sábado, 10 de marzo de 2018

Mirando a Jesús sanamos - Evangelio del 11/03/2018 - Domingo IV de Cuaresma - Jn 3, 14-21


El Evangelio de hoy forma parte del diálogo entre Jesús y Nicodemo, personaje que de noche va a visitar a Jesús.
Algunos elementos importantes de este Evangelio son:

- ¿Por qué Nicodemo va con Jesús? ¿Porqué va de noche? Nicodemo era un fariseo de sincera religiosidad. Este diálogo con Jesús sucede inmediatamente después de expulsar a los vendedores del templo. Se ve que tal signo de Jesús ha impresionado a Nicodemo, y éste busca entender su significado más profundamente. Hasta podría ser el caso que los demás fariseos lo hayan enviado con Jesús para saber quién era Este hombre que cumplía signos tan extraños y tan fuertes, para comprenderlo mejor. Generalmente se dice que va de noche por miedo a los demás fariseos, buscando no ser visto por nadie. Y es probable. Pero la Biblia nos pone varios ejemplos de lo que hace el ser humano por la noche: en los salmos, muchas veces se nos dice que el salmista se levanta de noche y ora, medita la Palabra, busca a Dios; también vemos a Jesús varias veces orando a su Padre de noche o cuando aún no amanece. ¡Y no era por miedo! La noche trae silencio, hace entrar al hombre en sí mismo por su silencio; es generalmente cuando todo está en calma y en silencio que uno encuentra el mejor momento para reflexionar, para tratar de entender lo que nos pasó en el día, cuando buscamos dar respuesta a las interrogantes que todos traemos dentro. Nicodemo es un maestro, conoce bien la Escritura, busca la verdad. A lo mejor por eso nos es simpático, nos identificamos un poco con él. Como nosotros, Nicodemo fatiga, le es difícil renunciar a lo que ha aprendido, a sus propias convicciones teológicas, seguridades y certezas, para dejarlas de lado y creer en la nueva religiosidad que Jesús propone.

- “La nueva vida, volver a nacer, que Jesús propone como necesaria.” Al parecer Nicodemo no entendía estas palabras de Jesús. Jesús le dice que lo que nace de la carne es carne, y seguirá siendo carne, aunque se nazca dos veces; es necesario nacer a una vida completamente distinta: lo que nace del Espíritu es Espíritu.

- “Ser levantado, levantar.” Es un verbo con el cual el evangelista Juan “juega”, por el significado nuevo que le da. Elevar para nosotros significa llegar lejos, alto en la escala social, tener éxito, comandar, etc. De abajo hacia arriba, sobre los demás. Es lo que busca el ser humano. Jesús entiende otra cosa. Seguramente Jesús hacía referencia a la profecía de Isaías 53: el siervo de Yavé, que será honrado por todos, que tendrá éxito, será exaltado y puesto muy en alto. También aquí se habla de un discípulo, el siervo, que es puesto en alto, pero en un modo diverso al que imaginamos: como un cordero, como una oveja que ante sus esquiladores que no abre la boca, despreciado, rechazado, hombre de dolores que conoce bien el sufrir. Como uno delante del cual uno se cubre la cara, sin estima. ¿De qué exaltación se trata entonces? De una muy distinta a la que los hombres aspiran. Para aclararlo Jesús recuerda el episodio de la serpiente levantada en el desierto.


