El día de ayer escuchábamos la curación realizada por Jesús en día sábado y la reacción negativa de algunos fariseos. Hoy seguimos la lectura continuada del evangelista Juan, quien nos hace dar una mirada a la identidad de Jesús. ¿Quién es Jesús para obrar con tanta libertad y para llamar al mismo Dios Padre suyo, para pretender ser escuchado por todos y decir que quien escucha y cree en su Palabra TIENE vida eterna? Tocamos aquí el punto central de nuestra fe: la identidad de Jesucristo. Jesucristo es sí un hombre, pero también es el Hijo de Dios, verdadero Dios. Es este un tema capital de nuestra fe y que cada uno debemos tener bien claro en nuestra vida. Jesús es verdadero hombre, nacido de una mujer, nacido bajo la ley; y es también verdadero Dios, Hijo unigénito del Padre, Palabra hecha carne, que en el Principio ya estaba con el Padre y el Espíritu Santo.
La encarnación de Jesús en el seno de María, su nacimiento, su vida, sus palabras, su pasión, muerte y resurrección, y su presencia actual real, nos revelan esto que no sabíamos si no se hubiera hecho hombre como nosotros: que Dios es comunión de personas, distintas, pero íntimamente unidas. Esa unión íntima, profunda, indisoluble y perfecta la llamamos comunión. Comunión es más que simple unión porque dos o más se ponen de acuerdo en algo, pues hasta dos malhechores pueden ponerse de acuerdo en algo y no podemos llamar esa unión comunión. Comunión es amar, y amor va ligado a procurar el bien verdadero de la otra persona. La gran revelación que Jesús nos hace es que Dios es uno solo, y que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son este Dios único. Ninguno es mayor, ninguno es menor, las tres personas son un solo Dios. Ciertamente no podemos entenderlo razonando, por eso es una revelación, pero podemos profundizarlo a través del don de la fe, del Espíritu de Dios en nosotros, que hoy Jesús nos ofrece a cada uno. La fe es la puerta de entrada a la salvación que Jesús realiza. Quien cree en Él y en quien lo envía, dice, tiene vida eterna.
Lo maravilloso de esta revelación también es que Dios nos llama a formar parte de esa comunión siendo piedras vivas, cuerpo de Cristo, Iglesia. La comunión entre las tres divinas personas se da por medio de la obediencia.
La comunión es, pues, activa, tiene que ver con mi adhesión a la voluntad de Dios en mi vida, no es mágica, ni se crea de la nada; activa y responsablemente podemos responder a esa invitación/don de la fe con la obediencia, con la caridad. Sí, hemos desobedecido mucho a Dios, le hemos fallado muchísimo, pero nos ofrece la salvación, la nueva vida hoy, si aceptamos hoy mismo a su Hijo y vivimos conforme a sus Palabras. Un don gratuito, que se acepta como un regalo, pero que se cuida para no desperdiciarlo y perderlo. No es que Dios nos lo retire si le fallamos, más bien somos nosotros que, por no mantenernos en la fe con nuestra respuesta inconstante, podemos rechazar ese regalo. De hecho, como bien sabemos, cada vez que lo invoquemos y lo busquemos, Él nos dirá: “Aquí estoy”, o con palabras de la primera lectura de hoy: “¿Puede acaso una madre olvidarse de su criatura hasta dejar de enternecerse por el hijo de sus entrañas? Aunque hubiera una madre que se olvidara, yo nunca me olvidaré de ti".
Alguna vez alguien me dijo que yo era muy ingenuo, que siempre hablaba o predicaba sin tener en cuenta el pecado o tantos pecadores que hay en la misma Iglesia de Dios. Y yo respondo: yo también veo el pecado, y es terrible, no soy ingenuo, pero desde mi experiencia, los momentos de gracia y de perdón son los que me han hecho tomar la decisión de convertirme hacia Él, de querer poner en Él toda mi fe y mi vida. Pidamos a Dios poder mirar su bondad y su misericordia para tomar la decisión de seguirlo, de entrar en comunión íntima con Él. Paz y Bien.
La encarnación de Jesús en el seno de María, su nacimiento, su vida, sus palabras, su pasión, muerte y resurrección, y su presencia actual real, nos revelan esto que no sabíamos si no se hubiera hecho hombre como nosotros: que Dios es comunión de personas, distintas, pero íntimamente unidas. Esa unión íntima, profunda, indisoluble y perfecta la llamamos comunión. Comunión es más que simple unión porque dos o más se ponen de acuerdo en algo, pues hasta dos malhechores pueden ponerse de acuerdo en algo y no podemos llamar esa unión comunión. Comunión es amar, y amor va ligado a procurar el bien verdadero de la otra persona. La gran revelación que Jesús nos hace es que Dios es uno solo, y que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son este Dios único. Ninguno es mayor, ninguno es menor, las tres personas son un solo Dios. Ciertamente no podemos entenderlo razonando, por eso es una revelación, pero podemos profundizarlo a través del don de la fe, del Espíritu de Dios en nosotros, que hoy Jesús nos ofrece a cada uno. La fe es la puerta de entrada a la salvación que Jesús realiza. Quien cree en Él y en quien lo envía, dice, tiene vida eterna.
Lo maravilloso de esta revelación también es que Dios nos llama a formar parte de esa comunión siendo piedras vivas, cuerpo de Cristo, Iglesia. La comunión entre las tres divinas personas se da por medio de la obediencia.
La comunión es, pues, activa, tiene que ver con mi adhesión a la voluntad de Dios en mi vida, no es mágica, ni se crea de la nada; activa y responsablemente podemos responder a esa invitación/don de la fe con la obediencia, con la caridad. Sí, hemos desobedecido mucho a Dios, le hemos fallado muchísimo, pero nos ofrece la salvación, la nueva vida hoy, si aceptamos hoy mismo a su Hijo y vivimos conforme a sus Palabras. Un don gratuito, que se acepta como un regalo, pero que se cuida para no desperdiciarlo y perderlo. No es que Dios nos lo retire si le fallamos, más bien somos nosotros que, por no mantenernos en la fe con nuestra respuesta inconstante, podemos rechazar ese regalo. De hecho, como bien sabemos, cada vez que lo invoquemos y lo busquemos, Él nos dirá: “Aquí estoy”, o con palabras de la primera lectura de hoy: “¿Puede acaso una madre olvidarse de su criatura hasta dejar de enternecerse por el hijo de sus entrañas? Aunque hubiera una madre que se olvidara, yo nunca me olvidaré de ti".
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