martes, 6 de marzo de 2018

Rompiendo reglas - Evangelio del 07/03/2018 - Miércoles III de Cuaresma - Mt 5, 17-19


En este mundo, los que se consideran libres o simplemente mejores que los demás, más allá del bien y del mal, son quienes no hacen caso a nada ni a nadie, los que por hacer lo que les viene en mente, cuando quieren y como quieren, rompen toda clase de leyes. Pero ¿qué es la libertad? ¿somos realmente libres cuando actuamos así?
Para unos, como ya dijimos, ser libre es no estar sujetos a nada ni a nadie, vivir en un relativismo total, nada es bueno o malo, o todo puede ser bueno o malo, depende desde dónde se le mire. Un claro ejemplo y un poco extremo, es el asesinato de una persona, mayor o en gestación. Podríamos llamarlo un acto malo, pero también, para algunos, algo bueno, si te procura serenidad. No nos espantemos, pero lamentablemente así sucede. Yo estaré más tranquilo si tú no sufres y entonces te asisto en tu muerte procurándotela; mi vida será mejor y sin problemas si este bebé no planeado no llega a ver la luz, además, este mundo es muy malvado como para traer alguien más a sufrir; sí, yo lo maté, pero este mundo estará mejor sin esta persona, deberían agradecérmelo; si miro un poco de porno no es malo, no hago daño a nadie, es más, es algo bueno, todos debemos vivir sin restricciones nuestra sexualidad. Y muchas otras cosas semejantes. Sé que estoy tocando temas controvertidos, ¡pero alguien debe hacerlo!
Jesús nos ha venido a enseñar que el pecado, además de dañar a otros, nos daña a nosotros mismos en lo más preciado que tenemos, nuestra mente y corazón. A veces, no nos damos cuenta del daño que nos hacemos a nosotros mismos permitiendo la entrada a todo tipo de contenidos, por los ojos, por los oídos, y por todos los sentidos.
El pecado, es una esclavitud. Escoger el bien, me hace libre. Algún autor franciscano decía que “escoger el mal nunca será ejercicio de nuestra libertad”, sino privación de ella. La gran astucia del pecado es camuflarse de bien. Es decir, nadie escoge el mal por sí mismo, sino que lo elige pensando que es un bien para sí. Se elige morir o dar muerte porque en un determinado momento de la vida, con muchas circunstancias particulares, se llega a creer que sea la única salida, el único camino que me procurará bienestar. Otro ejemplo: yo no elijo ser alcohólico, elijo para mí la sensación de bienestar que me produce; yo no elijo ser esclavo de las drogas, sino igualmente, elijo el momento de éxtasis que me es placentero y hasta necesario; yo no elijo dañar a las personas, destruir mi propia familia, elijo defenderme a mí mismo o a los míos, etc.
En el Evangelio de hoy, Jesús nos dice que no ha venido a abolir la ley, que esta debe cumplirse en su plenitud, y su plenitud es el amor. Al revelarnos que el rostro del Padre Dios es la misericordia, Jesús viene a desengañarnos de eso que hemos creído por instigación del maligno: que Dios es un tirano, y nos quiere someter para que no nos salgamos del huacal, necesita de esclavos para afirmar su yo egocéntrico. Por eso te da la ley, los diez mandamientos, y si no los cumples te mandará al infierno. Le ponemos a Dios la máscara del tirano: “esto se hace porque yo soy el más fuerte, porque lo digo yo y se acabó”.
Jesucristo nos ha venido a revelar con el ofrecimiento de su vida en la cruz y su resurrección, con su fidelidad al amor del Padre y al que tiene por los hombres sus creaturas, que Dios es un Padre bueno, y las leyes son una guía para nosotros, que nos ayudan a mantenernos libres para elegir lo que es realmente bueno, lo que me conviene en verdad. Tenemos una naturaleza poderosa, que si no la dirigimos nos puede llevar a la autodestrucción, pues las pasiones, lejos de liberarnos, nos esclavizan. La razón me ayuda a discernir lo que es realmente bueno, la fe en el Espíritu Santo de Dios me fortalece para que mi voluntad siga el camino de lo que me hará verdaderamente feliz.
Aprender a tomar las riendas de nuestra vida, como el jinete lo hace con su caballo, es ser dueños de nosotros mismos. Nuestra vida puede ir como un caballo desbocado, o como una flecha lanzada con precisión, fuerza y dirección hacia su centro. ¿Somos nosotros a dirigir nuestras fuerzas en una única dirección? ¿son ellas las que nos llevan en una y otra dirección a capricho? Recuerda, Dios ha venido para que tengamos vida, y vida en abundancia, para liberarnos, no para esclavizarnos, para mostrarnos el camino de la vida plena, no la que simplemente sobrevive. 

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