- “La serpiente levantada en el desierto.” Cuando uno camina en el desierto, los guías recomiendan hacerlo siempre calzados, pues debajo se esconden serpientes que no se ven, y de pronto asoman la cabeza para atacar y morder, y son venenosas. El pueblo de Israel caminaba por el desierto descalzo o con sandalias, pero a un cierto punto encontró estas serpientes. Moisés entonces cumple un rito ligado a las concepciones mágicas de su tiempo. Nos hace recordar al antiguo dios sanador que tenía en la mano un bastón con la serpiente enredada. Dice el libro de los Números que Moisés tomó una serpiente de bronce y la puso sobre una asta, quien la miraba quedaba sanado. Jesús dice que es necesario que el Hijo del hombre sea levantado de esta manera. Jesús se refiere a la asta de la cruz donde será puesto. Entonces entendemos la exaltación de la cual habla Jesús. En ese tiempo no era una exaltación, sino el máximo del abajamiento. Para Dios, este abajamiento es la gloria, gloria de quien ha vivido una vida de hombre auténtico, una vida donada por amor. La serpiente es una imagen muy significativa para nosotros. En nuestro camino de la vida, nuestro éxodo, nos topamos con muchas serpientes que nos muerden y envenenan: unas son exteriores y nos insidian, nos arruinan la vida, por ejemplo la vida llena de superficialidad que nos parece el máximo pero que en realidad nos envenena, nos deshumaniza, nos lleva a no distinguir más lo bueno de lo malo, lo que me ayuda de lo que me destruye; otras son internas: la avaricia, la acumulación de bienes, rencores, celos, envidias, lujuria, etc. Son serpientes que nos envenenan desde dentro. ¿Quién nos cura de estas serpientes? El Hijo de Dios exaltado, en quien debemos tener puesta la mirada, el que dona la vida y pone en su justo lugar todas las cosas y a Dios en el centro.

- “La vida eterna.” Es la primera vez en san Juan que aparece “vida eterna”. En ese tiempo, vida eterna era el premio futuro que recibirán los justos, la paga por su buen comportamiento. En el Evangelio, Jesús dice que la vida eterna no es un premio futuro, es una realidad presente. Se llama eterna no porque sea una vida biológica llevada al infinito, sino porque tiene una cualidad de indestructibilidad, es la vida de Dios en nosotros. Jesús dirá a Marta: Quien cree en mí no morirá, porque tiene vida eterna. Según esto que Jesús nos dice, Dios no resucita en nosotros la vida biológica después que morimos, Él nos resucita desde ahora. Para alimentar esta vida eterna en nosotros ya presente, debemos mirar a Jesús y su exaltación, y no mirar más, no dejarnos cautivar, por los ídolos que nos prometen éxito o exaltación fuera de Él. Estos destruyen la vida del eterno en nosotros.

- Nicodemo desaparece de la escena, pero volverá a aparecer en el Evangelio de Juan otras dos veces: la primera en defensa de Jesús cuando dice “¿nuestra ley permite condenar a uno sin haberlo escuchado antes?” Y lo tacharán de ignorante: “Estudia y sabrás que de Galilea no puede venir nada bueno”. Y la última, junto a José de Arimatea en la sepultura de Jesús.

- “Dios ha tanto amado al mundo de darle su Hijo, para que quien crean Él tenga vida eterna. No lo ha mandado para condenar, sino para salvar. Quien cree en Él se salva. El que no cree ya está condenado por no haber creído”. Delante del crucificado todos ven una derrota. El evangelista lee una manifestación del amor de Dios, amor incondicional, amor que mira al otro y no más hacia sí mismo. Esta es la característica del amor de Dios y de los que creen en Él. Es un don/amor incondicional, esto viene evidenciado muchas veces por san Juan. Dios quiere que la humanidad se abra a la vida del amor, a su vida, y para ello manda a su Hijo al mundo.
- “El que no cree en Jesús, está condenado.” Significa el ser humano que es lobo rapaz de los demás, fiera, egoísta, que destruye y pisotea, y no quiere cambiar. Esta humanidad es desenmascarada por Jesús exaltado, haciendo ver que esa no es una vida humana, es de fieras. Ahí se realiza el juicio. Jesús exaltado nos desenmascara el egoísmo, y quien busca la verdad sinceramente, ante esta luz, toma una decisión: o la acepta o la rechaza. El juicio se realiza según la decisión que tomamos ante el crucificado. Salvación no es escapar del peligro, es ser nosotros mismos, verdaderos y auténticos seres humanos según los designios de Dios nuestro creador.


