viernes, 16 de marzo de 2018

Testigos ¡Sí! - Evangelio del 18/03/2018 - Domingo V de Cuaresma - Jn 12, 20-33


En este domingo V del tiempo de Cuaresma, la Iglesia nos propone la lectura de san Juan capítulo 12. Estamos llegando prácticamente al último domingo del tiempo de cuaresma, el próximo estaremos celebrando la Pasión del Señor, o Domingo de Ramos como lo llamamos comúnmente. Prepárate para lo que Jesús nos dice hoy en su Palabra.
El Evangelio comienza diciendo que había unos griegos que subieron a Jerusalén para adorar a Dios durante la fiesta de Pascua y acercándose a Felipe le dicen: “Señor, queremos ver a Jesús”. Cabe mencionar que estos griegos simpatizaban con la religión de los judíos, ya que fueron al templo de Jerusalén a adorar a Dios. Podemos ver en ellos a las personas que hoy no conocen la verdadera identidad de Jesús, pero buscan conocerlo. Y lo extraño es que se dirigen al apóstol Felipe, probablemente por su nombre de origen griego habrían pensado entenderse bien con él.  El mundo de hoy sigue buscando apóstoles como Felipe que muestren quién es Jesús realmente, que vivan la misma realidad que ellos. Ya aquí podemos preguntarnos: y yo ¿soy capaz de mostrar a los demás quién es Jesús? Para ello, debo haberlo conocido primero íntimamente. Hay muchos que hablan de Jesús, pero pocos son los que lo conocen, pocos lo han visto en su verdad más profunda. En griego hay un verbo para indicar “mirar” superficialmente, y otro para indicar una visión profunda, mirar dentro, comprender. Este segundo es el que emplean en el evangelio los que quieren “ver” a Jesús.
En la actualidad muchos rechazan a Cristo porque por su propia culpa no quieren verlo, pero otros no logran descubrirlo porque les hemos mostrado un Jesús distorsionado, un Jesús que manda al infierno, un Jesús que si no me convierto me exterminará, uno que está muy lejos de mí, uno que no es capaz de entenderme ni entender el mundo de hoy en que vivimos, uno hecho a mi medida, uno del que me agradan sus palabras pero que no me cambia. En fin, uno del que hablo, pero de quien no soy testigo.
Cuando los apóstoles refieren a Jesús que lo buscan, les responde con las siguientes palabras que todos conocemos: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado. Les aseguro que, si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto”. No les dice: “qué bien, me estoy haciendo famoso, vamos a atenderlos para que no se vayan defraudados”. Jesús busca mostrarles a los apóstoles quién es Él, para que después lo testimonien al mundo. Y les habla del grano de trigo que debe morir para dar fruto. Jesús nos enseña que su identidad es la de ser el Hijo del Padre que le da gloria, y la gloria del Padre es la fidelidad del Hijo, que su Hijo alcance la plenitud de su humanidad, y Jesús comprende que solo siendo fiel hasta la entrega de la vida logrará glorificar máximamente a su Padre amado. Y sigue diciendo Jesús: “El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna”. ¡Qué lógica la de Jesús! ¡Qué diferente a la mentalidad del mundo! Jesús no nos dice de odiar la vida, de despreciarla o de menospreciar lo material, sino que nos dice que la verdadera vida, la que no acabará nunca, podemos encontrarla en el amor, y si por amor se nos pide la entrega de la vida, la muerte se convertirá, de dramático final, en paso de salvación. Nos está diciendo que la vida humana, bellísima, alcanza su plenitud cuando en ella ponemos dentro la vida de Dios, y esta, aunque muramos aquí en esta tierra, no terminará nunca. Esto es cristianismo puro, bello, transparente. No busquemos predicar un Jesús que nos tranquiliza ante las dificultades prometiéndonos que nada nos pasará, o un Jesús que no sintió turbación ante la muerte que debía enfrentar, sino al verdadero Jesús, ese del que escuchamos en la segunda lectura que elevó súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas a Aquel que podía salvarlo de la muerte y fue escuchado por su humilde sumisión; ese que, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer y que, de este