Hoy, estimados amigos y hermanos, vamos a exlicar un poquito más el Evangelio.
El Evangelio de este domingo nos narra cómo Jesús expulsó a los vendedores del santuario. Es un episodio bastante fuerte, pues nos muestra la ira de Jesús al visitar el templo de Jerusalén cuando ya se acercaba la Pascua. Es de notar que el evangelista Juan pone este episodio al inicio de la vida pública de Jesús. Vamos a explicar algunos elementos de este Evangelio de san Juan.
Pascua de los judíos. Es el evento, la grande fiesta de los judíos, pueblo de Dios, que celebraba la liberación y se ofrecían a Dios muchos sacrificios de animales. Esta fiesta nos pone en el contexto de Jesús como nuevo, verdadero y único Cordero agradable a Dios Padre.
Templo. Es el lugar donde se consideraba que habitase establemente la gloria de Dios, su presencia. Lugar santo, lleno de divisiones para diferentes categorías de personas: en el atrio podían entrar todo tipo de personas, hombres, mujeres, paganos, lisiados, enfermos, etc. Después había una división donde sólo los de raza judía podían entrar, excluyendo también a los lisiados. Después otra división más para las mujeres, después otra para los sacerdotes, después la de los sumos sacerdotes y el lugar del Santo de los Santos.
Vendedores. Para celebrar la Pascua, se ofrecían los sacrificios. Y, por lo tanto, se debían llevar los sacrificios, animales y objetos para el culto. Los corderos debían ser perfectos. Alrededor del templo y en una parte dentro del templo, se vendían estos animales, para no transportarlos desde su propio lugar de origen, corriendo también el riesgo de que no pasaran la prueba de perfección, que era doble.
Ofrendas. Las ofrendas de dinero debían ofrecerse con la moneda del templo, pues la moneda corriente del imperio romano tenía grabadas imágenes paganas, ya sea del emperador o algún escudo del imperio. El templo fungía de gran banco, casa de cambio, y de hecho tenía gran poder económico por ello. Los bueyes, ovejas y palomas hacen referencia a los diferentes tipos o categorías de sacrificios que se ofrecían.
Jesús. Es el enviado, el Salvador, quien se convertirá en verdadero templo de Dios; es decir, si antes Dios habitaba en el templo según la religión judía y ahí sólo se entraba en contacto con Dios a través de tus ofrendas para que te favoreciera, ya no será así. Jesús es la persona que es también el nuevo templo, en Él nos relacionamos con Dios Padre, Él es el lugar de encuentro entre el hombre y Dios. Jesús se ofrecerá a sí mismo como ofrenda agradable, volviendo inútiles todo otro tipo de sacrificios por los pecados. Él es la única ofrenda agradable al Padre por ser el verdadero y único Cordero sin mancha, sin pecado. Cualquier otra ofrenda ante la suya, no será nunca suficiente. Jesús evidencia que, en Él, la salvación es gratuita, pues se ofreció por nosotros y nuestro rescate. Si nos unimos a Él, estaremos en comunión verdadera con Dios. Se une a Jesús no con sacrificios de animales, sino con la obediencia a su Palabra, con la fe plena y confiada, a través del amor.
El gran mensaje de este Evangelio no es el de centrarnos en el acto de expulsión que hace Jesús de los vendedores, quedándonos simplemente en una limpieza del lugar para el culto o ritual. Ciertamente que el templo no debe ser lugar de comercio, pero el tipo de comercio que Jesús desaprueba profundamente va más allá del económico. Es el comercio de la salvación.
Si nos fijamos bien, la mentalidad imperante era: mientras mejor y más grande sea tu ofrenda, más agradas a Dios, y más favores obtendrás de Él. Yo le doy a Dios y Él me debe dar. ¿No hacemos nosotros hoy lo mismo muchas veces?