- “En esto consiste el juicio: La luz vino en el mundo, pero los hombres han amado más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malvadas. Quien comete el mal odia la luz, y no viene hacia a ella para que sus obras no sean descubiertas. En cambio, quien busca la verdad, viene a la luz, para que aparezca claramente que sus obras son verdaderas”. San Juan nos habla de un juicio presente, y que es sólo salvación. El juicio de Dios nos perdona y nos propone una nueva vida, condonándonos la deuda. El juicio de Dios es bendición hoy. No será al final, es hoy que Dios nos salva. El hombre ante sus opciones diarias, recibe la luz de Dios que le indica lo que está conforme a su voluntad, y le indica lo que le daña. Este juicio sucede a través de la luz que nos manda en su Hijo exaltado. Esta luz juzga nuestra vida hoy, cada momento. A unos les da miedo, porque no quieren ser iluminados, porque no quieren dejar su egoísmo, y la rechazan. La invitación de Dios es a levantar la mirada hacia Jesús exaltado y aprender a juzgar las realidades de este mundo según la verdad del don de la vida. Quien lo rechaza, escoge seguir siendo no un ser humano, sino una fiera egoísta, escoge por sí y para sí mismo no tener la vida eterna hoy.

En el capítulo 12 de su Evangelio, san Juan repite “cuando yo sea levantado sobre la tierra atraeré todos hacia mí.” El levantamiento de Jesús es el punto más bajo que podía alcanzar. Ese es el levantarse según Dios, el verdadero engrandecimiento y exaltación.
Dice Jesús, quien cree en Él tiene vida eterna. Nosotros la imaginamos como la vida que recibiremos después de la muerte. Pero se refiere a la vida del Eterno Dios en nosotros hoy. Mirando a Jesús exaltado, el ser humano viene puesto ante una decisión fundamental: seguirlo o rechazarlo. Solamente a través de este engrandecimiento nosotros llegamos a ser verdaderamente grandes, como Dios. Si ahí, en esta exaltación, se revela el verdadero rostro de Dios, imitándolo también mostraremos la verdadera humanidad, la que sirve a los demás, la que da la vida, la que ama.
Creer a Jesús quiere decir, entonces, fijar nuestra mirada en Jesús engrandecido en la bajeza de la cruz, darle la razón y decidir imitarlo, aprender a comportarnos como Él. Decidir como nuestra su propuesta en la cruz. Jesús crucificado nos muestra cuánto Dios nos ama, y nos hace comprender hasta dónde debe llegar nuestro amor por los demás.
Sobre la cruz morían los esclavos. Desde la Cruz Jesús proclama que el hombre pleno, como Dios lo ha pensado, es el que ama a tal grado, el que sirve a los demás.
En nuestra vida nosotros encontramos bastantes serpientes que envenenan nuestra vida, pensemos a la ambición del tener, al frenesí del poder, la manía de “elevarnos” para que los demás me vean y yo aparezca como mejor o bueno. En el don de la entrega de su vida en la Cruz, Jesús nos regala el antídoto contra todos esos venenos. Sólo la mirada puesta en Jesús crucificado nos salva de ese veneno. Todos en la vida somos mordidos por esas serpientes, de un modo u otro.  ¿Querrán los hombres tomar este antídoto, mirar a Jesús o taparse el rostro? Generalmente vemos que los hombres y mujeres de hoy dirigen su mirada hacia otros hombres elevados o engrandecidos, no a Él, engrandecido en la cruz. ¿A qué tipo de hombres y mujeres engrandecidos miramos hoy cuando buscamos realizar nuestra vida, encontrar la felicidad, salir adelante, progresar? Podemos estar siguiendo el modelo equivocado. El evangelista nos dice: un día todos mirarán al que traspasaron. Es una esperanza grande.
La invitación de este domingo es mirar hacia Él cuando la vida nos pida entrega, sacrificio, perdonar a los demás, renunciar a ciertas cosas que nos dañan, cuando sintamos que no podemos más, que las cosas se ponen difíciles. Mirando hacia Él obtendremos la fuerza para seguir donándonos como Él y vivir verdaderamente felices.
Dios ha tanto amado al mundo de dar a su Hijo, para que quien lo mire no se pierda, sino tenga vida eterna. Dios ha amado tanto a la humanidad pecadora, y esta no quiere saber nada de Él, lo considera su enemigo.
Dejémonos involucrar en el proyecto de amor de Dios, es salvación para nosotros. Hoy puedes ser sanado, hoy puedes comenzar a tener vida eterna.


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