Hoy es lunes V del tiempo de cuaresma, celebramos la solemnidad de San José, el padre de Jesús en la tierra. San José, dice la Escritura, era un hombre justo, y la justicia es una virtud que lleva al ser humano a saber cómo actuar en las diferentes situaciones de la vida según el principio de la verdad. Justicia moral, justicia jurídica y justicia religiosa van estrechamente unidas. La justicia iluminada por la fe lleva a dar a Dios lo que Él merece: fidelidad, gratitud, respeto, obediencia; y a dar a los hombres según la voz de Dios nos indica: respeto, derecho, ayuda, misericordia.
Un judío justo es uno que respeta la ley, que se apega a ella y la cumple, que es fiel a la alianza entre Dios y su pueblo. La justicia implica, por parte del hombre, docilidad a lo que Dios enseña como justicia, y, por tanto, una respuesta activa, un oído atento, una visión aguda. Ese es el hombre José, a quien Dios le confía su propio hijo para que fuese modelo de justicia y fidelidad para Él.
Según el Evangelio, que de José nos habla muy poco, este hombre supo justamente obedecer a Dios antes que a los hombres, llevando la justicia a su significado más profundo: amor y compasión. No hay nada más justo que procurar el bien del otro, y en ello José es maestro; supo amar a María su esposa según la ley y según la fe que es el alma de la ley; supo amar a su hijo Jesús respetando y acogiendo los planes de Dios para Él, planes que muchas veces no entendía, pero queriendo en todo momento lo justo para Él.
Querer obrar siempre con justicia nos llevará a renunciar a nosotros mismos y poner como centro de la vida la ley del amor, la paciencia, la humildad y la compasión, y renunciar a un reducido concepto de justicia como el de dar a cada uno lo que se merece. Con una ley así, nosotros mismos no tendríamos derecho a la salvación, sino a la sentencia condenatoria por ser hallados culpables de nuestros delitos y pecados; por ley, podríamos ser llevados a aceptar la pena de muerte, al ojo por ojo y diente por diente, y a muchas cosas más. Pero la confianza en Dios, es decir la fe en Él, que nos ha revelado su verdadero rostro que es misericordia, nos mueve a pedir perdón y a esperar una segunda oportunidad, pues Dios es fiel a sí mismo, y a hacer lo mismo con nuestro prójimo.
Un judío justo es uno que respeta la ley, que se apega a ella y la cumple, que es fiel a la alianza entre Dios y su pueblo. La justicia implica, por parte del hombre, docilidad a lo que Dios enseña como justicia, y, por tanto, una respuesta activa, un oído atento, una visión aguda. Ese es el hombre José, a quien Dios le confía su propio hijo para que fuese modelo de justicia y fidelidad para Él.
Según el Evangelio, que de José nos habla muy poco, este hombre supo justamente obedecer a Dios antes que a los hombres, llevando la justicia a su significado más profundo: amor y compasión. No hay nada más justo que procurar el bien del otro, y en ello José es maestro; supo amar a María su esposa según la ley y según la fe que es el alma de la ley; supo amar a su hijo Jesús respetando y acogiendo los planes de Dios para Él, planes que muchas veces no entendía, pero queriendo en todo momento lo justo para Él.
Querer obrar siempre con justicia nos llevará a renunciar a nosotros mismos y poner como centro de la vida la ley del amor, la paciencia, la humildad y la compasión, y renunciar a un reducido concepto de justicia como el de dar a cada uno lo que se merece. Con una ley así, nosotros mismos no tendríamos derecho a la salvación, sino a la sentencia condenatoria por ser hallados culpables de nuestros delitos y pecados; por ley, podríamos ser llevados a aceptar la pena de muerte, al ojo por ojo y diente por diente, y a muchas cosas más. Pero la confianza en Dios, es decir la fe en Él, que nos ha revelado su verdadero rostro que es misericordia, nos mueve a pedir perdón y a esperar una segunda oportunidad, pues Dios es fiel a sí mismo, y a hacer lo mismo con nuestro prójimo.
En este día simplemente busco decirte que Dios es justo, y su justicia que es misericordia hace vivir lo que estaba muerto, que Él puede convertir un corazón injusto en uno justificado, que pueda vivir por la fe. El plan de Dios es buscar que su justificación, su justicia, alcance a todos los hombres para que puedan tener vida, y que cada uno de nosotros nos convirtamos en vivos testigos de esta vida recibida de sus manos, siendo justos con los que nos rodean, así como Él lo ha sido con nosotros, perdonándonos y dándonos una segunda oportunidad.
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