sábado, 7 de abril de 2018

Señor mío y Dios mío - Evangelio del 08/04/2018 - Domingo II de Pascua - Jn 20, 19-31


El Evangelio de este Domingo II de Pascua nos muestra la primera comunidad cristiana llena de temor, y Jesús que se hace presente en medio de ellos para disipar sus miedos con el don de su paz, el don de su Espíritu. Además de Jesús, el apóstol Tomás es personaje principal en esta narración del Evangelio de San Juan.
Esta narración nos dice que los discípulos estaban reunidos, menos uno. No nos dice que fueran los 10 apóstoles, sino en modo general nos habla de los discípulos, como para hacernos entender que en esa comunidad está representada la comunidad de los discípulos de todos los tiempos y en ese uno que falta, todos los que por una u otra razón se apartan de la comunidad. Todos los discípulos han tenido un momento de fe en Jesús, en su proyecto de amor, en la vida nueva que Él da, pero 8 días después se experimentan llenos de temor.
La Iglesia de todos los tiempos ha experimentado este miedo, que es miedo al mundo, miedo a vivir según la propuesta de Jesús temiendo que los demás los rechacen, miedo a no saber dar razones de la esperanza que han recibido, miedo a la ciencia, miedo a renunciar a las riquezas y a toda otra seguridad que el mundo ofrece, miedo a la novedad y diversidad de la que somos portadores, miedo a vivir hasta el fondo la lógica del amor y la humildad, miedo a quedarse atrás según el progreso de los tiempos, etc. Cuando estos miedos han llegado a dominar el corazón de los discípulos de todos los tiempos, se ha optado (implícitamente quizá) por encerrarse en sí mismos, por fortalecerse imponiéndose por la fuerza a los demás, por defenderse más que realizar el mandato misionero, por ser la mano que castiga y señala, más que las manos que consuelan, acarician y bendicen. Una comunidad de discípulos llena de miedo pierde su luz y su sabor, dejando de ser sal y luz de la tierra, perdiendo su identidad.
¿Cuál es la actitud de Jesús para con los que le han fallado, para con los que dudan? Para con todos ellos, la respuesta de Jesús no es de castigo, sino de buscar fortalecerlos en la fe. Esta narración de san Juan nos cuenta el camino que los discípulos han debido recorrer para afianzarse en la fe en el Resucitado. Jesús se hace presente en medio de ellos y sin regañarlos les dice: ¡Tengan Paz! Lo que Jesús hace es “mostrarse” para que los discípulos puedan reconocerlo. Pero a una persona se le reconoce mirándole el rostro, no las manos y el costado. Jesús, en cambio, para ser reconocido les muestra y nos muestra a nosotros sus manos y su costado heridos por haber amado. A Jesús se le reconoce no mirando sus rasgos físicos del rostro como a cualquier persona, no necesitamos su rostro humano para mirarlo y reconocerlo. Jesús nos dice que necesitamos mirar sus manos y su costado abiertos. En el Antiguo Testamento, la mano de Dios era terrible, castigadora, caer en sus manos era no tener escapatoria. Aún un velo cubría la identidad plena de Dios. Jesús, verdadero Hijo de Dios e imagen perfecta del Padre, nos ha mostrado que sus manos, las manos de Dios, han servido para levantar al pecador, para perdonar, para abrazar a los pequeños, para bendecirlos, para construir, para anteponerse a las nuestras que son culpables de muchas obras malas y ofrecerse por nuestra salvación. Lo mismo vale para el costado. La Paz de Jesús brota en los seres humanos cuando llegamos a reconocer a Cristo a través de sus manos (símbolo de su obrar en favor nuestro) y su costado (símbolo de donación y vida).
Además, sus manos y costado heridos nos dicen con claridad que no han sido nunca signo de abandono de Dios, sino de amor por nosotros, signo de que debía sufrir, pues, en un mundo donde reina la maldad, el egoísmo, la soberbia y la avaricia ¿acaso no debía sufrir quien estaba del lado de la verdad, quien denunciaba la injusticia? Jesús, con sus llagas, nos lo vuelve a repetir una otra vez: “insensatos, ¿acaso no debía sufrir el Mesías enviado por Dios?” Esto, extrañamente nos consuela en nuestros fracasos, heridas y rechazos cuando tratamos de seguirlo fielmente: ¿acaso te esperabas aceptación, éxito, en medio de una generación que rechaza a Dios? ¿acaso no encontrarás rechazo y sufrimiento? En nosotros está, con la ayuda de Dios y la fe que nos da, abrir los ojos y darnos cuenta que si sufrimos a causa de la fe no es porque Dios nos abandone, sino porque, como Jesús, seremos como corderos en medio de lobos, como luz que las tinieblas buscan apagar, como denuncia que nadie quiere escuchar; pero también seremos portadores de esperanza para los que tienen el corazón lleno de temor, seremos luz y sal de la tierra perseverando en la fidelidad.
Dice el Evangelio que los discípulos se gozaron, se llenaron de alegría al ver al Señor. En sus manos y en su costado lograron ver que ni siquiera la muerte puede cancelar todo aquello que nuestras manos hayan realizado en nombre del amor. Las llagas del Crucificado no desaparecerán jamás.
Jesús continúa diciéndoles: ¡Paz! Como el Padre me ha mandado, también los mando yo. Y sopló sobre ellos diciéndoles: Reciban el Espíritu Santo, a quienes les perdonen los pecados les serán perdonados y a quienes no se los perdonen, no.  ¿Qué significa todo esto? Primero, Jesús confirma en la paz y luego los manda con su misma misión, la que Él había recibido del Padre: ser las manos y el costado de Dios, constructores de paz, ciudadanos del Reino. La misión de los discípulos es, como Jesús en el Getsemaní, no ocultar nuestro miedo, sudar gotas de sangre, pero abandonarnos en las manos y en la voluntad de Dios, asumir y vencer ese miedo, sabiendo que el Padre está con nosotros del mismo modo que lo estuvo con Jesús en el momento de la prueba.

