabras y buscarlo en los enfermos, en los que sufren, en los perseguidos, en los oprimidos, el discípulo llegará a obtener la comprensión de las Escrituras. La Escritura es verdadera, no se equivoca, los que le dan una oportunidad y buscan vivirla, verán al Señor resucitado.
Así es la fe de los cristianos a lo largo de la historia después del evento de la Resurrección: no tenemos respuestas o silogismos capaces de convencer a nadie, sólo una experiencia real de la vida de Dios que hemos experimentado al buscarlo donde nos ha dicho que lo encontraríamos. Y el Señor ha cumplido sus promesas: no lo hemos encontrado entre los muertos, sino entre los vivos, en la decisión de amar y perdonar, en el Pan donde nos ha dicho que era y sería por siempre su Cuerpo y su Sangre, en la comunidad porque Él nos dijo que donde 2 o más se reúnen en su nombre ahí está, en la noche del abandono y la oración confiada, al servir y lavar los pies de los demás, en lo secreto de nuestro cuarto, en la caridad.

En este día victorioso y glorioso, los discípulos de Cristo queremos proclamarlo bien fuerte: ¡Él resucitó y lo hemos visto ahí donde nos dijo que lo encontraríamos! Por ello, aquellos que nos piden ver a Jesús no nos deben atemorizar pensando que tenemos que hacérselos ver físicamente para que crean en Él. En primer lugar, no queramos pedirle a Dios hacer el milagro de aparecerse a sus ojos corporales, sino pidamos con fe a Dios que, a través de nuestro testimonio y la narración de nuestra experiencia, el Espíritu de Dios les abra los ojos espirituales para que puedan ver la verdad y se sientan motivados a buscarlo también donde lo hemos encontrado nosotros. Muchos han buscado su cuerpo, otros lo han buscado en pruebas científicas o en ritos mágicos. Sepamos bien, estemos plenamente convencidos, que la mejor manera de mostrar a Jesús vivo a los hombres es viviendo sus enseñanzas, es combatiendo el pecado el cual mata toda esperanza, es renunciando a nuestro egoísmo y tomando decisiones fuera de la lógica humana, pero de acuerdo a la fe que nos habita. La encarnación del Señor no terminó en el vientre de María santísima, ahí comenzó y continúa tomando carne en sus discípulos que ahora tenemos su misma vida en nosotros.
El mensaje central de este día es que todo lo que somos como cristianos, lo debemos y parte de la fe en la resurrección de los muertos que Jesús ha obrado y que nosotros tenemos por esencial. Creemos en la resurrección de los muertos, en la vida futura que no es repetición de la misma vida terrena que ya experimentamos sólo que ahora sin final, sino la vida de Dios en nosotros, que ya poseemos pero que debe llegar a su plenitud. Lo que nos distingue de los demás no es una doctrina moral, sino este mensaje: que Cristo Resucitó y ha vencido la muerte, y por nuestra fe en Él también nosotros somos ya hijos de Dios realmente, herederos de su Reino y de su misma vida, fruto y signo de su amor por los hombres sus creaturas.
El problema de la muerte ha angustiado a los hombres desde que han abierto su mente, desde que son autoconscientes, y se preguntan por qué el hombre muere, y han buscado algún modo para evitar morir. Jesucristo, con su muerte y resurrección, ha vencido la muerte y la ha convertido en el paso (Pascua) a la vida en Dios, una vida que no hubiéramos jamás imaginado poder conocer y merecer; de fracaso o sin sentido que era, la ha convertido en victoria; el amor es más fuerte que la muerte.
Celebremos con alegría la muerte y Resurrección de Jesús, ésta es hoy nuestra victoria, nuestro estandarte del cual no nos avergonzamos, sino que la proclamamos llenos de gozo y esperanza, plenamente convencidos de que un día también nosotros la conoceremos totalmente, sin barreras, sin ningún velo, cara a cara, y en ella viviremos. Paz y Bien.

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sábado, 24 de marzo de 2018

Canto "Dame un corazón" - autor fray alex

Te comparto este canto sencillo, que me ha ayudado a saber dónde estoy en verdad y pedir lo que realmente necesito para experimentar el gozo que no tiene fin, esa alegría escondida que podemos encontrar si vivimos la caridad cristiana.
Necesito un corazón nuevo, que no tema entregarse, que no tema servir, que sea de carne, que nazca de tu Espíritu, capaz de sentir el dolor del que clama a Dios.

¡¡Paz y Bien!!


Puedes descargarlo desde la sección MP'3 de este blog,
o directamente de AQUÍ.

Domingo de la Pasión del Señor - Evangelio del 25/03/2018 - Mc 14,1-15, 47


La tentación en este domingo, es la de querer explicar el Evangelio de la Pasión del Señor en todos sus detalles. Pero la clave para este día es la de contemplar lo que está sucediendo, en silencio y con el corazón abierto. Son dos capítulos completos del Evangelio de san Marcos que la Iglesia nos propone para celebrar este domingo la Pasión del Señor. Desde este punto de vista, el rezo del via crucis se revela una excelente escuela para contemplar, meditar y orar la Pasión de nuestro Señor.

En el capítulo 14 escuchamos diferentes eventos de suma importancia para nuestra fe: la conspiración para apresar a Jesús, la unción de Jesús en Betania con perfume de nardo puro por parte de una mujer, la incomprensión de este gesto, la entrega de Jesús a los sumos sacerdotes por parte de Judas, la celebración de la nueva Pascua y la última cena, la oración de Jesús en Getsemaní, el temor y angustia que siente ante la hora que se acerca, los discípulos que duermen, la aprehensión de Jesús, el abandono de Jesús por parte de todos, las negaciones y el llanto de Pedro, el juicio falso en contra de Jesús, el joven que se escapa desnudo, etc. Es bueno resaltar lo que el evangelista Marcos evidencia de Jesús a diferencia de los otros evangelistas que también narran la Pasión del Señor: que Jesús inaugura una nueva Pascua y lo comprende como el nuevo Cordero que no abre la boca ante sus verdugos, que Jesús siente miedo y angustia ante la muerte que se acerca, que todos lo dejan solo.

San Marcos describe algunos detalles de la última cena de Jesús con sus apóstoles; a pesar de que los apóstoles en ese momento no comprendieron el gesto, Jesús está plenamente consciente de su entrega y de nuestra necesidad de ser sostenidos ante nuestra fe en Él crucificado. San Marcos no tiene recelo en mostrar el temor y la angustia de Jesús, como verdadero y real hombre que es. Tal vez para hacernos entender que Jesús conoce bien el sufrimiento y el temor que se sienten cuando el momento de la prueba de nuestra fidelidad y amor también nos alcanza a nosotros. Jesús dice: “Mi alma siente una tristeza de muerte… Abba -Padre- todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Jesús está aterrado, pero en la oración a su Padre encuentra la fuerza para adherirse con todo su ser a su voluntad, para permanecer fiel hasta el final. La oración, aunque a veces no nos demos cuenta, nos fortalece para poder confiarnos plenamente en las manos de Dios Padre en el momento de la prueba máxima: amar hasta el fondo.

