sábado, 24 de marzo de 2018

Domingo de la Pasión del Señor - Evangelio del 25/03/2018 - Mc 14,1-15, 47


La tentación en este domingo, es la de querer explicar el Evangelio de la Pasión del Señor en todos sus detalles. Pero la clave para este día es la de contemplar lo que está sucediendo, en silencio y con el corazón abierto. Son dos capítulos completos del Evangelio de san Marcos que la Iglesia nos propone para celebrar este domingo la Pasión del Señor. Desde este punto de vista, el rezo del via crucis se revela una excelente escuela para contemplar, meditar y orar la Pasión de nuestro Señor.

En el capítulo 14 escuchamos diferentes eventos de suma importancia para nuestra fe: la conspiración para apresar a Jesús, la unción de Jesús en Betania con perfume de nardo puro por parte de una mujer, la incomprensión de este gesto, la entrega de Jesús a los sumos sacerdotes por parte de Judas, la celebración de la nueva Pascua y la última cena, la oración de Jesús en Getsemaní, el temor y angustia que siente ante la hora que se acerca, los discípulos que duermen, la aprehensión de Jesús, el abandono de Jesús por parte de todos, las negaciones y el llanto de Pedro, el juicio falso en contra de Jesús, el joven que se escapa desnudo, etc. Es bueno resaltar lo que el evangelista Marcos evidencia de Jesús a diferencia de los otros evangelistas que también narran la Pasión del Señor: que Jesús inaugura una nueva Pascua y lo comprende como el nuevo Cordero que no abre la boca ante sus verdugos, que Jesús siente miedo y angustia ante la muerte que se acerca, que todos lo dejan solo.

San Marcos describe algunos detalles de la última cena de Jesús con sus apóstoles; a pesar de que los apóstoles en ese momento no comprendieron el gesto, Jesús está plenamente consciente de su entrega y de nuestra necesidad de ser sostenidos ante nuestra fe en Él crucificado. San Marcos no tiene recelo en mostrar el temor y la angustia de Jesús, como verdadero y real hombre que es. Tal vez para hacernos entender que Jesús conoce bien el sufrimiento y el temor que se sienten cuando el momento de la prueba de nuestra fidelidad y amor también nos alcanza a nosotros. Jesús dice: “Mi alma siente una tristeza de muerte… Abba -Padre- todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”. Jesús está aterrado, pero en la oración a su Padre encuentra la fuerza para adherirse con todo su ser a su voluntad, para permanecer fiel hasta el final. La oración, aunque a veces no nos demos cuenta, nos fortalece para poder confiarnos plenamente en las manos de Dios Padre en el momento de la prueba máxima: amar hasta el fondo.

San Marcos escribe en el versículo 50: “Entonces todos lo abandonaron y huyeron”, mientras que los otros evangelistas hablan de la multitud que lo acompaña, de Juan y María que están con Él hasta el final junto a otros personajes. Debemos contemplar este aspecto de la pasión del Señor: su soledad. Este abandono por parte de todos muestra que la única fortaleza de Jesús es su amor a su Padre del cielo, además de su férrea voluntad de salvar a los que ama, aunque lo hayan abandonado. Ninguno de nosotros tenemos mérito alguno ante la Pasión y muerte salvadora de Jesús en favor nuestro, es Él quien la cumple entera por nosotros. Nos lleva a darnos cuenta que sólo por la fe en el que murió y resucitó podemos ser salvados, sólo por gracia y misericordia suyas.

Nos damos cuenta que ante los soldados y las falsas acusaciones, Jesús no hace nada, no responde con violencia ni siquiera para defender su inocencia. Jesús calla. Recordemos que ya Él nos había repetido varias veces que el que pertenece al reino de Dios, deja de ser como una fiera depredadora y comienza a amar, a desear el bien a todos, a perdonar a los que están ciegos ante esta luz de la verdad. Jesús es testigo de esta verdad en modo perfecto, como cordero llevado al matadero. Él es el modelo de la nueva humanidad, la que vive según el Espíritu de Dios como nueva creatura. Es el efecto del bautismo que ha recibido. Su silencio no es el silencio de uno que no lucha contra la injusticia o que se resigna ante el mal. Jesús calla, su silencio es un profundo misterio, que podemos comprender un poco si entramos en su lógica de amor: todos han decretado ya su muerte, están profundamente obstinados en no creerle ni cambiar de opinión, Jesús decide hacer escuchar la verdad con la entrega de su vida, con su ejemplo de no responder con las armas y el odio ante la injusticia, escoge renunciar al odio. El aparente triunfo de la mentira se revelará efímero y vacío.

El evangelista nos muestra que Jesús es inocente, y que sus acusadores lo saben, también Pilatos. Por eso son culpables, porque conocían su inocencia, pero prefirieron quitarlo de en medio en favor de otros intereses. Al final, no sólo Judas lo vendió, también lo ha vendido todo aquel que prefiere algo más antes que reconocer la inocencia de Jesús y ponerse de su lado. Todos los que lo abandonaron, lo vendieron.

