El Evangelio de este Domingo está tomado de san Marcos, capítulo 6, versículos del 30 al 34, y en él escuchamos que los discípulos de Jesús, después de haber enseñado a muchos, regresaron con él, y Jesús les dice: “Vengan conmigo a un lugar solitario, para que descansen un poco”. Esta frase, bella en sí, esconde un significado aún más profundo que la sola preocupación de Jesús de brindar un momento de descanso físico a sus discípulos después de una larga jornada de trabajo. ¿Recuerdas aquella otra frase que Jesús dijo a gritos “Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados y Yo les daré descanso”? Pues de ese otro descanso está hablando Jesús, descanso que tiene que ver con el don de su Paz al hombre.
El corazón cansado, inquieto, preocupado y angustiado por todo lo que el mundo nos pide hacer para vivir la vida terrena, necesita de esta paz, no sólo para continuar con nuevas fuerzas haciendo lo mismo, sino para confrontar lo que vive, lo que piensa, lo que hace, lo que le preocupa, con la Verdad que es Jesús mismo. Muchas situaciones de la vida pueden estar turbándonos, poniendo en duda nuestras convicciones y valores interiores, pueden estar llevándonos a perder la esperanza, a debilitar y perder nuestra fe, a decirnos a nosotros mismos: ¿vale la pena ser honestos? ¿vale la pena esforzarme y sacrificarme por una buena y justa causa, si los buenos pareciera que no sobresalen y en cambio los malvados se ven muy felices? ¿es posible vivir la humildad en pleno 2018? ¿y para qué defender los derechos humanos, la vida desde el seno materno, si al final pareciera que el mundo seguirá igual o incluso peor? ¿y si en este país se aprueba la despenalización del aborto? ¿para qué evangelizar si nadie quiere escuchar?
Al estar a solas con Jesús y poner en sus manos nuestras preocupaciones, dudas y cansancios que Él ya bien conoce, nos regalará el don de su Paz y nos hará ver con claridad cuál es el destino verdadero de uno que ama y de uno que ha elegido el camino del odio, la violencia y la muerte. Él no hará las cosas por nosotros, pero al iluminarnos nos indicará cuál carga debemos llevar de cuál debemos deshacernos. A veces no tenemos tiempo ni siquiera para estar con Él, pues debemos hacer tantas cosas en su nombre. Recuerda que de poco o nada sirve hablar de su Paz si esta no me habita. ¿Cómo puedo hablar de perdón, de paz, de escucha de la Palabra, si yo no me dejo perdonar, ni invadir por su paz, ni me pongo a alimentarme de sus Palabras y su Eucaristía?
Uniendo este Evangelio con la primera lectura de este domingo del profeta Jeremías, nos daremos cuenta que un mal pastor es sobre todo aquel que no se deja pastorear por quien lo envía, aquel que se olvida que ante el Buen Pastor uno será siempre oveja y discípulo. El mal pastor es el que dispersa las ovejas por no saber conducirlas hacia el verdadero Pastor, el que, por estar cegado en su interior y no acoger la luz con la que Dios mismo lo quiere alumbrar, termina por rechazar, dispersar y descuidar las demás ovejas.
Nos damos cuenta que muchos, aun siendo bautizados, terminan proclamando lo que Dios rechaza. No se puede ser discípulo de Jesús y promover una cultura de muerte y odio, por ejemplo. Ahora que en estos tiempos muchos se ponen a favor de la despenalización del aborto, es bueno detenernos y reflexionar si el valor de una vida humana y la defensa de la misma sea una postura de origen religioso, o si, en cambio, tal valor hunda sus raíces en la misma conciencia humana que todos poseemos. Ciertamente que como verdaderos discípulos de Jesús no podremos nunca estar a favor de la muerte de un ser humano, sino proclamar que la vida humana es sagrada; pero, piénsalo bien ¿es necesario ser cristianos para darnos cuenta del valor de la vida humana en sí misma? ¿A caso una persona de otra religión o atea no puede llegar a descubrir que matar es algo incorrecto y no sólo una prohibición religiosa? Muchas veces he compartido desde mi experiencia persona de fe y como ser humano, que no era necesario que Jesús viniera al mundo y derramara su Sangre para enseñarnos que necesitamos vivir una vida virtuosa o moralmente correcta. El don de Jesús para nuestra salvación es todavía mayor. Muchos hombres antes de Jesús y después de Él sin conocerlo, han descubierto las virtudes humanas como un camino de felicidad que vale la pena vivir.
Jesús es el Hijo de Dios que con su muerte y resurrección nos ha dado el poder de también nosotros ser hijos de Dios por la fe en Él, y así descubrir un nuevo sentido a nuestra vida, una dicha y felicidad que antes no conocíamos, un nuevo propósito a nuestro actuar, a nuestro vivir y a nuestro morir: el amor.
El Evangelio nos habla también del amor con otra palabrita: la compasión. Jesús siente compasión por sus discípulos y les ofrece descansar en Él; Jesús manifiesta y realiza en sí mismo la compasión de Dios por el mundo, por todas esas ovejas que andan sin pastor, sin guía; Jesús, concretamente, desde sus entrañas se compadece de la multitud, de todos, que “lo esperan” y lo buscan, sedientos de un pastor que los lleve a pastar en verdes y sabrosos prados para saciar su hambre. Dice un salmo: “Abre tu boca y yo la saciaré”.
Jesús nos enseña a ser pastores según su corazón: pastores que amen, que se compadezcan, que alimenten y alivien de la fatiga a los que vagan hambrientos y sin rumbo. Recuerda que, si bien uno sólo es el verdadero Pastor, tú y yo también lo somos, y tú y yo necesitamos descansar en Cristo para poder cumplir la misión de Jesús y con Jesús hoy. Hemos abrazado el hermoso nombre de cristianos, y como tales necesitamos reavivar nuestra conciencia de que somos “otros Cristos”, permaneciendo en comunión con Él, pues de Él recibimos el mandato, el mensaje y su cumplimiento. Unidos a Él somos más que vencedores, y separados de Él nada podemos hacer.
Paz y Bien.
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