San Marcos escribe en el versículo 50: “Entonces todos lo abandonaron y huyeron”, mientras que los otros evangelistas hablan de la multitud que lo acompaña, de Juan y María que están con Él hasta el final junto a otros personajes. Debemos contemplar este aspecto de la pasión del Señor: su soledad. Este abandono por parte de todos muestra que la única fortaleza de Jesús es su amor a su Padre del cielo, además de su férrea voluntad de salvar a los que ama, aunque lo hayan abandonado. Ninguno de nosotros tenemos mérito alguno ante la Pasión y muerte salvadora de Jesús en favor nuestro, es Él quien la cumple entera por nosotros. Nos lleva a darnos cuenta que sólo por la fe en el que murió y resucitó podemos ser salvados, sólo por gracia y misericordia suyas.

Nos damos cuenta que ante los soldados y las falsas acusaciones, Jesús no hace nada, no responde con violencia ni siquiera para defender su inocencia. Jesús calla. Recordemos que ya Él nos había repetido varias veces que el que pertenece al reino de Dios, deja de ser como una fiera depredadora y comienza a amar, a desear el bien a todos, a perdonar a los que están ciegos ante esta luz de la verdad. Jesús es testigo de esta verdad en modo perfecto, como cordero llevado al matadero. Él es el modelo de la nueva humanidad, la que vive según el Espíritu de Dios como nueva creatura. Es el efecto del bautismo que ha recibido. Su silencio no es el silencio de uno que no lucha contra la injusticia o que se resigna ante el mal. Jesús calla, su silencio es un profundo misterio, que podemos comprender un poco si entramos en su lógica de amor: todos han decretado ya su muerte, están profundamente obstinados en no creerle ni cambiar de opinión, Jesús decide hacer escuchar la verdad con la entrega de su vida, con su ejemplo de no responder con las armas y el odio ante la injusticia, escoge renunciar al odio. El aparente triunfo de la mentira se revelará efímero y vacío.

El evangelista nos muestra que Jesús es inocente, y que sus acusadores lo saben, también Pilatos. Por eso son culpables, porque conocían su inocencia, pero prefirieron quitarlo de en medio en favor de otros intereses. Al final, no sólo Judas lo vendió, también lo ha vendido todo aquel que prefiere algo más antes que reconocer la inocencia de Jesús y ponerse de su lado. Todos los que lo abandonaron, lo vendieron.

El joven que se escapa desnudo. Este detalle nos hace preguntarnos qué importancia tiene en la Pasión del Señor. Algunos lo identifican con el mismo Marcos, testigo de lo que sucedió. Pero podemos descubrir otro sentido partiendo de las palabras que usa el texto original: “joven”. Esta palabra “joven” aparece sólo aquí y en otro momento, cuando un “joven” aparece en el sepulcro de Jesús revestido de un vestido blanco y les dice a las mujeres: “ustedes buscan a Jesús, el crucificado; no está aquí”. Este “joven” en el Getsemaní lo indica envuelto también en un vestido blanco, pero el término “vestido” o “túnica” como traducen nuestras Biblias es muy distinto al del “joven” que anuncia que Jesús no está en el sepulcro. Marcos usa la palabra “envuelto en una síndone”, desnudo. En aquel tiempo, la persona era envuelta en la síndone (sábana) para después ser puesta en el sepulcro. ¿Qué nos sugiere entonces Marcos con este detalle de que los soldados le quitan la sábana quedándose con ella? Sugiere justamente lo que está sucediendo a Jesús: así como los soldados capturan a Jesús y “capturan” la sábana de este joven, Jesús dejará en sus manos sólo la “síndone”, no su persona. Jesús poseía la vida del Dios eterno en plenitud, y esta vida escapa a los poderes de este mundo, a las manos de los soldados, a sus verdugos, a los judíos que le dan muerte, a todos aquellos que asesinarán también a los mártires de la Iglesia en un futuro. Así también sucede con nosotros: hemos recibido esta vida de Dios al aceptar a Jesús en nuestras vidas y no hay poder en la tierra que nos la pueda arrebatar, así llegasen a darnos muerte también a nosotros. Por ello, Jesús insistirá muchas veces durante su vida: “no tengan miedo a los que matan el cuerpo”. Como cristianos, Jesús nos repite que no tengamos miedo ante ninguna situación por más amenazadora que parezca, ni ante nadie por más fuerte que se nos presente. “Ningún veneno les hará daño”, “impondrán las manos en mi nombre y todos sanarán”, “ningún mal les hará daño”.

El capítulo 15 evidencia: la liberación de Barrabás en lugar del inocente Jesús, la tentación de bajar de la cruz para que todos crean en Él, su pasión, el personaje Simón de Cirene obligado a llevar la cruz, su muerte en el Gólgota, los soldados que reparten sus vestiduras, que muere por revelarse “rey de los judíos”, el velo del templo que se rasga en dos de arriba abajo, los pocos que lo acompañan, el centurión que exclama (profesa la fe) “verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”, y José de Arimatea que valientemente pide el cuerpo de Jesús.

Entre tantos detalles, solamente nos detendremos un poco en tres de ellos.
El primero, el velo que se rasga. El velo dividía la presencia de Dios de los pecadores, permitiendo solamente a los sumos sacerdotes entrar una vez al año. Al morir Jesús, Él mismo quita toda barrera entre Dios y los hombres y mujeres. Todos podemos acercarnos a Él para recibir la nueva vida, también los pecadores. El cielo se ha rasgado y nos ha dado al Salvador, se ha abierto y se ha restablecido la armonía entre el cielo y la tierra. No hay ya barreras para encontrar a Dios.

El segundo. En el Evangelio de Marcos, cada vez que alguien proclamaba a Jesús como “Hijo de Dios”, Él lo callaba. Por ejemplo, el endemoniado en la sinagoga y otros. Jesús no les permitía llamarlo así por que sólo con su muerte a todos quedaría clara su filiación con el Padre. Mientras no muriera en la cruz, su fe no estaría completa, podrían malentender la misión y la identidad de Jesús. Ahora sí, al morir, el centurión lo profesa “Hijo de Dios”, descubre su identidad más profunda. Y Jesús ya no lo calla, ha muerto. El domingo anterior habíamos escuchado “cuando sea levantado en alto atraeré todos hacia mí, sabrán que Yo Soy”. Ahora sí, la identidad de Jesús no corre riesgo de ser malentendida: Él es el Hijo de Dios, como siempre lo había dicho, es el siervo, el salvador, el que ama hasta el extremo. Sin su muerte en cruz, la identidad de Jesús queda velada. Ahora, en el crucificado podemos descubrir quién es Jesús: Hijo de Dios, revelador del Padre, misericordia, etc.
“Hijo de Dios” indica que este Hijo asemeja a su Padre, que en Él vemos claramente al Padre. Al ser un soldado romano quien reconoce a Jesús, nos muestra claramente que ese velo del templo ha desaparecido para siempre.

