Las tentaciones. En unos pocos versículos, el evangelista Marcos nos narra cómo Jesús fue tentado en todo como nosotros.
La celebración de este domingo nos pone en el inicio del camino de la cuaresma, poniendo ante nuestros ojos la meta, que es vivir como ciudadanos del reino, en alianza con Dios, y poniéndonos delante el camino que es igual para todos: la conversión, la perseverancia ante el mal y las tentaciones.
La cuaresma sabemos bien que es un periodo de cuarenta días, número que tiene un gran simbolismo en la Biblia, y el primero que salta a los ojos es el tiempo del desierto por el que tuvo que pasar el pueblo de Dios para poder salir de la esclavitud hacia la libertad. No bastaba sacarlos de Egipto, de una tierra física, sino ponerlos en una nueva condición, la condición de hombres libres, haciéndoles recordar a través de la purificación, que sólo viviendo confiados a Dios y a sus mandamientos, el hombre es verdaderamente libre.
Para reconocer que los mandamientos de Dios son buenos, debemos llegar a conocer al dador de la ley, Aquel que nos ha creado. Por eso, este tiempo de cuaresma es un tiempo donde Dios quiere hablarnos en medio de tanto ruido, y decirnos quién es Él en verdad, dejando la imagen errónea que tenemos de Él. El primer paso es reconocer que yo no conozco a Dios, y que por eso consecuentemente huyo de Él, no le obedezco. Me podré decir cristiano, portar una cruz en el cuello, formar parte de un grupo parroquial, etc., pero si no lo obedezco, no lo amo, no creo que sus mandatos sean buenos. Dice Jesús: quien me ama, cumple mis mandatos. El tiempo de cuaresma es un tiempo de desierto, desierto donde no hay nada, desierto donde estamos llamados a entrar, como Jesús, para aprender a reconocer sin ningún influjo exterior cuál es la tentación y cuál es la vida feliz. En este mundo tantas voces nos dicen que ciertos comportamientos son buenos, que no tiene nada de malo comportarse así porque todos lo hacen, porque en este mundo las cosas son así. El desierto nos ayuda a callar esas voces y ponernos desnudos, sin obstáculos, en interlocución con Dios. Es un tiempo que, si lo aprovechamos, lograremos mirar cara a cara la tentación, nuestro pecado, y a la vez la libertad que Dios nos ofrece, su misericordia.
El mismo Evangelio nos dice que debemos convertirnos para poder pertenecer al Reino de Dios. No se trata de una conversión de un solo momento, sino de volverme a decidir por Dios hoy, decidirme por comenzar y perseverar hasta el final en una vida nueva, confiando en Dios, en su Palabra y su presencia.
La conversión es un cambio de mentalidad profundo. Dice el Evangelio que Satanás lo tentaba. En la Biblia, Satanás no es un ser rojo con cuernos y cola. Satanás es todo aquello que busca separarnos de Dios con engaños. Hay muchos “Satanás” en nuestra vida, incluso nosotros mismos podemos llegar a ser “satanás” para otros, cuando los apartamos del camino de Dios, o cuando obstaculizamos su entrega, o cuando somos de escándalo a los más pequeños. ¿Cuáles “satanás”, tentaciones, identificas hoy en tu vida? ¿a cuántos les has hecho caso? A veces, la televisión, los amigos del trabajo, los medios de comunicación, nos invitan a apartarnos de Dios cuando promueven todo lo que es contrario a su voluntad: homosexualidad, robo, injusticias, discriminación, exclusión, desigualdades, desobediencias, ateísmo, idolatría, magia, egoísmo, hedonismo, acumulación de bienes, y un largo etc. Pareciera que hoy, a nombre de la tolerancia, el cristiano esté llamado a adecuarse a la mentalidad de este mundo, aceptar cualquier pecado de los hombres y mujeres de hoy para evitar discriminar a nadie. Pero no es así. El cristiano es uno que ha aprendido que el pecado destruye a los hombres, y por el bien de cada uno, no puede callar ante su esclavitud, denunciándolo para ofrecer en nombre de Dios la vida nueva que nos regala y ayudando a todos a desenmascarar la tentación cotidiana que busca apartarnos del camino del bien y deformar el verdadero rostro misericordioso de Dios.