Jesús vuelve a llamar la atención a sus discípulos, que, si bien se
preocupan del alimento necesario, aún no acaban de entender que Jesús es el
verdadero alimento. ¡Y lo tienen en su misma barca!
En continuación con el Evangelio de ayer, donde los fariseos pedían
una señal del cielo, ahora los discípulos piden pan… y Jesús no les da… ¿o sí?
ABAJO LA MEDITACIÓN EN AUDIO
En general, todos somos muy previsores, este mundo y su pensamiento
nos invita a prever siempre para el futuro: planea el mañana, cuida tu
economía, aprende a ahorrar, no te olvides de la escuela de los niños, la necesaria
recreación, etc. Nada de esto es malo, debemos aprender a cuidar lo que con el
proprio trabajo nos procuramos. Pero Jesús dice que hay una levadura que no
sacia, por más que infle el pan: es la misma de los fariseos. ¿Cuál es?
A fuerza de pan no llega la saciedad. El alimento es para el sustento
del cuerpo, y lo necesitamos. Pero ¿eres sólo un cuerpo material? Por mucho
tiempo se habló de la separación alma y cuerpo, hoy comprendemos que el ser
humano es una unidad, una bella unidad, del elemento material y el espiritual,
y sin uno de ellos, no hay ser humano. Lo cual significa que el cuerpo y el
espíritu deben vivir, alimentarse. ¡Y no por separado! ¡Son una unidad! El
trabajo arduo de cada uno que contribuye al mejoramiento del mundo, alimenta
también al ser humano, al igual que el amor, el cuidado de los enfermos, la
ayuda a los demás, el rescate de uno que ha caído en un vicio, el hacer las
cosas bien aunque no me vean, la fidelidad conyugal, la perseverancia en las
pruebas, una buena lectura, la meditación de la Palabra de Dios, el momento de
descanso, el tiempo con los hijos, el diálogo con los vecinos, el estudio, el
aprendizaje del catecismo, el perdón de las ofensas, la paciencia, la honradez
y toda clase de obras virtuosas, artísticas, manuales, todo alimenta tu ser.
¿Lo habías pensado? No se trata sólo de ir a misa y comulgar para alimentar el espíritu
humano. Eso, sería muy simple. Pero estamos tan acostumbrados a alimentar el
cuerpo con el pan material y alimentar el espíritu con la Eucaristía, a separar
lo material de lo espiritual. ¡No se trata de eso! Si comulgo el Pan que es el
cuerpo de Cristo, entro a en comunión con Él y recibo el sustento necesario
para realizar lo que me toca hacer en este mundo, para cumplir mi vocación. Yo
doy gracias a Dios que puedo no sólo comulgar cada día, sino dar esa comunión
con Dios a los demás a través de los sacramentos que celebro, por gracia suya. Pero
Dios me libre de creer que basta comulgar sin hacer de mi vida alimento del
mundo para ser un hombre pleno, un cristiano verdadero y saciado. El discípulo
de Jesús, no se debe preocupar de nada más que alimentar su vida con la fe,
pues teniendo la fe, me pondré a trabajar con muchas ganas, a amar con caridad
a todos, a desgastarme por hacer felices a los que me rodean… teniendo la fe,
todo lo material se verá iluminado íntimamente por la luz de Dios: los momentos
de oscuridad y de alegría, las carencias y la abundancia, la salud y la
enfermedad, la vida y la muerte.
La levadura de los fariseos, esa manera de pensar con respecto a Dios como
alguien que me debe algo porque he cumplido lo que me ha mandado, no alimenta
para nada. El amor que nos da Jesús, es el alimento que nunca terminará, y que
no se acabará nunca si lo compartimos. Haz Señor que lo comprendamos.
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