El tercero, José de Arimatea, miembro notable del sanedrín. Se presenta ante Pilatos para obtener la autorización de sepultar el cuerpo del crucificado. Dice el Evangelio que “tuvo la audacia para pedir el cuerpo de Jesús”. ¡Cuánto valor de este hombre! ¡Pedirle el cuerpo, presentarse como amigo de Jesús ante quien lo había condenado a muerte! ¡Se necesita valor y fe! San Marcos subraya este valor de José de Arimatea, quizá para que lo tomemos como ejemplo los cristianos de todos los tiempos. Es un mensaje de Marcos para su comunidad y para nosotros, porque muchas veces los discípulos nos volvemos inconstantes, débiles, miedosos, sin valor, justo cuando más se necesita que profesemos nuestra fe ante aquellos que no la aceptan, la ignoran o la rechazan. Justo cuando somos tentados de avergonzarnos de nuestra fe, o de los valores morales y cristianos que conlleva ser discípulos de Cristo, más se necesita ser fieles. El mensaje aquí es no acomodarnos a la mentalidad y valores de este mundo, sino brillar como una luz. El verdadero discípulo es una persona valiente, con su vida y con sus palabras.

Que todos estos detalles nos lleven a prepararnos a celebrar el profundo misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, nuestro Salvador, y a celebrar su gloriosa resurrección en la Pascua inminente. Paz y Bien.

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viernes, 23 de marzo de 2018

Nos conviene que muera - Evangelio del 24/03/2018 – Sábado V de Cuaresma - Jn 11, 45-57


En el Evangelio de hoy, los sacerdotes, fariseos y el sumo sacerdote Caifás deciden que conviene que uno, Jesús, muera por el pueblo y que no perezca la nación entera. El evangelista Juan nos dice que esto no lo dijo movido por propio impulso, sino que habló proféticamente. El don de profecía es un don que viene de Dios, no es adivinar el futuro ni predecir catástrofes por decisión propia o conocimiento natural de la razón, sino una iluminación que Dios concede para manifestar una verdad. El estudio del profetismo nos dice que este don no se limita a un tipo de personas o circunstancias establecidas. Ya que es Dios quien inspira la profecía, Él puede actuar con entera libertad escogiendo a quien le plazca, hombre o mujer, santo o pecador, católico o no, para hablar en su nombre. De hecho, en la Escritura encontramos varios ejemplos donde Dios inspira la profecía a hombres o mujeres, a judíos o no judíos. Tan importante como el don de profecía es el don de poder interpretarlas con veracidad.
La historia de la humanidad está inmersa en otra historia, la de la salvación de Dios, y ésta segunda es la que le da sentido. Somos libres de hacer o no hacer, de escoger el bien o el mal, pero Dios es capaz de servirse de nuestra historia llena de pecado para hacerse presente en la vida de los hombres y manifestar su mensaje y su ofrecimiento de salvación. Nosotros somos libres, Dios también lo es; nuestra libertad es tenue imagen de la libertad de Aquel que nos creó. El destino de nuestra historia no depende de si Dios quiera salvarnos o condenarnos, Él nos ha dicho que su firme decisión es la de salvar a todo aquel que crea en su Hijo Jesucristo. El pecado del cual Dios no nos podrá salvar al final es la decisión inamovible de rechazarlo. Si en esta vida decidimos no darle una oportunidad y nunca quisimos cambiar tal decisión, de ese pecado de rechazo y cerrazón de corazón, cuando lleguemos a su presencia, Dios no nos podrá salvar. Si en esta vida lo negamos muchas veces, pero en un momento de gracia habremos recurrido a su misericordia y habremos abrazado la nueva vida que nos regaló, Él nos dice que nos salvará. Dios conoce lo que hay en el corazón de cada hombre, no podemos fingir ante Él una falsa conversión o engañarlo, no somos más astutos que Él, a quien nada se le oculta. Aunque hubiésemos cometido muchos pecados, o incluso dado muerte a Jesús, el perdón y la misericordia de Dios son capaces de darnos nueva vida para vivir la conversión y la libertad de Hijos de Dios que con sinceridad y verdad habremos buscado en Él. Sí, tanto la libertad como la gracia de Dios son un abismo en el que nos perdemos, no somos capaces de comprenderlas. Pero la experiencia del perdón de Dios es realísima, aunque no comprendamos sus profundidades.
Todos conocemos el dicho “Dios escribe derecho en renglones torcidos”. El Evangelio nos muestra que el pecado es en sí dar muerte al Hijo de Dios, pero también que la misericordia de Dios es quien dirige la historia. Su misericordia es capaz de hacer, y en efecto lo ha hecho, que la muerte de Jesús, el complot contra Él, la decisión de darle muerte, se vuelva ocasión de salvación. Esta es la Victoria de Dios sobre el pecado y la muerte que Jesús ha revelado y que sólo Él podía hacerlo. Ni la razón humana ni angélica podían haber intuido este plan maravilloso de salvación que Dios había preparado desde siempre.
¿Cuáles son tus pecados, tus obras de muerte que Dios está esperando poder cambiar en nueva Vida?
Mañana escucharemos en la Santa Misa del domingo el Evangelio de la Pasión del Señor, simplemente te invito a escucharlo con atención y con el corazón abierto, pensando que las obras de muerte en nuestras vidas pueden ser cambiadas totalmente por el poder del Amor de Dios, que necesitamos resucitar con Él. Él puede hacer que donde abundó el pecado y la muerte sobreabunden la gracia y la vida. El poder del Amor de Dios es ilimitado e infinito. Paz y Bien.

