jueves, 22 de febrero de 2018

Justicia gratuita - Evangelio del 23/02/2018 - Viernes I de Cuaresma - Mt 5, 20-26


Este es el primer viernes de cuaresma, eco del Viernes Santo, que conmemoramos particularmente con las obras de caridad, la ora
Las lecturas de este día nos llaman a una profunda conversión y renovación de nuestra vida concreta. La primera, tomada de Ezequiel 18, dice: “si el malvado se convierte de los pecados cometidos y guarda mis preceptos, practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá”. Llama particularmente mi atención ese “ciertamente” que usa Dios en esta frase, como queriendo significar: Como que Yo soy Dios no morirá, y ¡es muy bello! Si hay conversión, ciertamente encontraré la vida, porque ciertamente Dios es bueno y no está esperando a quién condenar, sino quién salvar, a quién brindarle el perdón, la nueva vida. Es una gran revelación: “Dios no quiere la muerte del pecador”, nunca lo pienses.  Quiere su conversión.
Pero también nos dice algo más misterioso: “si el justo se aparta de su justicia, no se le tendrá en cuenta la justicia que hizo… y morirá”. ¡Eso no es justo! Ésta frase, para entenderla, va unida a la siguiente, donde Dios continúa diciendo: “¿no es justo mi proceder? ¿no es más bien injusto el de ustedes?” Me parece que lo que el Señor nos dice es: no hay obra tuya de justicia que te valga la salvación, es Dios quien salva, no es justo querer negociar la salvación, comprarla, hoy dedicarme a ella y mañana no, porque merezco un descanso. Aquí no hay comercio, sólo hay fe y confianza. Considerarme digno del perdón de Dios por haber actuado bien en el pasado, es olvidar lo más importante y lo que en verdad ha sido fuente de salvación para mí: la gratuidad de Dios. Cada vez que creemos merecer el perdón de Dios, cada vez que pensamos “puedo pecar un poco, al fin que últimamente me he portado bien”, o: Dios sabe que lo amo, y no creo que este pecado me valga el infierno, cada vez que pensamos así, elegimos estar lejos de Él, elegimos comerciar con su salvación. Recuerda: hemos sido salvados por gracia, no por ninguna obra meritoria. Si somos justos, es porque Él nos ha justificado. Uno sólo es Bueno.
En el Evangelio, Jesús dice a sus discípulos que su justicia debe ser superior a la de los escribas y fariseos para poder entrar en su reino, quienes precisamente han caído en lo que Dios denunciaba en la primera lectura, un proceder injusto. Nos invita a superar eso de que “justo es dar a cada quien lo que merece”, y cambiarlo por: “justo es que yo imite a Dios, que yo haga con mi hermano pecador como Dios ha hecho conmigo, pecador: Él me ha perdonado, me ha sostenido, me ha amado sin yo amarlo a Él, sin yo merecerlo”. Dios nos enseña la importancia de una justicia así, basada en el perdón y no en el mérito. Dios sabe que si uno de sus hijos no se sabe o no se siente perdonado y amado, puede causarle tristeza, depresión, malestar, ira, frustración y muerte. Por la vida del hermano, por su felicidad que Dios desea, hay que aprender a otorgar el perdón, la ayuda, las palabras de consuelo, gratuitamente, en toda ocasión, y no sólo cuando yo juzgue que lo merecen. Yo no soy juez, sino discípulo. No soy autor de salvación, sino colaborador de Dios en la obra de la salvación.
Dice Jesús en el Evangelio que no sólo no hay que romper el mandamiento “no matarás”, sino ir más allá de la ley escrita, y buscar instaurar con todos, una relación de paz, de comprensión, de paciencia y tolerancia. Y esa se instaura con el perdón. Dios nos enseña que el perdón es la base de la paz, no la consecuencia. Y tú ¿cómo estás buscando inaugurar una situación de paz en tu familia, en tu grupo, en tu trabajo, en tu parroquia o incluso contigo mismo? ¿Estás partiendo del perdón? ¿estás esperando que te pidan perdón? ¿sigues atorado en eso de que perdono sólo si cambian, perdono si dan muestra de conversión? Dios nos enseña que el amor se adelanta al merecimiento, a la justicia distributiva:  se anticipa, se ofrece y se desborda.
ción y el ayuno. De hecho, a todos los viernes de cuaresma les damos un carácter penitencial, como signo de arrepentimiento por nuestros pecados.

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