El joven que se escapa desnudo. Este detalle nos hace preguntarnos qué importancia tiene en la Pasión del Señor. Algunos lo identifican con el mismo Marcos, testigo de lo que sucedió. Pero podemos descubrir otro sentido partiendo de las palabras que usa el texto original: “joven”. Esta palabra “joven” aparece sólo aquí y en otro momento, cuando un “joven” aparece en el sepulcro de Jesús revestido de un vestido blanco y les dice a las mujeres: “ustedes buscan a Jesús, el crucificado; no está aquí”. Este “joven” en el Getsemaní lo indica envuelto también en un vestido blanco, pero el término “vestido” o “túnica” como traducen nuestras Biblias es muy distinto al del “joven” que anuncia que Jesús no está en el sepulcro. Marcos usa la palabra “envuelto en una síndone”, desnudo. En aquel tiempo, la persona era envuelta en la síndone (sábana) para después ser puesta en el sepulcro. ¿Qué nos sugiere entonces Marcos con este detalle de que los soldados le quitan la sábana quedándose con ella? Sugiere justamente lo que está sucediendo a Jesús: así como los soldados capturan a Jesús y “capturan” la sábana de este joven, Jesús dejará en sus manos sólo la “síndone”, no su persona. Jesús poseía la vida del Dios eterno en plenitud, y esta vida escapa a los poderes de este mundo, a las manos de los soldados, a sus verdugos, a los judíos que le dan muerte, a todos aquellos que asesinarán también a los mártires de la Iglesia en un futuro. Así también sucede con nosotros: hemos recibido esta vida de Dios al aceptar a Jesús en nuestras vidas y no hay poder en la tierra que nos la pueda arrebatar, así llegasen a darnos muerte también a nosotros. Por ello, Jesús insistirá muchas veces durante su vida: “no tengan miedo a los que matan el cuerpo”. Como cristianos, Jesús nos repite que no tengamos miedo ante ninguna situación por más amenazadora que parezca, ni ante nadie por más fuerte que se nos presente. “Ningún veneno les hará daño”, “impondrán las manos en mi nombre y todos sanarán”, “ningún mal les hará daño”.

El capítulo 15 evidencia: la liberación de Barrabás en lugar del inocente Jesús, la tentación de bajar de la cruz para que todos crean en Él, su pasión, el personaje Simón de Cirene obligado a llevar la cruz, su muerte en el Gólgota, los soldados que reparten sus vestiduras, que muere por revelarse “rey de los judíos”, el velo del templo que se rasga en dos de arriba abajo, los pocos que lo acompañan, el centurión que exclama (profesa la fe) “verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”, y José de Arimatea que valientemente pide el cuerpo de Jesús.

Entre tantos detalles, solamente nos detendremos un poco en tres de ellos.
El primero, el velo que se rasga. El velo dividía la presencia de Dios de los pecadores, permitiendo solamente a los sumos sacerdotes entrar una vez al año. Al morir Jesús, Él mismo quita toda barrera entre Dios y los hombres y mujeres. Todos podemos acercarnos a Él para recibir la nueva vida, también los pecadores. El cielo se ha rasgado y nos ha dado al Salvador, se ha abierto y se ha restablecido la armonía entre el cielo y la tierra. No hay ya barreras para encontrar a Dios.

El segundo. En el Evangelio de Marcos, cada vez que alguien proclamaba a Jesús como “Hijo de Dios”, Él lo callaba. Por ejemplo, el endemoniado en la sinagoga y otros. Jesús no les permitía llamarlo así por que sólo con su muerte a todos quedaría clara su filiación con el Padre. Mientras no muriera en la cruz, su fe no estaría completa, podrían malentender la misión y la identidad de Jesús. Ahora sí, al morir, el centurión lo profesa “Hijo de Dios”, descubre su identidad más profunda. Y Jesús ya no lo calla, ha muerto. El domingo anterior habíamos escuchado “cuando sea levantado en alto atraeré todos hacia mí, sabrán que Yo Soy”. Ahora sí, la identidad de Jesús no corre riesgo de ser malentendida: Él es el Hijo de Dios, como siempre lo había dicho, es el siervo, el salvador, el que ama hasta el extremo. Sin su muerte en cruz, la identidad de Jesús queda velada. Ahora, en el crucificado podemos descubrir quién es Jesús: Hijo de Dios, revelador del Padre, misericordia, etc.
“Hijo de Dios” indica que este Hijo asemeja a su Padre, que en Él vemos claramente al Padre. Al ser un soldado romano quien reconoce a Jesús, nos muestra claramente que ese velo del templo ha desaparecido para siempre.

El tercero, José de Arimatea, miembro notable del sanedrín. Se presenta ante Pilatos para obtener la autorización de sepultar el cuerpo del crucificado. Dice el Evangelio que “tuvo la audacia para pedir el cuerpo de Jesús”. ¡Cuánto valor de este hombre! ¡Pedirle el cuerpo, presentarse como amigo de Jesús ante quien lo había condenado a muerte! ¡Se necesita valor y fe! San Marcos subraya este valor de José de Arimatea, quizá para que lo tomemos como ejemplo los cristianos de todos los tiempos. Es un mensaje de Marcos para su comunidad y para nosotros, porque muchas veces los discípulos nos volvemos inconstantes, débiles, miedosos, sin valor, justo cuando más se necesita que profesemos nuestra fe ante aquellos que no la aceptan, la ignoran o la rechazan. Justo cuando somos tentados de avergonzarnos de nuestra fe, o de los valores morales y cristianos que conlleva ser discípulos de Cristo, más se necesita ser fieles. El mensaje aquí es no acomodarnos a la mentalidad y valores de este mundo, sino brillar como una luz. El verdadero discípulo es una persona valiente, con su vida y con sus palabras.

Que todos estos detalles nos lleven a prepararnos a celebrar el profundo misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, nuestro Salvador, y a celebrar su gloriosa resurrección en la Pascua inminente. Paz y Bien.

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