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jueves, 22 de marzo de 2018

Dios culpable - Evangelio del 23/03/2018 – Viernes V de Cuaresma – Jn 10, 31-42


El Evangelio nos presenta dos casos donde los judíos buscan apedrear a sus interlocutores: la mujer adúltera y Jesús. Cabe decir que el castigo de lapidación estaba previsto en varios casos por la ley, entre ellos el adulterio y la blasfemia contra Dios.
En el Evangelio de hoy, algunos hombres pretenden infligir este castigo a Jesús por considerarlo blasfemo, pues dice ser Hijo de Dios. Jesús no niega sus palabras, sino que recurre a la misma ley y a sus obras buenas para demostrar su inocencia. Lo que hace Jesús es poner como enjuiciados a los que pretendían juzgarlo y sentenciarlo. Cuando confrontamos nuestra vida con la ley de Dios, somos nosotros a salir enjuiciados, pues nuestras infidelidades son muchas. No hay nadie que esté libre de pecado ni culpa. En la Escritura, hallaremos muchos casos donde hombres piadosos se remiten a Dios para que Él los juzgue según su misericordia, después de haber reflexionado que, si Él no los perdona, su merecida pena sería la muerte. De hecho, cuando en el Antiguo Testamento el pueblo se da cuenta que todo les está yendo mal porque Dios ha apartado su rostro, no es por otra cosa sino porque reconocen haber violado la alianza, haber sido infieles a Dios, y con humildad le piden que regrese y use misericordia con ellos. Nos encontraremos con muchos casos en la Escritura donde Dios se “arrepiente” del castigo y estalla de misericordia y compasión para con su pueblo.
Esta es también nuestra propia historia. En diversos momentos de nuestra vida nos hemos visto tentados a querer juzgar a Dios, a querer tomar piedras y lanzárselas como un acto de repudio y reprobación por su proceder. Sin que ninguno de nosotros se escandalice de lo que voy a decir: ¿qué piedra te gustaría lanzarle a Dios? ¿por cuál motivo te sientes o sentirías movido a castigarlo? A veces es necesario que reconozcamos en nosotros mismos esas piedras, esos reproches que a veces no decimos con nuestros labios, pero que en el fondo ahí están y provocan desconfianza y distanciamiento de Él.
Como sacerdote, he conocido casos de reproches muy severos y fuertes hacia Dios por parte de algunas personas, tales como: “si Dios está y me ama ¿por qué no me escuchó cuando le pedí por la recuperación de mi padre?”, “¿por qué permitió el asesinato de mi hijo, el secuestro de mi familiar?”, “¿por qué no impidió que me violaran?”, “si Dios me ama ¿por qué he sufrido tanto?”, “¿por qué permitió que mi esposo me abandonara?” Y muchos otros.
Me parece que en el Evangelio de este día Jesús nos pide que reconozcamos esos reproches, esa culpabilidad que hemos dado a Dios, para poder iniciar el proceso de reconciliación con Él. Él no nos juzgará ni nos castigará, al contrario, buscará iluminarnos con su verdad y sanarnos con su misericordia. Prepárate a vivir esta semana santa ya próxima en toda su verdad, mirando hacia Dios y poniendo ante Él tu vida así como está, con sus luces y sombras, con sus claridades y confusiones. Ante el crucificado encontrarás al Dios que tiene una Palabra para ti. Escucha con atención este canto que te propongo. Paz y Bien.

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miércoles, 21 de marzo de 2018

El misterio de Jesús - Evangelio del 22/03/2018 - Jueves V de Cuaresma - Jn 8, 51-59


En el Evangelio de este día encontramos a Jesús que continua hablando con algunos judíos, los cuales se niegan a escucharlo. Jesús está haciendo grandiosas revelaciones sobre su identidad, pero éstos no comprenden, y llegan a la conclusión opuesta a la que Jesús los quería llevar. Dicen: “Ahora ya no nos cabe duda de que estás endemoniado”.
Dar respuesta a la interrogante de estos días sobre quién sea Jesús, sólo puede darse desde la fe. Si no se abraza el misterio de su pasión y muerte, de su cruz y su resurrección, la puerta permanecerá cerrada. Por eso es imprescindible anunciar a Jesús desde este misterio de su vida, sin omitir ni su pobreza, ni su sufrimiento, ni su salud que ofrece, ni sus palabras, ni su pasión, muerte y resurrección. Si presentamos a los hombres y mujeres de este tiempo un Cristo sin cruz, está vacío, mutilado; lo mismo sucederá si anunciamos un Cristo sufriente sin amor ni resurrección. ¿Qué Cristo estamos testimoniando al mundo con nuestra vida? ¿Uno sin Cruz? ¿Uno sin resucitar? ¿Uno sin poder? ¿Uno de debilidad? No es fácil anunciarlo en todo su misterio. Recuerda que ya los apóstoles querían ver al Jesús glorioso mientras éste les anunciaba que debía sufrir mucho y morir en manos de los sumos sacerdotes. Como Iglesia ¿cuál Jesús estamos anunciando? ¿uno a nuestra medida, que comprendemos y encuadramos en nuestra razón?
Lo primero que hay que saber de Jesús es que no lo sabemos todo, que es un misterio muy grande, un inmenso mar en el cual hay que adentrarse para poder hablar de Él, y siempre habrá un infinito por conocer de su persona, ¡Él es Dios! Por ello cada vez que escuchamos su Palabra proclamada ya sea en la Misa o en un grupo, o al leerla personalmente, siempre será una Palabra nueva, una por conocer y comprender. No seamos de esos cristianos que por haber memorizado unos versículos de la Biblia creen ya no tener necesidad de meditar su Palabra. Actuando así, dejamos morir su Palabra e impedimos que siga dando fruto en nosotros.
Jesús está vivo, sigue pronunciando Palabras de verdad, sigue mostrando viva y eficazmente el rostro misericordioso del Padre, sigue donando el Espíritu santificador, su obra no ha disminuido, al contrario, Cristo resucitado está presente en todas partes y su fuerza no tiene límites. Hay que desechar todo miedo, toda desconfianza para anunciarlo resucitado en todo su misterio. A veces no lo anunciamos porque no llegamos a creer que Él pueda cambiar a una persona, que pueda sacarla de sus vicios y pecados, o que pueda hacer algo por los enfermos, por la paz del mundo, por la situación política de la humanidad, por la tristeza de algunos. A lo mejor pensamos ¿y si no sucede nada? ¿y si me falla? Recuerda, muchas veces no sabemos cómo actuará en la vida de otros, pero la fe nos lleva a creer que ciertamente Él actuará, Él es Dios. Ya nos había dicho Él que la fe es como una pequeña semilla de mostaza. No le pongamos límites a sus Palabras por no conocerla en toda su profundidad, al contrario, ofrezcamos la puerta de la fe, el misterio de su muerte y resurrección, para que Él pueda conducir a quien lo escucha hacia las profundidades de su misma persona.

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martes, 20 de marzo de 2018

Hijos liberados – Evangelio del 21/03/2018 – Miércoles V de Cuaresma - Jn 8, 31-42


