Uno de los presupuestos o prejuicios que nos impiden conocer la verdadera identidad de Jesús, es creer que ya lo conocemos y no tenemos nada más que saber de él; es encasillarlo en el hombre bueno que nos pide no portarnos mal y ya. En el Evangelio de hoy escuchamos cómo algunos judíos decían “¿no es éste al que quieren matar? Miren cómo habla libremente y no le dicen nada. ¿Será que los jefes se han convencido de que es el Mesías? Pero nosotros sabemos de dónde viene éste; en cambio, cuando llegue el Mesías, nadie sabrá de dónde viene”. Conocer el lugar de nacimiento de alguien no significa conocer su identidad, y, sumado al orgullo y prepotencia propios, nos cierra las puertas para conocer a las personas y su riqueza individual.
Pero bueno, regresando al Evangelio de hoy, notamos que el evangelista Juan nos muestra algunos elementos importantes sobre Jesús, su misión y su identidad: la fiesta de los campamentos, la persecución en su contra y su rechazo, la hora de Jesús.
La fiesta de los tabernáculos celebra la fidelidad de Dios en favor del pueblo mientras peregrinaba 40 años por el desierto y su providencia, era una fiesta de recordatorio y de esperanza que evoca la gloria manifestada en el desierto, desde un tabernáculo, con la esperanza de que se haga patente de nuevo cuando venga el mesías y establezca el tabernáculo perfecto con su pueblo. La fiesta recordaba también las murmuraciones de los israelitas en el desierto cuando, asediados por la sed, dudaron de Dios no obstante su fidelidad y protección manifestadas. En el Evangelio de hoy, Jesús va al templo propio en esta fiesta, cargando el episodio de un significado profundo: el Mesías que realiza su venida, las murmuraciones que se repiten y el desconocimiento y rechazo del esperado Mesías.
La hora de Jesús, de la cual escucharemos hablar también el próximo domingo, es el momento de la glorificación máxima de Jesús, la prueba de fidelidad máxima que vivirá: la glorificación de la cruz.
Jesús, ante las murmuraciones y rechazo, exclama: “… Yo no vengo por mi cuenta, sino enviado por el que es veraz; y a Él ustedes no lo conocen. Pero yo sí lo conozco, porque procedo de Él y Él me ha enviado”. Para conocer a Jesús y al que lo envía, se necesita vivir en la sincera búsqueda de la verdad, querer ser iluminados y sacados de la oscuridad del pecado del propio egoísmo y no quedarnos en el superficial cumplimiento de la ley. Se necesita estar disponibles a la novedad de lo que Dios quiere decirnos, revelarnos, dejando de lado la pretensión de que conozco ya a Aquel que por definición es infinito. Hoy, simplemente quiero invitarte a que hagas posible en este día un encuentro con Él buscándolo en un momento de silencio, encerrándote en tu cuarto, apartándote de todos y clamando a Él: “Señor, muéstrame tu rostro, quiero conocerte. Sólo de oídas te conozco, pero quiero encontrarte. Te necesito”. Paz y Bien.
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