martes, 6 de marzo de 2018

Con Él o contra Él - Evangelio del 08/03/2018 - Jueves III de Cuaresma - Lc 11, 14-23


Jesús expulsa demonios, es el hecho concreto en este Evangelio de hoy, y, además, hace entrar en los que sana, el Espíritu de Dios, provocando admiración y rechazo.
¿Cómo reconocer si Jesús es el verdadero enviado del Padre para nuestra salvación? Muchos a lo largo de la historia se han presentado como salvadores, como portadores de la verdad, como modelos a seguir e imitar. Pero sólo Jesús nos dice de sí mismo que Él expulsa los demonios con el poder de Dios, pues su presencia y el poder de su palabra inauguran una nueva vida. Esa es la diferencia. Uno que no viene en nombre de Dios, podrá obrar milagros, podrá obrar obras buenas, ayudarme, incluso darme salud. Pero sólo por los frutos reconoceremos si viene de Dios, y los frutos son: amor, paz y gozo en el Espíritu Santo.
El que no viene de Dios, crea en mí división, y aunque parezca contradictorio, me hace partícipe del grupo aparentemente bien unido de los que dividen, de los que destruyen todo lo que tocan. Y pienso para mí: si un milagro me lleva a separarme de los demás, a sentirme mejor de los otros o por encima de ellos, mejor no buscarlo. Si una sanación me lleva a alejarme de Dios porque ya me siento satisfecho, mejor no recibirla. Dios expulsa demonios, para crear comunión con Él y con el prójimo, no división. Jesús nos libera y sana para que lleguemos a ser plena y verdaderamente humanos. Su obra en favor mío me llevará siempre a ponerlo en el centro de mi vida, porque ahí soy yo mismo en verdad.
Da tristeza enorme ver cómo algunos miembros de grupos religiosos, incluso católicos, se sienten “separados”, “elegidos”, “super cristianos”, por haber tenido una experiencia supuestamente con Dios. Si ese encuentro te llevó a dividirte, a separarte de los pequeños y necesitados, una de dos: o no venía de Dios, o tú le diste una finalidad distinta a esa obra que sí venía de Él.
Donde Jesús pone su mano todo sana, todo renace, se instaura el Reino de Dios, es decir, la comunión más íntima donde reina el verdadero amor, ese que te lleva al servicio, al abajamiento, a la humildad, al agradecimiento, en fin, a la santidad. Si el obrar humano no lleva a otros hacia un verdadero crecimiento, a su dignificación, podríamos decir a su santificación, entonces hay que preguntarnos si tal obra o tal empresa vale la pena llevarla a cabo. Un ejemplo, la creación de armas cada vez más sofisticadas, que nos hacen apreciar y admirar la infinita capacidad humana, pero que su finalidad es matar seres humanos; o temas relacionados con el progreso científico: cada vez son más los avances relacionados con la salud humana, sin duda buenos y que aportan beneficios a las personas que sufren enfermedades, pero algunos “se logran” a base de provocar muertes, fraudes, destrucción de la naturaleza en forma desmedida, etc. ¿Es lícito? Y muchos otros ejemplos que se nos plantean como todo un reto, una ocasión para reflexionar cuál es el verdadero progreso que este mundo y la humanidad necesitan.
Dice Jesús al final del Evangelio: “El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama”. no hay punto medio, o frío o caliente. En fin, el que desea estar con Jesús, recibe en abundancia, y será capaz él mismo de expulsar demonios, salvar personas en su nombre, instaurar paz, crear comunión. Y tú, ¿estás con Él?

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