En el Evangelio de este día, Jesús dice a los que habían creído en Él, que el pecado es real y profunda esclavitud, y que Él ha venido a hacernos hijos de Dios para ya no ser esclavos de nada. Ser hijos de Dios, entonces, es igual a ser verdaderamente libres. Y sabemos que el bautismo nos ha hecho hijos de Dios por el don del Espíritu que hemos recibido. Pero es compromiso de cada uno permanecer en esta libertad donada luchando día a día contra el pecado, que busca hacernos regresar a la esclavitud. Jesús mira claramente esta verdad, Él es la verdad hecha carne, la libertad hecha persona, pues es el Hijo perfectamente fiel y sin pecado, que nunca se apartó de la voluntad de Dios.
Nosotros hemos de buscar continuamente esta libertad, hacerla nuestra. No es libre quien no viva en el temor de Dios, aunque ante los ojos de todos reciba alabanzas y reconocimientos; no es libre el que odia, tampoco el que desprecia a sus hermanos, ni el que piensa dentro de sí “no mato, no robo, todas las religiones son iguales, basta portarme bien para ser salvado”. La libertad de hijos de Dios y la salvación se viven donando la vida por Jesús, creyendo en esta persona específica, amando al prójimo en su nombre. Sólo en Jesús hay salvación, debemos afirmarlo con firmeza ante todos, siendo testigos de lo que Él ha hecho por nosotros.
En el mundo hay muchas religiones, muchas personas que, sin ser aún cristianas, intuyen el valor del amor y viven en el respeto a los demás, luchando por el bienestar de todos. Y eso es una sincera búsqueda de la verdad. Como cristianos, nuestro compromiso es orar para que lleguen a la comunión perfecta con Dios a través de su Hijo Jesucristo, don magnífico de gracia.
A veces nosotros mismos no nos damos cuenta del inmenso don recibido en la fe, llegando a creer incluso que vale lo mismo ser o no bautizado, estar casado o no “por la Iglesia”, recibir o no a Cristo en la Eucaristía, basta que me porte bien. Jesús nos repite hoy el gran misterio de su revelación: “Si el Hijo les da la libertad, serán realmente libres”. Hay una libertad que sólo experimentan los que son hijos, hay una confianza, una fe, que nos ha sido donada como luz para iluminar nuestra vida y la de aquellos que nos rodean. No la apagues, no la diluyas pensando que todas las luces iluminan igual, ésta, la de la fe en Jesús y su Espíritu en nosotros, es única, y nada la puede suplir. El mundo necesita de esta luz y no debe quedarse escondida bajo la mesa, necesita de esta sal para dar sabor y preservar incorrupta la esencia de la vida: el amor revelado en Jesucristo. Paz y Bien.

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lunes, 19 de marzo de 2018

¿Quién eres Tú? – Evangelio del 20/03/2018 – Martes V de Cuaresma – Jn 8, 21-30



En el Evangelio de hoy, vemos a Jesús diciéndonos quién es Él: “¿Quién eres Tú?”, preguntan los judíos, y Él responde más adelante: “Yo Soy”. Jesús se declara abiertamente Yo Soy Dios. En el mundo en que vivimos, los hombres y mujeres creen todo y a todos, menos a Jesús. Muchos creen en los horóscopos, otros en diferentes dioses, otros en lo que llaman “la vida”, en la energía, en el amor, en el cosmos, etc. Jesucristo nos dice que Él es Dios, Él es el amor, Él es el camino, la Verdad, la Vida. Él es el rostro de Dios. Pero se topa con hombres y mujeres que no quieren creer en Él, no quieren darle una oportunidad, no quieren abrir sus oídos a sus Palabras, no quieren, no quieren, no quieren.
Jesús no se da por vencido y a pesar de vivir el profundo rechazo e incomprensión por parte de los que le rodean, está decidido a vivir la prueba máxima de su identidad: ser levantado sobre la Cruz, aceptar el cáliz que debe beber, y resucitar. Está dispuesto a ofrecerse por nosotros por la eternidad. ¿Por qué lo hace? ¿Qué ve que nosotros no vemos? ¿Qué conoce que nosotros no? ¿Quién es Él?
La semana Santa está ya próxima, y Jesús nos dice que cuando lo miraremos muriendo, ofreciendo su vida por nuestra salvación, sabremos que Él Es Dios; nos dice que Él es el que salva, Él es el que perdona, Él es el que podemos reconocer como Dios cuando aceptemos su perdón. La Cruz y muerte de Jesús sigue siendo para nosotros cristianos y para el mundo el rostro de Dios, el lugar donde poder conocer la profundidad del ser de Dios, su poder, su voluntad: Él es el que desea con todas sus fuerzas salvarnos y donarnos la felicidad, el que desea librarnos de morir en nuestros pecados. No hay filosofía, razonamientos que puedan llegar a decirnos quién es Dios con toda verdad y certeza, sólo el Hijo que conoce al Padre nos lo puede decir y revelar: Dios es uno que ama hasta el extremo. ¿Qué hacemos buscando a Dios donde no está su verdad, en ideologías falsas, en supersticiones vacías, en cielos lejanos? Dios está, ES, ahí donde está el Crucificado, donde se anuncia su muerte y resurrección, donde un ser humano por fe ayuda a otro, donde un sacerdote en su nombre permanece fiel sirviendo al rebaño de Dios, donde un matrimonio cuida su amor conyugal, donde un perseguido a causa de Su nombre no desfallece y grita auxilio a la fortaleza que viene de lo alto, donde un hombre o una mujer encienden una luz de esperanza en el contexto más atroz, donde uno de nosotros dobla su rodilla pidiendo perdón y salvación al que es Clemente y compasivo, donde un niño es ayudado en su alimentación y en su educación, donde se vive la honestidad y la justicia estando dispuestos a sufrir la injuria e incomprensión, donde una madre da a luz contra toda esperanza, donde uno se decide a ya no ser como antes sino dispuesto a seguir el nuevo camino que ha visto posible. Concluye el Evangelio de hoy diciendo: “Mientras hablaba así, muchos creyeron en Él”.  Paz y bien. 

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domingo, 18 de marzo de 2018

El Plan de Dios - Evangelio del 19/03/2018 - Lunes V de Cuaresma - Lc 2, 41-51


Hoy es lunes V del tiempo de cuaresma, celebramos la solemnidad de San José, el padre de Jesús en la tierra. San José, dice la Escritura, era un hombre justo, y la justicia es una virtud que lleva al ser humano a saber cómo actuar en las diferentes situaciones de la vida según el principio de la verdad. Justicia moral, justicia jurídica y justicia religiosa van estrechamente unidas. La justicia iluminada por la fe lleva a dar a Dios lo que Él merece: fidelidad, gratitud, respeto, obediencia; y a dar a los hombres según la voz de Dios nos indica: respeto, derecho, ayuda, misericordia.
Un judío justo es uno que respeta la ley, que se apega a ella y la cumple, que es fiel a la alianza entre Dios y su pueblo. La justicia implica, por parte del hombre, docilidad a lo que Dios enseña como justicia, y, por tanto, una respuesta activa, un oído atento, una visión aguda. Ese es el hombre José, a quien Dios le confía su propio hijo para que fuese modelo de justicia y fidelidad para Él.
Según el Evangelio, que de José nos habla muy poco, este hombre supo justamente obedecer a Dios antes que a los hombres, llevando la justicia a su significado más profundo: amor y compasión. No hay nada más justo que procurar el bien del otro, y en ello José es maestro; supo amar a María su esposa según la ley y según la fe que es el alma de la ley; supo amar a su hijo Jesús respetando y acogiendo los planes de Dios para Él, planes que muchas veces no entendía, pero queriendo en todo momento lo justo para Él.
Querer obrar siempre con justicia nos llevará a renunciar a nosotros mismos y poner como centro de la vida la ley del amor, la paciencia, la humildad y la compasión, y renunciar a un reducido concepto de justicia como el de dar a cada uno lo que se merece. Con una ley así, nosotros mismos no tendríamos derecho a la salvación, sino a la sentencia condenatoria por ser hallados culpables de nuestros delitos y pecados; por ley, podríamos ser llevados a aceptar la pena de muerte, al ojo por ojo y diente por diente, y a muchas cosas más. Pero la confianza en Dios, es decir la fe en Él, que nos ha revelado su verdadero rostro que es misericordia, nos mueve a pedir perdón y a esperar una segunda oportunidad, pues Dios es fiel a sí mismo, y a hacer lo mismo con nuestro prójimo.
En este día simplemente busco decirte que Dios es justo, y su justicia que es misericordia hace vivir lo que estaba muerto, que Él puede convertir un corazón injusto en uno justificado, que pueda vivir por la fe. El plan de Dios es buscar que su justificación, su justicia, alcance a todos los hombres para que puedan tener vida, y que cada uno de nosotros nos convirtamos en vivos testigos de esta vida recibida de sus manos, siendo justos con los que nos rodean, así como Él lo ha sido con nosotros, perdonándonos y dándonos una segunda oportunidad.







