lunes, 12 de febrero de 2018

Aserrín, aserrán... Evangelio del 13/02/2018 - Mc. 8, 14-21


Jesús vuelve a llamar la atención a sus discípulos, que, si bien se preocupan del alimento necesario, aún no acaban de entender que Jesús es el verdadero alimento. ¡Y lo tienen en su misma barca!

En continuación con el Evangelio de ayer, donde los fariseos pedían una señal del cielo, ahora los discípulos piden pan… y Jesús no les da… ¿o sí?

ABAJO LA MEDITACIÓN EN AUDIO


En general, todos somos muy previsores, este mundo y su pensamiento nos invita a prever siempre para el futuro: planea el mañana, cuida tu economía, aprende a ahorrar, no te olvides de la escuela de los niños, la necesaria recreación, etc. Nada de esto es malo, debemos aprender a cuidar lo que con el proprio trabajo nos procuramos. Pero Jesús dice que hay una levadura que no sacia, por más que infle el pan: es la misma de los fariseos. ¿Cuál es?

A fuerza de pan no llega la saciedad. El alimento es para el sustento del cuerpo, y lo necesitamos. Pero ¿eres sólo un cuerpo material? Por mucho tiempo se habló de la separación alma y cuerpo, hoy comprendemos que el ser humano es una unidad, una bella unidad, del elemento material y el espiritual, y sin uno de ellos, no hay ser humano. Lo cual significa que el cuerpo y el espíritu deben vivir, alimentarse. ¡Y no por separado! ¡Son una unidad! El trabajo arduo de cada uno que contribuye al mejoramiento del mundo, alimenta también al ser humano, al igual que el amor, el cuidado de los enfermos, la ayuda a los demás, el rescate de uno que ha caído en un vicio, el hacer las cosas bien aunque no me vean, la fidelidad conyugal, la perseverancia en las pruebas, una buena lectura, la meditación de la Palabra de Dios, el momento de descanso, el tiempo con los hijos, el diálogo con los vecinos, el estudio, el aprendizaje del catecismo, el perdón de las ofensas, la paciencia, la honradez y toda clase de obras virtuosas, artísticas, manuales, todo alimenta tu ser. ¿Lo habías pensado? No se trata sólo de ir a misa y comulgar para alimentar el espíritu humano. Eso, sería muy simple. Pero estamos tan acostumbrados a alimentar el cuerpo con el pan material y alimentar el espíritu con la Eucaristía, a separar lo material de lo espiritual. ¡No se trata de eso! Si comulgo el Pan que es el cuerpo de Cristo, entro a en comunión con Él y recibo el sustento necesario para realizar lo que me toca hacer en este mundo, para cumplir mi vocación. Yo doy gracias a Dios que puedo no sólo comulgar cada día, sino dar esa comunión con Dios a los demás a través de los sacramentos que celebro, por gracia suya. Pero Dios me libre de creer que basta comulgar sin hacer de mi vida alimento del mundo para ser un hombre pleno, un cristiano verdadero y saciado. El discípulo de Jesús, no se debe preocupar de nada más que alimentar su vida con la fe, pues teniendo la fe, me pondré a trabajar con muchas ganas, a amar con caridad a todos, a desgastarme por hacer felices a los que me rodean… teniendo la fe, todo lo material se verá iluminado íntimamente por la luz de Dios: los momentos de oscuridad y de alegría, las carencias y la abundancia, la salud y la enfermedad, la vida y la muerte.

La levadura de los fariseos, esa manera de pensar con respecto a Dios como alguien que me debe algo porque he cumplido lo que me ha mandado, no alimenta para nada. El amor que nos da Jesús, es el alimento que nunca terminará, y que no se acabará nunca si lo compartimos. Haz Señor que lo comprendamos.

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