Jesús viene a terminar tajantemente con esa religiosidad, consistente en un intercambio de gracias. Su ira que manifiesta con el látigo y los gestos de voltear las mesas y tirar todo por tierra nos lo demuestran. Esa mentalidad-religiosidad ya no sirve, está completamente vacía, sin sentido alguno. En Jesús nos damos cuenta que Dios Padre no nos niega nada porque nos ama, ni a su propio Hijo. La muerte de Jesús será la prueba de que el favor de Dios está siempre con nosotros. Gozamos de su benevolencia en todo momento.
Los profetas del Antiguo Testamento ya habían denunciado muchas veces esa religiosidad sin obras, sin arrepentimiento, sin misericordia para con los semejantes. Y en nombre de Dios llamaron a todos a la conversión del corazón. El pueblo no les hizo caso, mataron a los profetas, y lo harán también con Jesús.
De hecho, cuando no queremos saber nada de Dios, cuando nos conformamos con dar a Dios o a la Iglesia una ofrenda y nos sentimos a mano con Él, repetimos lo mismo que el pueblo de aquel tiempo. Cuando no sucede en nosotros una verdadera conversión y damos cabida en nuestras vidas a los mismos pecados de siempre, pero nos sentimos tranquilos en nuestra conciencia porque nos hemos ido a confesar; cuando comulgo y voy a misa, pero me importa poco mi prójimo, mi pariente enfermo, mi sociedad corrupta, los jóvenes que se pierden y no hago nada por ellos; cuando me alejo de Dios porque no me cumplió lo que le pedí, porque no dio salud a mis hijos, porque me fue mal en el trabajo a pesar de que yo siempre le rezo, porque mi matrimonio no funcionó y eso que yo sí me casé por la Iglesia; cuando creo que Dios me falló a pesar de mi buen comportamiento, se repite lo mismo. Decía un autor judío rumano: “lo contrario al amor no es el odio, es la indiferencia”.
No nos conformemos con compartir la ira de Dios hacia los que vuelven el templo un lugar de negocio, que lamentablemente podemos encontrar alguno. Más bien, la Palabra de este domingo busca hacerme entrar en mí mismo y darme cuenta si yo comercio con Dios.
Los cristianos somos aquellos que hemos llegado a comprender por gracia de Dios, que el nuevo templo que es Jesús, está firme para siempre. Que si hay sufrimiento en el mundo, no es porque Dios se haya olvidado de nosotros, sino porque en el corazón de muchos hombres aún reina la maldad, el egoísmo, la soberbia, la avaricia, la gula, la lujuria, etc. El mensaje de esta cuaresma del Papa Francisco lleva por título “por la maldad de los hombres, el corazón de muchos se enfriará”, lo cual nos comunica esa urgencia de hacer arder en nosotros la llama de la fe, para que ahí donde abunda el pecado, llegue a sobreabundar la gracia.
Expulsar el comercio espiritual de nuestras vidas significa purificar nuestra fe y poner en el centro de ella sólo a Dios. Él nos ha mostrado que su mano sólo bendice, no maldice, Él hace llover sobre los campos de buenos y malos, Él nos ha dado todo lo necesario para la vida, pero el egoísmo de los hombres se ha esforzado en arruinar la obra buena de Dios.
Algo más que hay que notar del Evangelio, es que después de expulsarlos a todos, se le acercaban a Jesús muchos que creyeron en Él. Algunos entendieron el mensaje de este nuevo profeta que ya no sólo denunciaba la falsa religión, sino que ofrecía la nueva, esa donde ya no hay divisiones, esa donde todos podemos encontrar en Él salvación, nueva vida, siendo obedientes para no volver a alejarnos de Él, sabiendo que Él nunca se ha apartado ni se apartará de nosotros.
El Evangelio concluye diciendo que Jesús, no obstante muchos se acercaran a Él, desconfiaba de ellos, pues los conocía a todos, Él sabía lo que hay en el hombre. Eso nos puede hacer pensar que muchos no eran sinceros, que su esperanza era sólo una revolución social. Jesús no confiaba en ellos, ni en este momento de éxito, pues para inaugurar el nuevo y eterno templo debía morir primero. No es sino hasta su resurrección y la efusión del Espíritu Santo que todos llegaríamos a comprenderlo.
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