lunes, 26 de febrero de 2018

¡Vuelvan a Mí! - Evangelio del 27/02/2018 - Martes II de Cuaresma - Mt 23, 1-12



Aparten de mi vista sus malas acciones, es el grito de Dios a sus hijos en la primera lectura, dispuesto a perdonarnos todo lo que hayamos hecho en el pasado si volvemos a Él. Dios sabe que, sin su perdón, nos perdemos. Sólo si Él concede el indulto, el perdón de nuestras faltas, entonces viviremos y su nombre será glorificado. Veamos por donde lo veamos, pareciera que Dios sale siempre perdiendo. ¿Cuál es el interés de Dios en toda esta situación de alianza e infidelidad? ¿Porqué se esmera tanto? Porque Él es fiel a sí mismo, Él es Dios, el Dios de la vida, Él es Amor. Perdonándonos, brilla su gloria; reviviéndonos de nuestros pecados, da a conocer su Nombre, Dios compasivo. Permaneciendo fiel a sí mismo Dios no pierde, siempre sale victorioso. Si nosotros le hacemos caso y regresamos a Él, Él nos glorificará. Dios nos enseña que, perdonar y ser compasivos y misericordiosos no es ninguna debilidad ni humillación, sino grande glorificación. Esa es la lógica de Dios. ¡Cuántas veces nosotros no queremos ni perdonar ni permitir a Dios que use misericordia con nosotros, porque hemos creído que eso es una humillación! Permanecer en el egoísmo y en la soberbia, es esa la verdadera humillación. ¡Que nadie nos engañe! El fuerte no es el que aplasta, sino el que levanta y sostiene; el verdadero ser humano es el que ama a sus hermanos y a su Padre del cielo, no el que los hace a un lado. Esa es la religión que Jesucristo en el Nuevo Testamento nos ha enseñado. El que en este mundo aparenta ser glorioso porque tiene poder, fama, dinero, hace lo que quiere y quita de en medio a todo aquel que le impida brillar, en realidad, se está humillando a sí mismo, porque, sin darse cuenta, pisotea su propia dignidad y se destruye a sí mismo para siempre. El que destruye, se destruye. El humillado, en realidad, no pierde nada, pues nadie nos puede robar el tesoro que llevamos dentro. Podemos llegar a sufrir mucho a causa de las humillaciones de otros, por su menosprecio, por su traición, por su maldad y tortura. Pero la vida del justo está en las manos de Dios, su tesoro está seguro, y fiel es Dios para custodiar nuestro tesoro.  Dios es capaz de reconstruir nuestras vidas, como el alfarero con su barro.
A veces nuestra vida se fragmenta, se rompe, se destruye en pedazos terriblemente a causa de la injusticia y la maldad en este mundo, pero Dios, que es fiel a sí mismo, nos ofrece poder acercarnos a Él y pedirle: ¡Señor, hazme de nuevo! ¡Reconstruye mi vida! ¡Yo mismo me he hecho daño, he destruido mi propia felicidad!
Lo peor es cuando un ser humano en nombre de Dios, enseña a otros, pretendiendo hacerse pasar por maestro espiritual y guía, que Dios no los ama o los rechaza por sus pecados, que no encontrarán perdón en Él  pues ha sobrepasado el límite de la maldad. A esos falsos maestro, Dios los aborrece, y a los que han sido lastimados Dios les dice: “Aunque sus pecados sean rojos como la sangre, quedarán blancos como la nieve. Aunque sean encendidos como la púrpura, vendrán a ser como blanca lana. Si son ustedes dóciles y obedecen, comerán los frutos de la tierra”. Dios perdona, es fiel a su nombre, que es Dios compasivo. Anda, y haz tú lo mismo.

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