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viernes, 16 de marzo de 2018

Una gota de agua / Living stones


Hola a todos, hoy les comparto también una sesión acústica de dos canciones con Sophia G. Robisco, una gran compositora con una bella voz y una sensibilidad artística increíble. Espero les guste!!
Es el resultado de la desvirtualización de una amistad de la red.
El primer canto lo cantamos juntos, el segundo es ella quien nos comparte la música que compuso para el himno de "piedras vivas" (living stones/pietre vive), movimiento de voluntariado y evangelización a través de la guía a los peregrinos que visitan algunos lugares santos.

Te dejo el link del canal de YouTube de Sophia: YOUTUBE SOPHIA
Y aquí el canto para escuchar o descargar: UNA GOTA DE AGUA/LIVING STONES

También puedes descargarlo o escucharlo en la sección MP'3 de este blog o de mi canal en YOUTUBE.

¡Paz y Bien!



Testigos ¡Sí! - Evangelio del 18/03/2018 - Domingo V de Cuaresma - Jn 12, 20-33


En este domingo V del tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos propone la lectura de san Juan capítulo 12. Estamos llegando prácticamente al último domingo del tiempo de cuaresma, el próximo estaremos celebrando la Pasión del Señor, o Domingo de Ramos como lo llamamos comúnmente. Prepárate para lo que Jesús nos dice hoy en su Palabra.
El Evangelio comienza diciendo que había unos griegos que subieron a Jerusalén para adorar a Dios durante la fiesta de Pascua y acercándose a Felipe le dicen: “Señor, queremos ver a Jesús”. Cabe mencionar que estos griegos simpatizaban con la religión de los judíos, ya que fueron al templo de Jerusalén a adorar a Dios. Podemos ver en ellos a las personas que hoy no conocen la verdadera identidad de Jesús, pero buscan conocerlo. Y lo extraño es que se dirigen al apóstol Felipe, probablemente por su nombre de origen griego habrían pensado entenderse bien con él.  El mundo de hoy sigue buscando apóstoles como Felipe que muestren quién es Jesús realmente, que vivan la misma realidad que ellos. Ya aquí podemos preguntarnos: y yo ¿soy capaz de mostrar a los demás quién es Jesús? Para ello, debo haberlo conocido primero íntimamente. Hay muchos que hablan de Jesús, pero pocos son los que lo conocen, pocos lo han visto en su verdad más profunda. En griego hay un verbo para indicar “mirar” superficialmente, y otro para indicar una visión profunda, mirar dentro, comprender. Este segundo es el que emplean en el evangelio los que quieren “ver” a Jesús.
En la actualidad muchos rechazan a Cristo porque por su propia culpa no quieren verlo, pero otros no logran descubrirlo porque les hemos mostrado un Jesús distorsionado, un Jesús que manda al infierno, un Jesús que si no me convierto me exterminará, uno que está muy lejos de mí, uno que no es capaz de entenderme ni entender el mundo de hoy en que vivimos, uno hecho a mi medida, uno del que me agradan sus palabras pero que no me cambia. En fin, uno del que hablo, pero de quien no soy testigo.
Cuando los apóstoles refieren a Jesús que lo buscan, les responde con las siguientes palabras que todos conocemos: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que, si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto”. No les dice: “qué bien, me estoy haciendo famoso, vamos a atenderlos para que no se vayan defraudados”. Jesús busca mostrarles a los apóstoles quién es Él, para que después lo testimonien al mundo. Y les habla del grano de trigo que debe morir para dar fruto. Jesús nos enseña que su identidad es la de ser el Hijo del Padre que le da gloria, y la gloria del Padre es la fidelidad del Hijo, que su Hijo alcance la plenitud de su humanidad, y Jesús comprende que solo siendo fiel hasta la entrega de la vida logrará glorificar máximamente a su Padre amado. Y sigue diciendo Jesús: “El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna”. ¡Qué lógica la de Jesús! ¡Qué diferente a la mentalidad del mundo! Jesús no nos dice de odiar la vida, de despreciarla o de menospreciar lo material, sino que nos dice que la verdadera vida, la que no acabará nunca, podemos encontrarla en el amor, y si por amor se nos pide la entrega de la vida, la muerte se convertirá, de dramático final, en paso de salvación. Nos está diciendo que la vida humana, bellísima, alcanza su plenitud cuando en ella ponemos dentro la vida de Dios, y esta, aunque muramos aquí en esta tierra, no terminará nunca. Esto es cristianismo puro, bello, transparente. No busquemos predicar un Jesús que nos tranquiliza ante las dificultades prometiéndonos que nada nos pasará, o un Jesús que no sintió turbación ante la muerte que debía enfrentar, sino al verdadero Jesús, ese del que escuchamos en la segunda lectura que elevó súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas a Aquel que podía salvarlo de la muerte y fue escuchado por su humilde sumisión; ese que, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer y que, de este modo, alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen. Ese es el Jesús de las Escrituras, el que nos enseña a enfrentar llenos de esperanza y fe las dificultades en este mundo, que nos enseña la fidelidad habiendo puesto nuestra vida en Dios y deshaciéndonos del miedo a la muerte, pues esta no puede acabar con nosotros, por más cruel que pueda ser. Pensemos en tantos ejemplos de fidelidad al amor de pareja, al amor por los niños, por la juventud, por los enfermos, por la patria, por la vida, por el mundo, que a toda costa y contra todo vencieron el miedo a la muerte por amor a Dios y a los demás. Hoy se siguen necesitando testigos así, que muestren quién es Jesús.
El Evangelio de hoy nos muestra a Jesús que ha entendido y acoge “su hora”: “…y qué diré: ¿Padre, líbrame de esta hora? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu nombre!”
Jesús nos vuelve a mostrar lo principal de su buena noticia: que en Él somos salvados, que en Él la muerte no tiene ya ningún poder sobre nosotros, que en Él estamos seguros, aunque perdamos la vida, pues en realidad la habremos ganado.
Debemos confesar que no hemos sido buenos testigos de Jesucristo en este modo profundo, que muchas veces nos hemos echado para atrás cuando alguien nos ha pedido mostrarles a Jesús ya sea por vergüenza, por miedo a perder amistades, por miedo a sufrir desprecio o pobreza, por miedo a dejar un estilo de vida que me agrada, por flojera, por creer que yo deba adaptarme al mundo para poder salir adelante. El Evangelio, Jesús, nos vuelve a hacer la invitación: “El que quiera servirme que me siga, y donde Yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme será honrado por mi Padre”. Jesús está hoy a la derecha del Padre glorificado, pero está también crucificado por el odio y los pecados del mundo. El seguidor de Jesús debe aprender a estar donde Él está: en la gloria de Dios y al mismo tiempo en la lucha por la fidelidad y la obediencia, es decir, dándole gloria. Es normal que sintamos temor, miedo a perderlo todo, pero Jesús nos muestra su verdadera identidad de hombre victorioso y bien logrado, la que no se ve si se mira sólo superficialmente su persona, la de Hijo glorificado, la del que Vive eternamente, la del Salvador.
Hoy no he querido meditar el Evangelio de otra manera sino de esta, reflexionando vivamente sobre esta Palabra que busca despertarnos, que nos llama a gritos a ser testigos de Jesús en esta tierra perdiendo el miedo a morir de la forma que sea, mirando el desemboque de una vida donada, aparentemente fracasada. Dice Jesús que el que muera no queda solo, sino que da mucho fruto. Hay una alegría escondida, una plenitud cierta, un gozo infinito, una fuerza que nace en nosotros, cuando nos decidimos por Jesús, pues si decidimos estar donde Él está, buscarlo donde con seguridad lo encontraremos, también estará Él ahí, y su presencia es fortaleza, es misericordia, es salud, es gozo y paz.
Cuando testimoniaremos a Jesús como nuestro salvador, encontraremos muchos obstáculos, muchas tentaciones de abandonarlo todo, muchos gritos en contra nuestra: Jesús es un perdedor, es un fracasado, la Iglesia es pedófila, los sacerdotes son ladrones, vividores y farsantes, los cristianos son personas de doble moral, tú no has entendido nada de la vida, el cristianismo es una utopía, el dinero de la Iglesia debería donarse a los pobres, Dios no hace nada ante el sufrimiento de las guerras, de las esclavas sexuales, de los niños ultrajados, etc. Y muchas cosas más. Él nos pide imitarlo abrazándonos a la fidelidad del Padre como Él mismo lo ha hecho, no tomando armas para destruir a nadie, no tomando atajos para evitar las dificultades, sino armándonos de caridad, fe y paciencia, aunque nos cueste mucho.
Prepárate a vivir una semana Santa con la esperanza de mirar en profundidad quién es Jesús, no te distraigas en esos días santos. Si se lo pides desde hoy diariamente, Él te mostrará su rostro y quedarás fascinado y deseoso de seguirlo para no abandonarlo más. Paz y Bien.

