viernes, 3 de agosto de 2018

El Pan del cielo - Evangelio del 05/08/18 - Domingo XVIII T. Ordinario - Jn 6, 24-35


La semana pasada escuchábamos el inicio del llamado discurso del pan de vida de Jesús, con la realización del signo de bendición y distribución de los panes a todos los que lo seguían y la incomprensión del mismo, mientras que este domingo el Evangelio continúa el discurso de Jesús para explicar su revelación.
Con el signo realizado, Jesús provoca la curiosidad y el deseo de muchos por conocerlo e ir detrás de él; pero recordemos que, aunque sorprendidos por lo que Jesús ha hecho, la mayoría no lo han comprendido y quieren coronarlo rey, hacerlo su líder. Jesús, que siempre habla con la verdad, les dice: “Yo les aseguro que ustedes no me andan buscando por haber visto signos, sino por haber comido de aquellos panes hasta saciarse”. ¿Por qué sigo a Jesús? ¿Por qué voy detrás de Él? ¿Qué espero recibir de Él a cambio de seguirlo? ¿Qué tipo de hambre espero que Jesús me sacie? A veces vamos detrás de Jesús no por Él mismo, sino por lo que pueda darnos: por sus dones, bendiciones, protección, para que “me vaya bien en mi vida”, etc. Seguimos mirando en Él a uno que “multiplica panes”, a uno con quien puedo hacer negocio y salir ganando aprovechándome de Él, a uno que si hago lo que dice me va a hacer gozar de protección y salud. Aún seguimos creyendo que, a través de un rito o un sacrificio en el cual ofrezcamos algo a ese dios hambriento de poder y dominio (y si más me duele o me cuesta, mejor), podremos llegar a obtener por derecho lo que deseamos. Siempre es bueno preguntarnos: ¿qué estoy buscando al seguir a Jesús, al profesar un credo, al llamarme cristiano católico? Hazlo, nadie te va a regañar.  Para conocer nuestras intenciones profundas, puede servirnos reflexionar y reconocer qué es lo que le pedimos a Dios en nuestra oración personal ¿panes y peces? ¿sólo salud, bienestar, trabajo y paz? ¿o también que nos ayude a cambiar y salir de nuestro egoísmo? ¿que me enseñe a perdonar? ¿que me de perseverancia en las pruebas? ¿que aumente mi amor hacia los pobres y marginados? También nos ha dicho Jesús: “busquen el Reino de Dios, y lo demás se les dará por añadidura”.

 Los discípulos de Jesús algo han comprendido de su mensaje, y entre el episodio del domingo pasado y el de este domingo se nos cuentan las dificultades de éstos al comenzar a navegar en medio de las aguas, que amenazan hundir su barca. Pero ahí está Jesús, que domina las aguas turbulentas y les infunde confianza. 

