Es el grito misericordioso que Dios dirige a cada
uno de nosotros.
Una cuaresma más que Dios nos regala, un tiempo en
el cual, si ponemos un poquito de atención, nos daremos cuenta que es Él quien nos
sale al encuentro, es Él quien nos busca. Nos dice la primera lectura que Dios
es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en clemencia. Y nosotros
que creíamos que Dios estaba enojado por nuestro pecado.
REFLEXIÓN EN AUDIO ABAJO
Es una enorme gracia para todos nosotros, su
Iglesia, contar con este tiempo. En él, Dios endereza nuestros caminos para que
no nos perdamos y nos alejemos de la vida verdadera. Es que es tan fácil poner
cualquier cosa en nuestra vida en el lugar que sólo le corresponde a Él. En la
Biblia desde siempre, el pecado de idolatría ha sido denunciado repetidamente
mostrándonos su peligrosidad. A lo mejor nosotros no tenemos por Dios algún ser
mitológico en nuestra vida, pero… ¿qué tal el egoísmo? ¿no será que nosotros
mismos somos nuestro propio Dios? Es posible. A veces ponemos en el lugar de
Dios el propio yo, o el de otra persona, cuando nos obsesionamos con el cariño
de alguien. A veces sí es el dinero nuestro Dios, a veces la moda, la eterna
juventud, las redes sociales, los like’s, el trabajo, la sexualidad, la fama,
el poder, o alguna otra cosa. A veces podemos ser muy cumplidores de la ley,
pero tener algún ídolo por ahí al mismo tiempo.
Un tip que nos puede ayudar a entrar en clima de
reflexión, es darme cuenta si estoy al servicio de los que me rodean, los
conozca o no, me sean agradables o no. Si en su propia vida, uno está sirviendo
a los demás, es un buen signo de que Dios es nuestro Dios y nadie más. Si te
molesta obedecer cuando te piden ayuda, si no quieres ni siquiera mirar la
necesidad del otro, si nunca tienes tiempo para una buena plática con alguien
más y sólo te preocupas de responder mensajes en la red, si hace tiempo que no
das una ayuda a nadie o no te comprometes en ayudar a salir adelante a alguien
que se ha perdido, si no eres próximo a ninguno de los que caminan contigo en
esta vida, a lo mejor sea un signo de que tú mismo eres tu único Dios o alguna
otra cosa, porque sólo ves por ti mismo, porque sólo te ocupas de ti y tus
solos intereses, porque sólo buscas consuelo para ti, sólo pides por ti y por
tu vida.
El Evangelio de este miércoles de ceniza nos da
pautas para vivir un verdadero arrepentimiento: tener caridad (es decir la
limosna), orar y ayunar. Pero hacerlo de la manera que agrada a Dios: con
alegría, pues sólo así Dios, que ve lo secreto, te recompensará. Ayer leía una
publicación de una amiga, donde decía que el arrepiento no es cuando usted
llora, arrepentimiento es cuando usted cambia. Y cuánta razón hay en eso.
Arrepintámonos de haber cambiado a Dios volviéndolo a poner al centro de
nuestras vidas, con alegría, porque hoy todavía es tiempo de volvernos a Él,
pues Él nos amó primero.