modo, alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen. Ese es el Jesús de las Escrituras, el que nos enseña a enfrentar llenos de esperanza y fe las dificultades en este mundo, que nos enseña la fidelidad habiendo puesto nuestra vida en Dios y deshaciéndonos del miedo a la muerte, pues esta no puede acabar con nosotros, por más cruel que pueda ser. Pensemos en tantos ejemplos de fidelidad al amor de pareja, al amor por los niños, por la juventud, por los enfermos, por la patria, por la vida, por el mundo, que a toda costa y contra todo vencieron el miedo a la muerte por amor a Dios y a los demás. Hoy se siguen necesitando testigos así, que muestren quién es Jesús.
El Evangelio de hoy nos muestra a Jesús que ha entendido y acoge “su hora”: “…y qué diré: ¿Padre, líbrame de esta hora? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu nombre!”
Jesús nos vuelve a mostrar lo principal de su buena noticia: que en Él somos salvados, que en Él la muerte no tiene ya ningún poder sobre nosotros, que en Él estamos seguros, aunque perdamos la vida, pues en realidad la habremos ganado.
Debemos confesar que no hemos sido buenos testigos de Jesucristo en este modo profundo, que muchas veces nos hemos echado para atrás cuando alguien nos ha pedido mostrarles a Jesús ya sea por vergüenza, por miedo a perder amistades, por miedo a sufrir desprecio o pobreza, por miedo a dejar un estilo de vida que me agrada, por flojera, por creer que yo deba adaptarme al mundo para poder salir adelante. El Evangelio, Jesús, nos vuelve a hacer la invitación: “El que quiera servirme que me siga, y donde Yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme será honrado por mi Padre”. Jesús está hoy a la derecha del Padre glorificado, pero está también crucificado por el odio y los pecados del mundo. El seguidor de Jesús debe aprender a estar donde Él está: en la gloria de Dios y al mismo tiempo en la lucha por la fidelidad y la obediencia, es decir, dándole gloria. Es normal que sintamos temor, miedo a perderlo todo, pero Jesús nos muestra su verdadera identidad de hombre victorioso y bien logrado, la que no se ve si se mira sólo superficialmente su persona, la de Hijo glorificado, la del que Vive eternamente, la del Salvador.
Hoy no he querido meditar el Evangelio de otra manera sino de esta, reflexionando vivamente sobre esta Palabra que busca despertarnos, que nos llama a gritos a ser testigos de Jesús en esta tierra perdiendo el miedo a morir de la forma que sea, mirando el desemboque de una vida donada, aparentemente fracasada. Dice Jesús que el que muera no queda solo, sino que da mucho fruto. Hay una alegría escondida, una plenitud cierta, un gozo infinito, una fuerza que nace en nosotros, cuando nos decidimos por Jesús, pues si decidimos estar donde Él está, buscarlo donde con seguridad lo encontraremos, también estará Él ahí, y su presencia es fortaleza, es misericordia, es salud, es gozo y paz.
Cuando testimoniaremos a Jesús como nuestro salvador, encontraremos muchos obstáculos, muchas tentaciones de abandonarlo todo, muchos gritos en contra nuestra: Jesús es un perdedor, es un fracasado, la Iglesia es pedófila, los sacerdotes son ladrones, vividores y farsantes, los cristianos son personas de doble moral, tú no has entendido nada de la vida, el cristianismo es una utopía, el dinero de la Iglesia debería donarse a los pobres, Dios no hace nada ante el sufrimiento de las guerras, de las esclavas sexuales, de los niños ultrajados, etc. Y muchas cosas más. Él nos pide imitarlo abrazándonos a la fidelidad del Padre como Él mismo lo ha hecho, no tomando armas para destruir a nadie, no tomando atajos para evitar las dificultades, sino armándonos de caridad, fe y paciencia, aunque nos cueste mucho.
Prepárate a vivir una semana Santa con la esperanza de mirar en profundidad quién es Jesús, no te distraigas en esos días santos. Si se lo pides desde hoy diariamente, Él te mostrará su rostro y quedarás fascinado y deseoso de seguirlo para no abandonarlo más. Paz y Bien.

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