En el Evangelio de este día encontramos a Jesús que continua hablando con algunos judíos, los cuales se niegan a escucharlo. Jesús está haciendo grandiosas revelaciones sobre su identidad, pero éstos no comprenden, y llegan a la conclusión opuesta a la que Jesús los quería llevar. Dicen: “Ahora ya no nos cabe duda de que estás endemoniado”.
Dar respuesta a la interrogante de estos días sobre quién sea Jesús, sólo puede darse desde la fe. Si no se abraza el misterio de su pasión y muerte, de su cruz y su resurrección, la puerta permanecerá cerrada. Por eso es imprescindible anunciar a Jesús desde este misterio de su vida, sin omitir ni su pobreza, ni su sufrimiento, ni su salud que ofrece, ni sus palabras, ni su pasión, muerte y resurrección. Si presentamos a los hombres y mujeres de este tiempo un Cristo sin cruz, está vacío, mutilado; lo mismo sucederá si anunciamos un Cristo sufriente sin amor ni resurrección. ¿Qué Cristo estamos testimoniando al mundo con nuestra vida? ¿Uno sin Cruz? ¿Uno sin resucitar? ¿Uno sin poder? ¿Uno de debilidad? No es fácil anunciarlo en todo su misterio. Recuerda que ya los apóstoles querían ver al Jesús glorioso mientras éste les anunciaba que debía sufrir mucho y morir en manos de los sumos sacerdotes. Como Iglesia ¿cuál Jesús estamos anunciando? ¿uno a nuestra medida, que comprendemos y encuadramos en nuestra razón?
Lo primero que hay que saber de Jesús es que no lo sabemos todo, que es un misterio muy grande, un inmenso mar en el cual hay que adentrarse para poder hablar de Él, y siempre habrá un infinito por conocer de su persona, ¡Él es Dios! Por ello cada vez que escuchamos su Palabra proclamada ya sea en la Misa o en un grupo, o al leerla personalmente, siempre será una Palabra nueva, una por conocer y comprender. No seamos de esos cristianos que por haber memorizado unos versículos de la Biblia creen ya no tener necesidad de meditar su Palabra. Actuando así, dejamos morir su Palabra e impedimos que siga dando fruto en nosotros.
Jesús está vivo, sigue pronunciando Palabras de verdad, sigue mostrando viva y eficazmente el rostro misericordioso del Padre, sigue donando el Espíritu santificador, su obra no ha disminuido, al contrario, Cristo resucitado está presente en todas partes y su fuerza no tiene límites. Hay que desechar todo miedo, toda desconfianza para anunciarlo resucitado en todo su misterio. A veces no lo anunciamos porque no llegamos a creer que Él pueda cambiar a una persona, que pueda sacarla de sus vicios y pecados, o que pueda hacer algo por los enfermos, por la paz del mundo, por la situación política de la humanidad, por la tristeza de algunos. A lo mejor pensamos ¿y si no sucede nada? ¿y si me falla? Recuerda, muchas veces no sabemos cómo actuará en la vida de otros, pero la fe nos lleva a creer que ciertamente Él actuará, Él es Dios. Ya nos había dicho Él que la fe es como una pequeña semilla de mostaza. No le pongamos límites a sus Palabras por no conocerla en toda su profundidad, al contrario, ofrezcamos la puerta de la fe, el misterio de su muerte y resurrección, para que Él pueda conducir a quien lo escucha hacia las profundidades de su misma persona.
Dar respuesta a la interrogante de estos días sobre quién sea Jesús, sólo puede darse desde la fe. Si no se abraza el misterio de su pasión y muerte, de su cruz y su resurrección, la puerta permanecerá cerrada. Por eso es imprescindible anunciar a Jesús desde este misterio de su vida, sin omitir ni su pobreza, ni su sufrimiento, ni su salud que ofrece, ni sus palabras, ni su pasión, muerte y resurrección. Si presentamos a los hombres y mujeres de este tiempo un Cristo sin cruz, está vacío, mutilado; lo mismo sucederá si anunciamos un Cristo sufriente sin amor ni resurrección. ¿Qué Cristo estamos testimoniando al mundo con nuestra vida? ¿Uno sin Cruz? ¿Uno sin resucitar? ¿Uno sin poder? ¿Uno de debilidad? No es fácil anunciarlo en todo su misterio. Recuerda que ya los apóstoles querían ver al Jesús glorioso mientras éste les anunciaba que debía sufrir mucho y morir en manos de los sumos sacerdotes. Como Iglesia ¿cuál Jesús estamos anunciando? ¿uno a nuestra medida, que comprendemos y encuadramos en nuestra razón?
Lo primero que hay que saber de Jesús es que no lo sabemos todo, que es un misterio muy grande, un inmenso mar en el cual hay que adentrarse para poder hablar de Él, y siempre habrá un infinito por conocer de su persona, ¡Él es Dios! Por ello cada vez que escuchamos su Palabra proclamada ya sea en la Misa o en un grupo, o al leerla personalmente, siempre será una Palabra nueva, una por conocer y comprender. No seamos de esos cristianos que por haber memorizado unos versículos de la Biblia creen ya no tener necesidad de meditar su Palabra. Actuando así, dejamos morir su Palabra e impedimos que siga dando fruto en nosotros.
Jesús está vivo, sigue pronunciando Palabras de verdad, sigue mostrando viva y eficazmente el rostro misericordioso del Padre, sigue donando el Espíritu santificador, su obra no ha disminuido, al contrario, Cristo resucitado está presente en todas partes y su fuerza no tiene límites. Hay que desechar todo miedo, toda desconfianza para anunciarlo resucitado en todo su misterio. A veces no lo anunciamos porque no llegamos a creer que Él pueda cambiar a una persona, que pueda sacarla de sus vicios y pecados, o que pueda hacer algo por los enfermos, por la paz del mundo, por la situación política de la humanidad, por la tristeza de algunos. A lo mejor pensamos ¿y si no sucede nada? ¿y si me falla? Recuerda, muchas veces no sabemos cómo actuará en la vida de otros, pero la fe nos lleva a creer que ciertamente Él actuará, Él es Dios. Ya nos había dicho Él que la fe es como una pequeña semilla de mostaza. No le pongamos límites a sus Palabras por no conocerla en toda su profundidad, al contrario, ofrezcamos la puerta de la fe, el misterio de su muerte y resurrección, para que Él pueda conducir a quien lo escucha hacia las profundidades de su misma persona.
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