miércoles, 30 de mayo de 2018

Libertad - Evangelio del 03/06/2018 - Domingo IX Tiempo Ordinario - Mc 2, 23-3,6




El Evangelio de este domingo consta de dos partes: la primera, donde se da una controversia entre Jesús y los discípulos con los fariseos, sobre la cuestión de las espigas arrancadas en sábado. La segunda, donde Jesús entra en la sinagoga y sana a un hombre que tenía la mano seca, también en día sábado. Lo que une estos dos episodios de la vida de Jesús es precisamente el tema del sábado, que Jesús profundizará enormemente para comunicarnos verdades de suma importancia.
Cuando Jesús es interrogado por los fariseos sobre por qué sus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en sábado, Jesús responde paragonando el hecho con otro sucedido en el pasado: Jesús y sus discípulos-David y sus seguidores. Jesús compara su situación con aquella del rey David. Cuando le sucedió esto, David no era todavía reconocido como rey; ya había sido ungido por Samuel, pero no había ascendido al trono, se encontraba huyendo, esperando que llegara su hora. Así también se encuentra Jesús: el verdadero Rey ungido con Espíritu Santo, poder de Dios, y aún no glorificado por el misterio de su pasión, muerte y resurrección. Con esta comparación, Jesús no sólo les echa en cara a los fariseos su desconocimiento de la Escritura, sino que les anuncia y les revela lo que está sucediendo: como David, este verdadero Mesías está siendo perseguido, aunque ha sido ungido por Dios mismo. Es una señal clara para los fariseos de que el verdadero Rey está aquí y de que su reino está llegando, y a la vez también pone de manifiesto que ellos se han cerrado a esta revelación, que han endurecido el corazón.
Jesús no se detiene en compararse con el rey David, sino que busca ser reconocido como Señor al afirmar que “El sábado fue hecho para el hombre, y no el hombre para el sábado. Así que el Hijo del hombre es Señor también del sábado”.
Pero, para nosotros hoy, ¿qué significado tiene esta discusión sobre la ley? La cuestión no es discutir quién tiene la razón, sino mostrar que lo que Dios busca es favorecer al hombre, que sus leyes son para ayudarle a vivir libre, que lo que Dios manda no es un peso sino un camino de liberación. Los fariseos, al convertir la ley de Dios en opresión para los hombres estaban alterando, desvirtuando completamente la ley y la identidad misma de Dios. Falseaban su rostro. Y eso es grave: hacer decir a Dios lo que no dijo, mandar algo en nombre de Dios sin ser su voluntad, anunciar como verdadera una identidad falsa de Dios. Debemos aclarar que aquí no está en juego el valor de la ley, sino su verdad profunda y su función.
Podemos darnos cuenta que a veces, en nuestra propia vida, nos comportamos de igual manera que los fariseos: nos preocupamos o sentimos mal por haber roto un precepto de la ley, por ejemplo haber comido algo antes de la Eucaristía cuando la ley me dice que no hay que comer nada antes de una hora por diversos motivos, o no haber ayunado cuando era precepto hacerlo, o no haber hecho mis oraciones completas como Dios manda, etc., pero no nos preocupamos tanto por haber hablado mal de alguien, por haber inducido al pecado a otros, por enseñar a los pequeños malos ejemplos de vida, por maldecir a los que no son como deberían ser, por dejar de hacer el bien que podríamos hacer, y un largo etcétera.
Lo que nos enseña Jesús es a mirar y vivir la ley desde un nuevo ángulo: el amor y la misericordia. El pecado seguirá siendo pecado siempre, y lo bueno seguirá siendo bueno siempre, en esto no hay relativismo; pero haber recibido el Espíritu de Dios me debe conducir a ser misericordioso como Dios lo es conmigo, pues sólo la misericordia salva, hace nuevas todas las cosas. De hecho, nos escandalizamos cuando otros rompen las reglas, pero no tanto cuando lo hacemos nosotros; siempre encontramos una justificación para mitigar la culpabilidad, a veces diciendo: todos lo hacen, este mundo así funciona, tú qué vas a saber si no conoces mi historia, etc.
