Hoy, viernes de cuaresma, el Evangelio nos narra una parábola de Lucas
conocida como del Padre Bueno o del hijo pródigo. Te invito a que la busques en
tu Biblia y leas todo el capítulo 15 de san Lucas.
Con sus palabras, Jesús da respuesta a todo aquel que no sepa cómo es
Dios, qué piensa de él y de su vida y sus pecados, a aquel que viva atormentado
en su consciencia por todo el mal cometido y nos dice: Dios es misericordia,
Dios es alegría por el hijo que regresa a su casa, Dios es vida, no muerte.
La parábola está dirigida en el Evangelio a los publicanos y pecadores
que se acercaban a escucharlo, a aquellos que eran apartados de Dios por su
condición de pecadores. Hay que dejar en claro que Dios detesta el pecado, pero
ama al pecador y busca hacer que se aleje de eso que tanto lo daña.
¿Cómo llega a ti hoy esta palabra de Jesús? ¿Hay algo que te impida
según tú acercarte a Él? ¿Qué es? ¿Qué es eso que te hace sentir vergüenza ante
Él, que te hace sentir incapaz de su presencia? Pues bien, la Buena noticia es
que no hay pecado, no hay obra que Él no quiera perdonarte. Él está deseoso de
perdonarte, espera tu regreso con ansiedad, sufre tu ausencia de su lado. Eso
es lo que nos dice Jesús que hay en el corazón del Padre, lo que vamos a
encontrar si levantamos hacia Él la mirada y buscamos su abrazo. No vamos a
encontrar condenación, sino salvación y misericordia. Sólo gozo, sólo
restauración, sólo fiesta.
Los seres humanos difícilmente olvidamos las ofensas que otros nos
hacen, guardamos rencor, tenemos sed de venganza, deseamos el mal a quien nos
ha dañado, buscamos responder con un mal mayor a quien nos ha hecho sufrir.
Dios no tiene corazón a la manera humana. No es como nosotros. Es como nos dice
Jesús.
Cuando alguno te ha hecho sufrir de alguna manera y te has vengado con
creces, ¿qué has ganado? ¿cuánto te ha durado la satisfacción de hacérsela
pagar? ¿te diste cuenta que te volviste exactamente igual que tu agresor? ¿cuál
es tu idea de justicia: ojo por ojo, diente por diente? Nos dice hoy Jesús, la
justicia de Dios dista mucho de ser como la nuestra. Si se pusiera a hacerla de
justiciero, no quedaría ninguno en pie ante Él, pues todos pecamos.
La justicia de Dios, el fuerte, es sostener a los débiles, a los que
no logran caminar, a los que se han perdido, a los que no tienen otra salida y
esperanza, a los que imploran misericordia. Dios está deseoso de hacerte
experimentar su misericordia, pues el amor gratuito, el amor puro, el suyo, es
capaz de cambiarnos. No son los castigos los que nos hacen cambiar en verdad,
es la experiencia de que en este mundo hay alguien a quien le importo, a quien
mi vida y mi sufrimiento no le es indiferente, es encontrar a alguien por quien
uno pueda decir: tú eres el sentido de mi vida, por ti merece la pena vivir,
esforzarme, desgastarme y dar la vida. Por ello, los que se han encontrado con
Jesucristo y su misericordia, son felices, su vida tiene sentido, pues se encontraron
con Uno que ha dado su propia vida por rescatarlos, para que encontrasen la
felicidad, y ahora buscan corresponder con amor a Aquel que mucho los ha amado.
Y tú ¿quieres ser uno de ellos?
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