Paz y bien a todos. Ya estamos casi terminando la segunda semana de cuaresma, y es siempre bueno que nos lo recuerden, para ver si estamos aprovechando este especial tiempo de gracia y conversión.
Las lecturas de este día, tomadas del libro del Génesis y del Evangelio de san Mateo, nos hablan de la hostilidad escondida en el corazón humano, incluso contra nuestros hermanos de sangre.
La lectura del Antiguo Testamento nos narra cuando José es vendido por sus hermanos. En el fondo, los hermanos de José estaban celosos de él, por ser el benjamín de la familia y muy querido por su padre. Pero ¿por qué sucede esto? Cuando uno está celoso, me parece que es porque cree que ese amor que recibe la otra persona, debería ser para mí. En el fondo, está la creencia que el cariño, si se divide como las cosas materiales, a uno tocará más y a otro menos. Pero ¿así pasa en realidad con el amor?
Muchas veces no somos capaces de ser solidarios en el amor, es decir, amar lo que el otro ama. Es más fácil ser solidarios en el pecado, ser cómplices, porque cada uno recibe algo a cambio de su colaboración, recibe su parte. El amor es gratuito. Debemos aprender a aceptar que unos necesitan más atención que otros para mantenerse en pie y seguir adelante. Yo recuerdo una ocasión donde una persona se había enojado con Dios por haber sanado de una grave enfermedad a una mujer, pero no a ella. No somos capaces de alegrarnos por el bien del otro. Nos comparamos: ¿qué tiene esa persona más que yo? ¡Si yo soy mejor! ¡A mí me debería ir bien! Yo me porto bien, rezo, no hago daño a nadie, trato de ser humilde, de ayudar a los demás, etc. ¡Hasta pago el diezmo! Me viene a la mente la parábola del padre Bueno o hijo pródigo, donde el hermano mayor no quiso participar de la alegría del hermano menor por su regreso.
Hagamos de cuenta que tú eres un papá o una mamá, y tienes dos hijos. Uno está sentado en el sillón, tranquilo y a salvo. El otro está por ser mordido por un perro furioso. ¿Qué harías tú? ¿No correrías a salvar al que está en peligro dejando al otro por un instante? ¿Debería el otro hijo sentirse celoso porque la mamá le quitó la atención por salvar a su hermano? ¿No sería realmente estúpido enojarse por eso? Aunque el ejemplo sea insuficiente, pues Dios nunca desatiende a nadie, nos puede servir para entender un poco más. En diferentes momentos de la vida necesitamos distintos tipos de auxilio: a veces ser cargados en brazos, a veces ser acompañados sólo de la mano, a veces la mejor ayuda es dejarnos caminar por nuestros propios pies.
¿Debían haberse puesto celosos los hermanos de José por el cariño de su Padre? Pero bueno, así es el corazón humano. Al final de la historia de José, nos daremos cuenta que Dios estaba cumpliendo un misterioso plan de salvación a través de él para sus hermanos y muchos otros más.
En el Evangelio, Jesús cuenta una parábola a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, donde les deja claro que el dueño de la viña es Dios, los antiguos profetas sus enviados, y Él el Hijo amado. A todos los personajes de la parábola, los viñadores les dieron muerte; pero Dios, dice Jesús, no hará así con los asesinos, porque Él es el Dios de la vida. Pero en su justicia, quitará a unos lo que creyeron propio sin serlo, lo dará a otros, pues la viña, el reino, es suyo. Creo que ninguno de nosotros está celoso de que Jesús sea el Hijo amado del Padre, pues en Él y gracias a Él nosotros recibimos infinitas gracias. Si el Padre no lo amase infinitamente a Él, tampoco nosotros hubiéramos podido llegar a conocer su amor por cada uno.
Sea lo que sea que esté pasando en tu vida, confía en que Dios lo sabe, cree en su amor de Padre, que no te deja sólo y que, si haces caso a su voz, verás el feliz desenlace de lo que hoy pareciera no tener sentido.