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jueves, 15 de marzo de 2018

Verdaderos "Open Mind" - Evangelio del 17/03/2018 - Sábado IV de Cuaresma - Jn 7, 40-53


Espero que estés teniendo un excelente día, meditemos el Evangelio de hoy.
En el Evangelio de hoy volvemos a ver a Jesús que, a causa de su libertad de Hijo de Dios, incomoda y causa división entre quienes lo escuchan. Los que tienen prejuicios contra Él y cierran los oídos, la mente y el corazón, no quieren saber nada de Él. En cambio, los que no los tienen, le dan una posibilidad, por ejemplo, algunos de sus oyentes, los guardias del templo y Nicodemo.
Notemos cómo ante sus Palabras unos dicen “Este es de verdad el profeta”, los guardias repiten: “Jamás ha hablado nadie como ese hombre”, y Nicodemo se apega a la ley para tratar de ser justo con Él: “¿Acaso nuestra ley permite juzgar a nadie sin escucharlo primero y averiguar lo que ha hecho?”. Pero ante un prejuicio bien enraizado, no importan las razones ni los testigos, pues lo que se busca es que triunfe mi unilateral manera de ver las cosas. Seguramente te ha pasado que alguno, ante la evidencia de un error cometido, busque a toda costa justificarse, eludir la responsabilidad y evitar retractarse sólo por cerrazón, por envidia o “porque lo digo yo”.
Me parece que de este Evangelio hay que aprender la cuestión práctica del diálogo, que tanto se ha perdido. En nuestro mundo, muchas personas se consagran a una ideología, a una doctrina, que, aunque a todas luces esté equivocada, defienden sin razón a nombre de una libertad de expresión. Y debemos decirlo con claridad: la fe cristiana y católica no es una ideología, no está cerrada al diálogo con los pecadores ni busca condenar a nadie. Desgraciadamente hay muchos católicos que no son capaces, como decía san Juan Pablo II, de dar razón de su esperanza, muchas veces por ignorancia, muchas veces por fanatismo, otras porque simplemente no les interesa.
El que cree en Jesucristo vive en el mundo, pero no le pertenece, va en el mismo autobús, vive en la misma ciudad, trabaja en la misma empresa que cualquier otra persona, porque antes que nada cada uno formamos la humanidad. El cristiano ha conocido la verdad de Jesucristo y esta lo empuja a querer crear comunión, no a destruir a nadie. Es una contradicción ser cristiano y ser racista, por ejemplo; o ser cristiano y no amar al prójimo, o ser cristiano y no interesarse por el bien de su patria, quedándose sin hacer nada ante el espectáculo de la violencia, las injusticias, el pisoteo de los derechos humanos; es una contradicción para un cristiano vender su voto en una elección, favorecer a alguien de quien bien conocemos su corrupción o su traición a la humanidad por aceptar una tajada, y muchos otros ejemplos. Más que nunca el Evangelio nos invita a ser verdaderos seres humanos, íntegros, leales, que no traicionen ni su fe ni sus valores humanos por los bienes de este mundo.
Estar bien cimentados en la fe en Aquel de quien hemos escuchado Palabras como nunca nadie las había pronunciado, debe quitarnos el miedo al fracaso, pues la victoria la tenemos ganada; el miedo a perderlo todo, porque tenemos una riqueza que nadie nos puede robar; el miedo a ser honrados y justos en esta tierra por temor a no crecer, pues el hombre realmente bien logrado es el que se sabe bienaventurado y dichoso por ser fiel a Dios y a sí mismo; el miedo a los que no piensan como yo o no comparten mi fe o son de una raza o cultura distintas, porque somos ciudadanos de una patria que supera todas las fronteras; el miedo a ser tachado de antiprogresista, inculto, imbécil, porque la certeza de haber conocido la verdad, nos hace mirar con compasión a los que viven en la tiniebla del error y querer ayudarlos para que, sin imposición alguna, un día se den cuenta de su error y puedan elegir qué camino tomar. 
Bueno, comencemos por una pequeña obra en favor de los emarginados, y luego otra, y luego otra más, lo demás se irá dando poco a poco con la gracia de Dios y tu decisión de crecer en la fe.