El soplo del Espíritu Santo nos trae a la memoria sin duda, el aliento de vida que Dios infundió en los primeros padres. Al recibir la paz de Jesús y creerle, recibimos su Espíritu nuevo, y somos recreados, creados nuevamente, nuevas creaturas, llenos de una nueva vida infinitamente mejor que la que ya teníamos: tenemos la vida del Eterno en nosotros (no simplemente vida eterna).
Lo que dice en referencia al perdón de los pecados es algo muy importante. En el texto original, no dice simplemente perdonar los pecados, sino hacer desaparecer el pecado, borrar el mal de este mundo. Quien haga esto mediante su ejemplo de vida, su fidelidad, su obediencia, su confianza, su mansedumbre y humildad, logrará sacar del pecado a los demás. Es una gran responsabilidad la que Jesús da a sus discípulos. Si ustedes no lo hacen, por miedo, cobardía o cualquier otro motivo, el mal seguirá presente en este mundo y los hombres se quedarán en las tinieblas, en sus pecados sin perdonar. La misión de los discípulos es portar la paz y el perdón para que otros puedan conocerlas. Si no lo hacemos, quedarán sin paz y sin experiencia de perdón y misericordia.
Miremos el personaje de Tomás, persona realísima pero que también san Juan utiliza como modelo de todo aquel que duda. Dice que lo apodaban “el gemelo”. No es una indicación biográfica de Tomás. Tomás es gemelo de todos aquellos que como él experimentan dificultad para abandonarse confiadamente en Aquel que han visto o intuido su propuesta. Debemos aclarar que Tomás no es uno que no ha creído, pues él es también un discípulo; ha creído en el mundo nuevo que Jesús ha venido a instaurar; no es gemelo de los que abandonan la Iglesia por el mal testimonio de otros, sino que es gemelo de aquellos que se mantienen cerca de la comunidad cristiana a pesar de no comprender ciertas decisiones de los cristianos, ciertos modos de vivir de algunos hombres o mujeres de Iglesia; no es gemelo de los que se apartan de la comunidad llenos de soberbia creyéndose mejor que todos los demás discípulos, sino de aquellos que, mirando la contradicción de algunos de los discípulos, sigue buscando a Jesús en esa misma comunidad porque creen a sus Palabras (Tomás regresó a los 8 días); no es gemelo de los que dicen “hasta no ver no creer” (si se tiene enfrente el objeto de fe ya no hay necesidad de ella), sino de los que quieren también llegar a creer en Jesús participando de una comunidad que usa sus manos para instaurar el nuevo reino de Dios haciendo el bien a todos. La falta de fe de Tomás puede ser que se debiera en parte a los miedos de su comunidad, pero él mismo se hace responsable de su propia fe y de sus propias dudas. Tomás pide tener una experiencia personal del amor de Jesús por él, pide poder mirar sus manos, su costado y meterse en ellos para creer. ¿Es posible esto para Tomás y para nosotros hoy? Sí, siempre es posible que Dios nos conceda una fuerte experiencia de su presencia.
Jesús no lo regaña por su incredulidad. A quien le pide sus manos y su costado, Jesús se los muestra para que tengan paz y crean. Ya dijimos que, aunque Tomás se aleja de la comunidad en su incredulidad, también permanece unida a ella cada 8 días, en la celebración del Domingo. Tomás sigue buscando a Jesús y lo encuentra estando con la comunidad de la que se había apartado. Ciertamente Tomás quisiera obtener pruebas racionales, científicas, de la presencia resucitada indudable de Jesús. Pero esto no es posible. No de esta manera. Las pruebas de este tipo son para las cosas materiales, físicas, terrenales. Aquí se trata de las cosas que se refieren al mundo de Dios, a la fe, y para ellas no sirven las pruebas racionales o científicas. La prueba que recibirá es la misma que habían recibido los otros discípulos: sus manos, su costado, su paz y su voz.
Este episodio de la vida y camino de la comunidad de los discípulos nos dice que Jesús está en medio de los que cada domingo se reúnen en su nombre, presente con todo su poder, y nos sigue ofreciendo la paz, su Espíritu, sus Palabras, su cuerpo y sangre en la Eucaristía; de esta manera, Tomás y los discípulos de todos los tiempos llegarán a la fe: teniendo siempre fijos los ojos en sus manos y su costado, recibiendo constantemente la paz de Jesús y su Espíritu que son la experiencia continuada de su perdón y misericordia por nuestros pecados, escuchando asiduamente su Palabra que poco a poco nos va transformando en discípulos fieles y descubriéndonos los misterios de Dios.
A todos los que están faltos de fe, Jesús no los aparta, les ofrece a chorros los medios para llegar a la fe.
Al final, Jesús pronuncia una nueva bienaventuranza: “Dichosos los que no han visto y han creído”.  Son Palabras misteriosas; nos dejan entrever que hay algunos que, aún sin haber tenido una experiencia concreta de amor, creen en el amor; son aquellos que tienen confianza en que Dios cumplirá lo que ha prometido porque se fían de sus Palabras, como Abraham en el Antiguo Testamento, a quien su fe le fue acreditada como justicia. Hoy, existen muchas personas que creen en la honestidad, en la verdad, en el amor, a pesar de tantas experiencias de sufrimiento y abandono en sus vidas. Estas personas son dichosas ya, y lo serán aún más cuando lleguen a reconocer en las manos y el costado de Jesús, la razón de su esperanza. Paz y Bien.

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