El Papa Francisco nos ha repetido muchas veces de distintos modos que “Dios nunca se cansa de perdonar”.
Jesús da un paso más. Dice: ¿qué es lícito hacer en sábado? El sábado, en su sentido original, era un precepto en favor del hombre, un día no sólo de obligatorio descanso, sino un día para re-crearse, un día para dar sentido a todos los demás días de la vida del hombre, un día que le enseñaba y le recordaba al hombre qué cosa es lo más importante: ¡Tú! Y no sólo un “tú” individual, el tuyo, sino el “tú” de la humanidad. Tan importante es para Dios el hombre como la mujer, los poderosos como los humildes, tanto los sanos como los enfermos, tanto los buenos como los malos, tanto el judío como el no judío, tanto el casado como el divorciado, etc. Jesús da a los fariseos el poder para juzgarlo, y al hacerlo realizan su propio juicio. Comprendieron que en sábado era lícito hacer el bien, y prohibido hacer el mal, pero al final decidieron hacer el mal en sábado al pronunciar sentencia contra Jesús y buscar hacerle perecer.
Fijémonos en un detalle presente en el Evangelio. Dice que Jesús entró en la sinagoga y puso en medio un hombre que tenía la mano seca. Las manos son extremidades del ser humano de suma importancia. Con ellas puede construir el mundo, trabajar la creación y cumplir el mandato de Dios, acariciar y proteger a los demás, levantar al que ha caído, alabar a Dios. En fin, rehabilitar esas manos significa devolverle toda su dignidad y posibilidad de ser un hombre completo, hacerlo re-vivir. Jesús, ante las malas intenciones y la cerrazón de los fariseos, los mira con indignación y se conduele por la ceguera de su corazón. Les ha mostrado la luz, pero ellos prefieren conscientemente la oscuridad, sus intereses, sus instituciones. Aún sabiendo que realizar esa curación le haría caer sobre sí la furia de los fariseos, Jesús no duda en sanar a este hombre, quiere prontamente darle vida, y solamente le ha pedido extender su mano. ¿Qué es lo que Dios te pide a ti hacer para salir de tu oscuridad? ¿Qué es aquello tan oprimente que a veces pensamos Dios nos pida? ¿Estás seguro que Dios viene para quitarte algo, para prohibirte algo? ¿No es más bien que Él viene a ti para hacerte un regalo y no para quitarte nada?
El ser humano aún hoy continúa creyendo el engaño y la mentira que la serpiente pronunció hace ya mucho tiempo: que Dios está celoso de su creatura y que sólo busca someterlo, que no quiere que veamos la luz porque entonces se nos abrirían los ojos, que sus leyes, esas que se resumen en no comer del fruto prohibido, son sólo un capricho suyo. Jesús ha desenmascarado al maligno y mostrado la verdadera intención de Dios: liberarnos, hacernos ver la verdadera luz, poder llegar a ser como Él, como Dios. Pero también nos ha revelado que Dios es amor y no tiranía ni egoísmo. La gran revelación en Jesús, Hijo de Dios, es esa: Dios es Padre bueno, Amor, comunión. Y nosotros estamos llamados a ser como Él.
Finalmente, el Evangelio de este Domingo busca ponernos en el lugar de los fariseos: iluminados por la Verdad, nos llama a juzgar por nosotros mismos cuál sea el camino que nos conviene y cuál en cambio nos lleva a destruirnos a nosotros mismos, a deformarnos profundamente. Si respondemos con sinceridad y verdad, y a la vez confiamos en que Él estará a nuestro lado y nos dará lo que necesitamos para ser fieles, encontraremos la vida, el perdón de nuestros pecados y la libertad de hijos de Dios. Paz y Bien.
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