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miércoles, 14 de marzo de 2018

Mesías presente y rechazado - Evangelio 16/03/2018 - Viernes IV Cuaresma - Jn 7, 1-2.10.25-30


Uno de los presupuestos o prejuicios que nos impiden conocer la verdadera identidad de Jesús, es creer que ya lo conocemos y no tenemos nada más que saber de él; es encasillarlo en el hombre bueno que nos pide no portarnos mal y ya. En el Evangelio de hoy escuchamos cómo algunos judíos decían “¿no es éste al que quieren matar? Miren cómo habla libremente y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que es el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde viene éste; en cambio, cuando llegue el Mesías, nadie sabrá de dónde viene”. Conocer el lugar de nacimiento de alguien no significa conocer su identidad, y, sumado al orgullo y prepotencia propios, nos cierra las puertas para conocer a las personas y su riqueza individual.
Pero bueno, regresando al Evangelio de hoy, notamos que el evangelista Juan nos muestra algunos elementos importantes sobre Jesús, su misión y su identidad: la fiesta de los campamentos, la persecución en su contra y su rechazo, la hora de Jesús.
La fiesta de los tabernáculos celebra la fidelidad de Dios en favor del pueblo mientras peregrinaba 40 años por el desierto y su providencia, era una fiesta de recordatorio y de esperanza que evoca la gloria manifestada en el desierto, desde un tabernáculo, con la esperanza de que se haga patente de nuevo cuando venga el mesías y establezca el tabernáculo perfecto con su pueblo. La fiesta recordaba también las murmuraciones de los israelitas en el desierto cuando, asediados por la sed, dudaron de Dios no obstante su fidelidad y protección manifestadas. En el Evangelio de hoy, Jesús va al templo propio en esta fiesta, cargando el episodio de un significado profundo: el Mesías que realiza su venida, las murmuraciones que se repiten y el desconocimiento y rechazo del esperado Mesías.
La hora de Jesús, de la cual escucharemos hablar también el próximo domingo, es el momento de la glorificación máxima de Jesús, la prueba de fidelidad máxima que vivirá: la glorificación de la cruz.
Jesús, ante las murmuraciones y rechazo, exclama: “… Yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; y a Él ustedes no lo conocen. Pero yo sí lo conozco, porque procedo de Él y Él me ha enviado”. Para conocer a Jesús y al que lo envía, se necesita vivir en la sincera búsqueda de la verdad, querer ser iluminados y sacados de la oscuridad del pecado del propio egoísmo y no quedarnos en el superficial cumplimiento de la ley. Se necesita estar disponibles a la novedad de lo que Dios quiere decirnos, revelarnos, dejando de lado la pretensión de que conozco ya a Aquel que por definición es infinito. Hoy, simplemente quiero invitarte a que hagas posible en este día un encuentro con Él buscándolo en un momento de silencio, encerrándote en tu cuarto, apartándote de todos y clamando a Él: “Señor, muéstrame tu rostro, quiero conocerte. Sólo de oídas te conozco, pero quiero encontrarte. Te necesito”.  Paz y Bien.

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martes, 13 de marzo de 2018

¿Amigos o enemigos? - Evangelio del 15/03/2018 - Jueves IV de Cuaresma - Jn 5, 31-47


Cada día que pasa de esta Cuaresma, más me emocionan las lecturas. Es bellísima la primera lectura donde Dios se arrepiente del castigo por intercesión de Moisés en favor del pueblo. Es amigo de Dios, así llama la Escritura a Moisés, un amigo que ama lo que el otro ama, su pueblo. Sólo me pregunto ¿cuántas veces Dios habrá alejado de mí el merecido castigo por intercesión de un amigo suyo? Yo creo que muchas.
En el Evangelio de san Juan, continuación del de ayer, Jesús enfrenta a los fariseos y les reprende con claridad su incredulidad, su rechazo, diciéndoles: “Si digo esto es para que ustedes se salven”. A toda costa quiere abrir sus mentes, sus ojos. Les da señales, milagros, curaciones, Palabras de verdad, y nada, no quieren escucharlo, “Buscan recibir gloria unos de otros”. Y, para terminar, les dice: “Ustedes no quieren venir a mí para tener vida… No piensen que yo los voy a acusar ante mi Padre, ya hay alguien que los acusa, Moisés”. El amigo de Dios que intercedió por el pueblo, ahora se vuelve acusador según Jesús.
Pero Jesús no se cansa de insistir y sigue ofreciendo hoy la salvación a todos, su oblación en la Cruz sigue teniendo la misma eficacia en favor de los pecadores que quieren convertirse, que quieren escuchar, que quieren poner su fe en Él.
A veces pasamos el tiempo de cuaresma desperdiciando la gracia que busca derramar en nosotros, volver hacia Dios. Es bueno preguntarnos: yo, que he sido bautizado ¿tengo fe? ¿he creído en Él? ¿lo acepto o acomodo sus enseñanzas de tal manera que no me disturben demasiado? Haber creído en Jesús significa haber confiado cuando no le veía, pero llevaba su Palabra en mi ser; creí cuando decidí cambiar de vida; creí cuando la fe me llevó a ya no ser como antes, cuando decidí vivir una vida honrada, cuando decidí ya no gritar, cuando decidí ya no mentir, ya no robar, cuando decidí ya no tomar, cuando decidí comenzar a ayudar al que no es de mi familia de sangre, cuando comencé a orar personalmente un rato a Dios diariamente, cuando me decidí acercarme a la confesión, cuando cambié la decisión de abortar, cuando cambié la decisión de hablar mal de alguien, cuando decidí cambiar en las redes sociales y ser un cristiano congruente en lo que publico, cuando decidí ya no mirar más pornografía, cuando busqué una guía espiritual que me ayudase, cuando grité a Dios ¡ayúdame a dejar este vicio que tengo y quiero dejar! Creí cuando a causa de mi fe me quedé sin aquellos que llamaba amigos, cuando tomé la decisión de ya no ser superficial y frívolo, cuando decidí poner mi tesoro en lo que no se ve y no en las cosas pasajeras; habré verdaderamente creído cuando al final de la vida, ante Dios, pueda decirle: creí en ti y te busqué donde me dijiste que estabas, en los pobres, en los enfermos, en los encarcelados, en los hambrientos, en los marginados, en los sacramentos. A veces me fue difícil reconocerte, pero te busqué con toda mi alma porque tu Palabra y tu misericordia en mi favor, me dieron más, infinitamente más de lo que dejé. No me arrepiento ni un poco de haberte buscado, de haber gastado mi vida por ti. Seguramente tendrás mucho de lo que ser acusado ante Dios cuando llegues a su presencia, pero Jesús dirá: yo no te acuso, yo quiero tu salvación. Paz y Bien.

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Canto: "Agua de Vida" - de Andrés Degollado - Canta fray alex

Agua de Vida. Descarga este y otros de mis cantos aquí: https://frayalexblog.blogspot.com/p/mp3.html   Agua de Vida M. y L. Andrés Degollado...