Las lecturas de este día, tomadas del libro del Génesis y del Evangelio de san Mateo, nos hablan de la hostilidad escondida en el corazón humano, incluso contra nuestros hermanos de sangre.
La lectura del Antiguo Testamento nos narra cuando José es vendido por sus hermanos. En el fondo, los hermanos de José estaban celosos de él, por ser el benjamín de la familia y muy querido por su padre. Pero ¿por qué sucede esto? Cuando uno está celoso, me parece que es porque cree que ese amor que recibe la otra persona, debería ser para mí. En el fondo, está la creencia que el cariño, si se divide como las cosas materiales, a uno tocará más y a otro menos. Pero ¿así pasa en realidad con el amor?
Muchas veces no somos capaces de ser solidarios en el amor, es decir, amar lo que el otro ama. Es más fácil ser solidarios en el pecado, ser cómplices, porque cada uno recibe algo a cambio de su colaboración, recibe su parte. El amor es gratuito. Debemos aprender a aceptar que unos necesitan más atención que otros para mantenerse en pie y seguir adelante. Yo recuerdo una ocasión donde una persona se había enojado con Dios por haber sanado de una grave enfermedad a una mujer, pero no a ella. No somos capaces de alegrarnos por el bien del otro. Nos comparamos: ¿qué tiene esa persona más que yo? ¡Si yo soy mejor! ¡A mí me debería ir bien! Yo me porto bien, rezo, no hago daño a nadie, trato de ser humilde, de ayudar a los demás, etc. ¡Hasta pago el diezmo! Me viene a la mente la parábola del padre Bueno o hijo pródigo, donde el hermano mayor no quiso participar de la alegría del hermano menor por su regreso.
Hagamos de cuenta que tú eres un papá o una mamá, y tienes dos hijos. Uno está sentado en el sillón, tranquilo y a salvo. El otro está por ser mordido por un perro furioso. ¿Qué harías tú? ¿No correrías a salvar al que está en peligro dejando al otro por un instante? ¿Debería el otro hijo sentirse celoso porque la mamá le quitó la atención por salvar a su hermano? ¿No sería realmente estúpido enojarse por eso? Aunque el ejemplo sea insuficiente, pues Dios nunca desatiende a nadie, nos puede servir para entender un poco más. En diferentes momentos de la vida necesitamos distintos tipos de auxilio: a veces ser cargados en brazos, a veces ser acompañados sólo de la mano, a veces la mejor ayuda es dejarnos caminar por nuestros propios pies.
¿Debían haberse puesto celosos los hermanos de José por el cariño de su Padre? Pero bueno, así es el corazón humano. Al final de la historia de José, nos daremos cuenta que Dios estaba cumpliendo un misterioso plan de salvación a través de él para sus hermanos y muchos otros más.
En el Evangelio, Jesús cuenta una parábola a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, donde les deja claro que el dueño de la viña es Dios, los antiguos profetas sus enviados, y Él el Hijo amado. A todos los personajes de la parábola, los viñadores les dieron muerte; pero Dios, dice Jesús, no hará así con los asesinos, porque Él es el Dios de la vida. Pero en su justicia, quitará a unos lo que creyeron propio sin serlo, lo dará a otros, pues la viña, el reino, es suyo. Creo que ninguno de nosotros está celoso de que Jesús sea el Hijo amado del Padre, pues en Él y gracias a Él nosotros recibimos infinitas gracias. Si el Padre no lo amase infinitamente a Él, tampoco nosotros hubiéramos podido llegar a conocer su amor por cada uno.
Sea lo que sea que esté pasando en tu vida, confía en que Dios lo sabe, cree en su amor de Padre, que no te deja sólo y que, si haces caso a su voz, verás el feliz desenlace de lo que hoy pareciera no tener sentido.
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