Hoy las lecturas nos presentan dos episodios muy distintos. En la primera lectura del libro del profeta Ezequiel, se nos habla de un agua que bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar, corría y cada vez se hacía mayor, tanto que ya no se tocaba el fondo. Es el agua que todo lo sana, capaz de purificar las aguas más contaminadas. Nuestra experiencia diaria es la contraria: si versamos un poco de agua limpia en una que esté contaminada, la limpia se pierde, se contamina también. Dios nos dice que la suya es lo contrario: limpia, sana, restaura, da vida. Es lo que sucedió con Jesús y sigue sucediendo hoy: tocó la miseria de la humanidad y no se contaminó, sino que sanó todo a su paso y lo sigue renovando hoy.
El Evangelio a su vez nos habla de un hombre que llevaba enfermo 38 años, permaneciendo al lado de una piscina llena de agua que tenía la fama de milagrosa cuando sucedían eventos particulares. Llega Jesús y le dice al enfermo: “¿quieres curarte?” Y este le responde: “Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua. Cuando logro llegar, ya otro ha bajado antes que yo”. Y le dice Jesús: “Levántate, toma tu camilla y anda”. Al momento el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar. ¡Qué cosa más estupenda! Jesús sana si queremos ser sanados, ya no hay necesidad de ninguna mediación, es Él mismo, el Cristo, que se nos acerca y nos ofrece la oportunidad de nuestra vida. La sanación que ofrece es la restauración de la propia vida, la curación de todas las heridas y enfermedades que nos impiden caminar.
También, este Evangelio nos muestra el contraste entre los que quieren ser sanados y los que no, como los fariseos de este episodio que están enojados porque este hombre carga con su camilla en día sábado, después de haber sido curado, algo que no era permitido por la ley.
Hoy en nuestra Iglesia, Cristo sigue actuando de la misma manera, en primera persona. Es un gran misterio su presencia real: es Dios mismo que actúa a través de los sacramentos, es Él quien bautiza, es Él quien se da en el Pan y el Vino, es Él quien perdona los pecados en la confesión, es Él quien confirma en la fe, quien une en santo matrimonio, quien confiere el sacerdocio ministerial a algunos hombres; es Él quien habla al ser predicada su Palabra, es Él quien sana cuando oramos por los enfermos, es Él quien levanta una y otra vez al que ha caído. No hay obra que los creyentes hagan por sí mismos; es Él quien se vuelve sus manos, su boca, sus ojos, sus oídos, sus pies. Ojalá que tú y yo nos maravillemos siempre de nuestro bautismo, que nos ha hecho profetas, sacerdotes y reyes en este mundo, porque estamos tan unidos a Él en una comunión única, que somos su cuerpo.
Muchos, como este hombre con 38 años enfermo, siguen buscando la cura de su enfermedad sin saber que Cristo es su sanidad y quiere sanarlos. No les neguemos esta posibilidad. Seamos miembros vivos de su cuerpo que sanan todo lo que tocan y no obstáculo para su encuentro con Él. Paz y Bien.
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