jueves, 16 de agosto de 2018

"Palabra + Espíritu = Vida Eterna" - Evangelio del 19/08/18 – Domingo XX T. Ordinario – Jn. 6, 51-58

“Yo Soy el Pan vivo, que ha bajado del cielo; el que coma de este Pan vivirá para siempre. Y el Pan que yo les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”. Así comienza el pasaje del Evangelio de este Domingo, donde Jesús está llegando al final del discurso sobre el Pan de vida y también a su punto más alto de revelación.
Jesús ha venido para darnos el don más hermoso: la filiación, la relación de hijos amados con su Padre Dios. Y el modo para realizar esta relación de Padre e hijos ha sido del todo inesperada: nos ha entregado su misma vida, nos ha injertado en Él como sarmientos a la Vid verdadera. Realmente somos hijos del Padre porque Jesús vive en nosotros, y así, somos Uno con Él, por Él y en Él. Su Sangre, es decir, su misma vida es nuestra Sangre; su Cuerpo es nuestro Cuerpo. ¡Misterio insondable de Amor!

“¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”, es la pregunta que los judíos hicieron a Jesús, y que seguramente nosotros nos hemos puesto alguna vez también. Un hermano me dijo alguna vez que lo más importante no es el “cómo” o el “por qué”, sino el “para qué”. Aunque no comprendamos “científicamente” el “cómo”, también éste nos ha sido REVELADO: a través de la encarnación. Aquí radica el pilar de nuestra salvación: Dios se ha encarnado en el seno de María Virgen, se ha hecho pequeño y también mortal el que es Infinito y Eterno. Dios ha querido realizar el regalo de la filiación a la manera humana, sin varitas mágicas, sólo con el poder del Espíritu Santo, de su Gracia que es Amor. Desde la encarnación de Jesús, el amor humano ha sido transformado íntimamente, alcanzando en su pequeñez la cualidad del Amor divino, por el Espíritu que nos habita. El Espíritu Santo cambia interiormente todas las realidades que habita. Y ahí está el secreto y la respuesta, que podemos abrazar y comprender desde la fe: el bautismo invoca el Espíritu Santo con las Palabras de Jesús y nosotros recibimos el don de ser hijos de Dios; la celebración del sacramento de la Eucaristía invoca con las Palabras de Jesús (in persona Christi) el Espíritu Santo sobre el pan y vino presentados y éstos reciben el don de ser alimento de vida, Cuerpo y Sangre de Jesús. Todo en nuestra relación con Dios tiene que ver con la Palabra que es Jesús y la acción del Espíritu Santo. Piensa en los demás sacramentos de nuestra Iglesia, sucede lo mismo: Palabra y Espíritu. 

El don del Pan vivo que es Jesús, ocupa un lugar central en nuestra fe: todo en nuestra fe, en nuestra relación con Dios, tiene que ver con el Pan vivo, con la Eucaristía, que es fuente y cumbre de toda la vida cristiana. El cristianismo es todo él Eucaristía, sin ella no existimos. Es la comunión más íntima con Dios que podamos alcanzar en esta tierra: unidos a Cristo, ofrecidos con Cristo, aceptados en Cristo. Ahora bien, ¿comprendemos la importancia del Pan vivo en y para nuestra vida? ¿Comprendo que si no como de este Pan, la vida del Dios Eterno no está en mí? Ciertamente, comer el Pan vivo que es Jesús no solamente significa “comulgar”; pero “comulgar”, ciertamente, es la realización de comunión con Dios más perfecta, la vida en plenitud de Dios en mí. ¿Pensamos en ello cada vez que nos acercamos al Santo Sacramento o cuando dejamos de hacerlo? Recuerdo una vez que una persona separada de su esposa me dijo: ¡yo no quiero dejar de comulgar! Y en base a este deseo tomó la decisión de permanecer sin mujer. Qué decisiones tan importantes somos capaces de tomar en y para nuestra vida en base al deseo que tenemos de Dios, siendo que la mentalidad del mundo en que vivimos proclama cosas opuestas, tales como: “tú tienes el derecho de ser feliz, sólo importa lo que tú quieres y nada más, que no te interese nada ni nadie más que tú mismo”. Pero uno que ha descubierto que su felicidad es Dios, que su vida es Dios, que su alegría es Dios, ha recibido también el regalo de poder elegirlo libremente. 

El capítulo sexto del Evangelio de San Juan nos ha catequizado revelándonos profundos misterios sobre el Pan de vida que es Jesús, hasta llegar a su cumbre que es la Eucaristía. Poner a disposición de los demás nuestros cinco panes y dos pescados es resultado del Pan de vida que alimenta nuestra propia vida, así como cada obra realizada por Amor. Jesús nos ha dicho que el mandamiento más importante es uno sólo: amar a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Sólo unidos a Jesús podremos llegar a vivir este mandamiento en plenitud. Hay que comenzar ya, dando el primer paso: buscarlo, escucharlo, conocerlo, comulgarlo.

A partir de esta revelación fundamental que Jesús hace, muchos lo abandonaron, dejaron de seguirlo. No fueron capaces de darle un espacio en su vida, de abrirse a la fe, de aceptar como un regalo su revelación: que Dios se ha hecho carne, se ha hecho sangre, se ha hecho débil. El mundo muchas veces hace lo mismo, rechazar que Dios haya escogido el camino de la pequeñez para salvarnos, que Cristo se haya hecho pobre para enriquecernos con su pobreza, y siguen esperando un Dios que se aparezca sobre la tierra rodeado de efectos especiales, de poder y gloria según su concepción de poder y gloria, de ira y venganza contra los malvados para poder creer en Él. Hoy Jesús se nos vuelve a proponer como el alimento que puede transformar nuestro corazón y hacer que nuestras obras cambien, y poder así experimentar la saciedad de la que nos habla. La Mesa está servida ¿gustas?  Paz y Bien.

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