Pero también está el otro grupo, la multitud de la gente, que busca a Jesús para aprisionarlo en sus esquemas, pues ven en Él un “rabbí”, un maestro judío más. Se preocupan por qué es lo que hay que hacer para seguir obteniendo de Jesús el alimento, para que Él les resuelva sus problemas sin esforzarse. Siguen manteniéndose en esa mentalidad basada en unos preceptos que hay que cumplir para ganarme el favor de la divinidad y evitar su castigo, siendo que Jesús les anuncia que en la vida todo es don, todo es gracia. No han comprendido que quien quiera seguirlo, debe vivir con esa conciencia, con esa actitud de fe de que todo es de Dios, y que, para que todos los bienes alcancen para todos y nazca el Reino de Dios, se debe aprender a compartir, a donar lo que uno ha recibido, como el muchacho de los 5 panes y 2 pescados. No, no es fácil pertenecer al reino, hay que cambiar, es necesario vivir la conversión.
 Jesús continúa diciendo: “No trabajen por ese alimento que se acaba, sino por el alimento que dura para la vida eterna y que les dará el Hijo del hombre; porque a éste, el Padre Dios lo ha marcado con su sello”. Con estas palabras, Jesús nos invita fuertemente a vivir según las realidades que Él ha venido a revelar: que existe una vida eterna y que es nuestra por la fe en Él ya desde ahora, que debemos renovar la mente y el espíritu y revestirnos de la nueva condición humana, que el Padre es amor y nunca nos abandona, que si Él se preocupa por lo que han de comer los pajarillos y por lo que han de vestir las efímeras flores del campo cuanto más a nosotros nos tiene siempre en su pensamiento y corazón. Yo me pregunto: ¿yo vivo de esta manera mi fe, mi bautismo, mi consagración? ¿Confío realmente en Dios tanto como para preocuparme y ocuparme de la justicia, de la fidelidad, del amor? ¿A caso no vivo sólo preocupándome por lo que habré de comer y vestir? ¿Me preocupo ya sea por conservar la vida de Dios en mí a través de mi propia conversión? ¿Hago algo por transmitir el mensaje de salvación a las personas que me rodean? ¿Sigo esperando de Dios un signo, un milagro, una prueba para poner manos a la obra en la construcción del Reino? A veces pedimos un signo, milagro, ver algo extraordinario para creerle a Dios y comenzar a obedecerle, siendo que Él se espera de nosotros la obediencia y la fe, para que nosotros mismos lleguemos a ser un signo visible de su presencia para los demás en este mundo. Es más, lo dice Jesús también en el Evangelio de este domingo: “La obra que Dios quiere es que creáis en el que Él ha enviado”.

Jesús mismo es el pan del cielo, sus Palabras, sus enseñanzas, sus acciones, su misericordia, su muerte y resurrección. Creer en la muerte de Jesús en favor nuestro y en su resurrección, deben ser el alimento del cristiano con el cual nutra su ánimo, su familia, su esperanza, su perseverancia, su entrega y sus sacrificios. No sólo el sacramento de la Eucaristía. A propósito de este sacramento, en estos días he comprendido un poco que todos corremos el riesgo de convertirlo en un amuleto: basta que yo comulgue para creerme ya salvado. Algunos miembros del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento habían convertido el arca de la alianza, el templo, en una especie de amuleto, pues creían que bastaba conservarlos pulcros y hermosos para gozar de la protección de Dios, sin importarles lo importante de la ley: la misericordia y el amor al prójimo. ¿A caso no es cierto que muchos de nosotros seguimos sin ocuparnos esforzadamente en nuestra propia conversión y preferimos sólo tranquilizarnos por haber comulgado? Comulgar es estar en comunión, en plena sintonía, ser extensión del corazón de Dios en este mundo, vivir en la fidelidad de Aquel que dio (y sigue dando) su vida por mí. En este sentido, ¿mi vida es comunión? Muchos que no pueden comulgar a causa de su condición de vida, pueden estar viviendo en una mayor comunión con Dios que muchos otros por haberse encontrado con Él, por haberse arrepentido de sus pecados, por haber recibido el perdón de Dios y encontrarse viviendo un verdadero camino de entrega y conversión a Dios. No sé, me vienen a la mente esas Palabras de Jesús: “Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios”, por haber creído verdaderamente en Él.

 Jesús dice al final: “Yo Soy el Pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”. ¡Qué bellas las Palabras de Jesús! No solamente saciará nuestra hambre y sed de infinito, de alegría y paz, sino que estaremos tan saciados que ya no tendremos más hambre ni sed desde esta tierra. 

 Hoy vemos en medio de nosotros a muchos que se mueren por tener esto o aquello, por conocer más y más lugares, por obtener más y más conocimientos, por no envejecer y permanecer siempre bellos y en salud. Están hambrientos de tantas cosas. Están convencidos de que sólo logrando extender su vida en esta tierra lo más posible y sin dolores, entonces serán realmente felices, plenos. Al cristiano le ha sido revelada la plenitud de la verdad: “Les aseguro que, si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto. El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna”. Paz y Bien.

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